La República italiana, en caída libre
Las encuestas muestran un creciente desprecio hacia la clase política y las instituciones
¿Se aproxima un nuevo colapso del sistema político italiano? Son muchos quienes lo creen. Entre ellos, Massimo d'Alema, vicepresidente del Gobierno y ministro de Asuntos Exteriores. La sombra de 1992, cuando la Primera República se hundió en un marasmo de corrupción y gastos faraónicos, reaparece como una amenaza. Quince años después, los italianos vuelven a sentir desprecio por la clase política más cara e incompetente de Europa.
No está claro quién lanzó la primera voz de alarma. Pero un libro de reciente aparición, La casta, escrito por dos periodistas del diario centrista Corriere della Sera, ha galvanizado el malhumor colectivo. La casta, subtitulado "Así los políticos italianos se han convertido en intocables", se ha transformado en un fenómeno de ventas. El tema central es el coste de los políticos y los innumerables casos de corrupción institucional, abuso de poder y nepotismo.
El país cuenta con 150.000 coches oficiales con chófer, 11 en el Instituto de la Fauna
Mucho ya era sabido, pero sigue impresionando que la Presidencia de la República italiana, de escasa relevancia ejecutiva, sea cuatro veces más cara que la fastuosa monarquía británica. O que la Presidencia del Gobierno disponga de 13 aviones, entre ellos cuatro Boeing 737, y aún así tenga que gastar 65 millones de euros al año (datos de 2005) en alquiler de aviones adicionales. O que el Estado sufrague más de 150.000 coches oficiales con chófer (11 de ellos asignados al Instituto Nacional de Fauna Selvática, y cinco a la Estación Experimental del Azúcar, por ejemplo). O que la Cámara de Diputados disponga de tres médicos con un sueldo anual de 250.000 euros por cabeza. Son sólo ejemplos del derroche protagonizado por una casta, largamente hereditaria, de 179.485 cargos electos.
En una entrevista al Corriere della Sera, Massimo d'Alema dio la voz de alarma: "Sufrimos una crisis de credibilidad de la política que volverá a inundar el país con sentimientos como aquellos que en los años noventa marcaron el fin de la Primera República". El historiador Paolo Prodi, hermano del primer ministro, declaró que los italianos no tenían "la más mínima confianza en la política", "no sólo por los costes y privilegios, sino por la parálisis del sistema". Los sondeos resultaban claros: sólo uno de cada 10 ciudadanos expresaba confianza en los partidos, y sólo dos de cada 10 confiaban en el Gobierno y el Parlamento. Piercamillo Davigo, ex fiscal de la Operación Manos Limpias, aseguró que "la corrupción política mantiene una expansión geométrica" y que la situación "es peor que en 1992".
Ezio Mauro, director del diario izquierdista La Repubblica, publicó el miércoles un artículo en primera página en el que reclamaba con urgencia "una reforma del sistema", que "quizá llegue a tiempo para salvar las instituciones del colapso y para evitar que la antipolítica se convierta en el sentimiento dominante". Mauro expresaba también su temor ante el riesgo de que un posible hundimiento de los partidos propiciara el ascenso de un salvador populista, como apareció Silvio Berlusconi en 1994, o la creación de un sistema de poder tecnocrático.
Temores como los de Ezio Mauro parecieron concretarse ayer en la asamblea de la patronal Confindustria. El presidente de la organización, Luca Cordero di Montezemolo, presidente de Fiat y Ferrari y una de las personalidades más populares del país, concluyó su mandato con un discurso durísimo contra el sistema. Denunció que la clase política italiana costaba "más que la suma de todos los políticos alemanes, británicos y españoles" y carecía por completo de "un proyecto" de modernización. Entre el público se sentaban Romano Prodi, una docena de ministros y varios parlamentarios de la oposición.
Prodi no quiso hablar tras el discurso de Montezemolo. "Se comenta por sí solo", declaró irritado. El democristiano Pierferdinando Casini, ex presidente de la Cámara de los Diputados, interpretó el sentimiento general: "Montezemolo ha planteado un manifiesto político y se ha propuesto como líder", dijo. Las reacciones al manifiesto del empresario fueron negativas, con algunas excepciones. Piero Fassino, presidente de los Demócratas de Izquierda, calificó el discurso de "latigazo" y añadió que "sería un error ignorarlo".
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