Prohibido hablar francés
Las autoridades locales de la ciudad flamenca de Merchtem proscriben el uso del francés en sus cuatro escuelas públicas
Ni en clase, ni en el recreo, ni en las reuniones de padres. El Ayuntamiento de Merchtem, una localidad belga a 15 kilómetros de la bilingüe Bruselas, ha prohibido el uso del francés y de cualquier idioma que no sea el flamenco, so pena de sanción, en sus cuatro escuelas públicas. La polémica decisión del alcalde de Merchtem se produce en un momento de alta tensión entre flamencos y valones, las dos grandes comunidades políticas en las que se divide el Estado federal belga. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y la extrema derecha independentista subiendo como la espuma, la prohibición de Merchtem echa leña a un fuego encendido hace días por el ministro presidente de la próspera región de Flandes, Yves Leterme, quien acusó a los francófonos de estar intelectualmente discapacitados para aprender flamenco.
"Aquí vienen alumnos de Bruselas, de Marruecos, de Turquía... y nosotros estamos obligados a aceptarlos. Para que se integren tienen que hablar flamenco, también en el recreo", explica en la sede de la alcaldía Eddie de Block, el regidor de esta localidad de 15.000 habitantes, a la que se mudan cada vez más bruselenses francófonos en busca de tranquilidad y viviendas más asequibles. "Esto no es racismo, sólo queremos estimular la integración", se defiende De Block. Los niños que sean pillados hablando francés en el patio serán llamados al despacho del director, y "si el caso es extremo, habrá que expulsar al niño", dice este liberal al que le han llovido las críticas desde que el pasado lunes la alcaldía aprobara la medida.
A sus 12 años, Gerbe, una regordeta congoleña, dice comprender la decisión de la ciudad que ha acogido a su familia. "Estamos en un colegio flamenco, es verdad, pero vivimos en un país con dos lenguas", explica en perfecto francés. "Mis padres van a clases nocturnas de flamenco, pero aun así no podrán entenderse con la profesora. La escuela les obliga a ir con intérprete". Gerbe y sus dos hermanos son alumnos de una de las cuatro escuelas de Merchtem, una en la que 30 de los 400 niños no hablan flamenco y en la que desde el lunes no pueden jugar con sus compañeros en francés en el recreo. Katherine, una joven madre flamenca que pasea a su hijo por las calles de Merchtem no es tan comprensiva y piensa que aunque está bien que los niños aprendan bien el neerlandés, imponerlo con castigos no va a dar buen resultado. "Basta que les obligues para que los niños hagan lo contrario", opina.
El alcalde De Block, que no percibe ningún nubarrón pedagógico en su decisión, se distancia sin embargo del democristiano Leterme, el representante de Flandes, que además de minusvalorar la inteligencia de los francófonos se atrevió en una reciente entrevista concedida al diario francés Libération a dejar por escrito lo que muchos belgas dicen en voz baja: que el rey, el fútbol y "ciertas cervezas" constituyen el único pegamento que permite a flamencos y valones convivir bajo el paraguas de un mismo Estado federal.
El complejísimo sistema político belga, en el que cada comunidad lingüística cuenta con un Parlamento propio, responde a la realidad de un país surcado por la frontera que divide el país entre el norte flamenco y el sur francófono y en el que alrededor del 40% de la población es francófona, y el resto, salvo una minoría germanófona, habla flamenco. La lengua divide así el país y a sus habitantes, que tienden a funcionar dentro de sus comunidades y a no mezclarse con la de enfrente. El aislamiento e incluso enfrentamiento entre flamencos y valones dura ya décadas, pero en los últimos años, la brecha no ha dejado de crecer y los discursos secesionistas ganan adeptos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.