Rafah se convierte en el mayor zoco del Sinaí
La avalancha de palestinos tras la voladura del muro que separa Gaza de Egipto multiplica el comercio y los precios
En el corredor Filadelfi, la tierra de nadie entre Gaza y Egipto, hermética zona militar, era palpable ayer que la desesperación agudiza el ingenio. Bajo las torretas con bandera egipcia, varios jóvenes palestinos chillaban: "¡Un shekel, un shekel!". Habían colocado pequeñas escaleras, y por 18 céntimos de euro ayudaban a ancianos, mujeres y niños a sortear el muro de cemento de metro y medio de altura que daba acceso a un zoco desbordante en la parte egipcia de la ciudad de Rafah.
Miles de personas hacían viajes de ida y vuelta cargados como bestias
"A la gasolina le echan agua. Hay que tener cuidado", dice un automovilista
Decenas de miles de palestinos se abalanzaron sobre las calles para comprarlo todo. Los precios se dispararon, a la par que la picaresca. Pero a los angustiados habitantes de Gaza, que soportan precios europeos, las exigencias de los mercaderes egipcios les sabían a gloria. Hamás derribó la frontera entre la franja y Egipto el miércoles y el comercio se adueñó de la dividida ciudad.
Pocas veces se podrá observar a los palestinos tan satisfechos en medio del caos, de los atascos y la algarabía. Fue un desorden lleno de júbilo, sin que brotaran las riñas, tan habituales y sonoras. Había que comprar. Y rápido. Nunca se sabe cuándo el Gobierno de El Cairo impondrá de nuevo el cierre. Hombres y mujeres de toda edad y condición viajaron en camiones y coches repletos desde cualquier punto de Gaza. La víspera la riada humana acudió más bien por curiosidad, porque las existencias en la paupérrima Rafah egipcia se agotaron enseguida. Ayer, estaban las calles repletas de productos. Los egipcios se han dado prisa en llenar el vacío y en ganar buenos puñados de divisas.
Las personas se movían raudas en una y otra dirección. El agricultor Ahmed, de la mitad palestina de Rafah, necesitaba gasóleo y esperaba su transporte, un burro, una moto o un coche para volver. "Compro para poder usar mi tractor. Sé que el gasóleo cuesta aquí el equivalente de medio shekel y que me cobran dos. Pero en Gaza pagamos cinco shekels". Sólo un día después de que los milicianos palestinos derribaran el muro de hierro de ocho metros de alto, el mercado había ajustado los precios. Aunque comprar gasolinas, un bien preciado debido al bloqueo israelí, tenía su riesgo. Muchos niños las vendían al borde de las carreteras en bidones. "Hay que tener cuidado. Tanto en Egipto como en Gaza le echan agua y eso es malo para el motor", comentaba un conductor que prefirió eludir el riesgo.
Se trataba de hacer el agosto en un día fresco pero espléndido. Miles de egipcios viajaron cientos de kilómetros para acudir a Rafah y a El Arish para vender lo que fuera. Es el caso de Mohamed, un abogado de 23 años procedente de una ciudad a la orilla del canal de Suez, que tratará de aprovechar una apertura que se antoja efímera. "Vendo sal, salsas, detergentes, té, chocolate, aceite, cereales, habas... Yo no trato de sacar tajada porque simpatizo con los palestinos, pero estoy haciendo buen dinero. Ojalá la frontera se abriera para siempre".
Mohamed no es la norma. El beduino Yusef acaba de comprar dos motocicletas importadas de China -casi todas provienen de ese país- por 800 dólares (543 euros). "Ya he vendido una por 1.100 dólares. Espero sacar 1.200 por la segunda". Decenas de jóvenes palestinos se las llevaban y pocos cientos de metros más lejos las tenían que encaramar sobre el muro fronterizo. Esta vez, sin escalera. La riada de gente era imparable ya casi anocheciendo. Hombres con cabras, ovejas y corderos sobre los hombros enfilaban de regreso a Gaza. El precio de un cordero se duplicó o triplicó, hasta los 150 ó 200 euros. Pero en la franja valen 300. Todos contentos.
Miles de palestinos se pasaron el día haciendo viajes de ida y vuelta cargados como bestias, con alfombras, tabaco, neumáticos, bombonas de gas... Sonreían, a pesar de que dominaba un sentimiento de urgencia. Están convencidos de que este alivio será pasajero. Apenas se podía caminar entre el tumulto de animales -algunos llevaban una docena de ovejas, otros un par de camellos-, personas, y vehículos militares egipcios que acudían a la frontera derribada para empezar a preparar, poco a poco, el cierre de la frontera cuando proceda. No faltaron, en medio del maremágnum, detalles que reflejaban evidentes dosis de organización.
El boquete abierto en la valla conduce a dos calles arenosas. Una de ellas estaba sellada a cal y canto y un policía del Gobierno de Hamás explicaba el porqué: "La ayuda humanitaria es prioritaria. Israel no nos permite que entre por sus pasos fronterizos. Así que los camiones de la Media Luna Roja descargan aquí rápidamente". La presencia de los policías, y de milicianos de Hamás, era notoria. Algunos coordinaban su actividad con agentes egipcios. Otros vestían de paisano. Es imposible pensar que el movimiento islamista no aproveche una operación de derribo de una frontera planeada tan escrupulosamente. El Gobierno de Ehud Olmert ha asfixiado a la población civil hasta el límite. Tal vez, se ha pasado. Y Hamás va a sacar tajada. "Lo que antes pasaba por los túneles, ahora lo metemos a cielo descubierto", comentaba satisfecho un miliciano.
Casi con certeza, materiales para explosivos, munición y armas habrán pasado ante las narices de los policías egipcios. Y dinero, mucho dinero. Tanto es así que el Gobierno de Ismail Haniya anunció que adelantaba una semana el pago de los salarios a 20.000 funcionarios. Hay que aprovechar el tirón.
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