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Obama aborda un profundo cambio del poder militar

La misión de Panetta y Petraeus será reducir gastos y revisar las prioridades

Antonio Caño

Barack Obama anunció ayer los nombramientos de Leon Panetta y el general David Petraeus como nuevos secretarios de Defensa y director de la CIA, respectivamente, con la misión, según dijo, de mantener a Estados Unidos seguro en un momento de enormes desafíos mundiales y de afrontar las reformas que son precisas para adaptarse a un panorama internacional diferente. Tanto el Pentágono como la CIA, que nunca han trabajado tan unidas como ahora, tendrán que combinar su difícil labor actual en Afganistán o Pakistán con la modernización de sus estructuras para responder a nuevas amenazas.

Obama informó de que Petraeus, el militar más prestigioso de los últimos años, colgará el uniforme antes de asumir su cargo en la CIA. Será sustituido como jefe de las operaciones en Afganistán por el general John Allen. Ryan Crocker, del que se recuerda su éxito como embajador en Irak, será el próximo embajador en Kabul. Todos estuvieron ayer junto a Obama en una ceremonia que, aunque no anuncia cambios significativos de política, sí abre una nueva era.

El presupuesto del Pentágono se rebajará en 400.000 millones

Leon Panetta, un veterano de 72 años con larga experiencia en la Administración, llega al Pentágono en un momento de remodelación de las Fuerzas Armadas norteamericanas atendiendo a una nueva realidad económica y estratégica. Su misión principal será reducir gastos y reconsiderar prioridades.

La Casa Blanca ha propuesto un recorte de 78.000 millones de dólares (52.600 millones de euros) en los gastos militares en sus presupuestos para el próximo año fiscal. La iniciativa del presidente para la reducción del déficit incluye un ahorro extra de 400.000 millones de dólares (270.000 millones de euros) en el Pentágono en la próxima década.

Aunque Obama aseguró ayer que ese recorte se hará "sin poner en riesgo nuestra capacidad para defender nuestra nación y los intereses de Estados Unidos en todo el mundo", es inevitable que una reducción de gastos exija una serie de renuncias. Parte del ahorro procederá de la eliminación de programas de armamento que no se consideran acordes con las actuales necesidades militares. Pero eso no será suficiente.

El propio presidente admitió en un discurso el pasado día 13 que será preciso "proceder a una revisión fundamental de las misiones de Estados Unidos, sus capacidades y su papel en un mundo en cambio". El todavía secretario de Defensa, Robert Gates, un hombre que se ha caracterizado durante toda su gestión por hablar claro, ha sido aún más rotundo: "El secretario ha dejado claro que no se pueden conseguir nuevos recortes en los gastos de defensa sin reducir la estructura de las fuerzas y las capacidades militares", aseguraba una nota del Pentágono emitida un día después de aquella intervención de Obama.

La salida de Irak, a final de este año, y la reducción del número de tropas en Afganistán, a partir de julio, deberían ayudar a aliviar el presupuesto militar. Pero un nuevo equilibrio se está generando en Oriente Próximo -entre otras cosas, una conflictiva situación en el Golfo que exige una mayor atención al papel que puede desempeñar Irán- que puede obligar a nuevas inversiones.

En todo caso, Obama ha insistido en que Estados Unidos no puede seguir siendo el policía del mundo, y que es necesario habituarse a que no puede intervenir militarmente cada vez que una circunstancia humanitaria lo recomiende. El último ejemplo es Libia. La Administración norteamericana ha entendido desde el primer día esa crisis como un asunto de especial interés para Europa y ha dejado que los países europeos asuman el protagonismo militar en la OTAN.

A continuación pueden venir escenarios más complejos, como Asia y Europa. En el extremo de lo absurdo, Sarah Palin ha llegado a proponer pasar la factura a Irak por los gastos de la invasión que permitió liberarlos de Sadam Husein. Pero otras voces más autorizadas han hablado en los últimos días de que países poderosos, como Japón, Corea del Sur y otros tigres asiáticos, paguen por la protección que la flota norteamericana les presta.

Más que soluciones, esas propuestas son la prueba de que EE UU se siente económicamente acuciado a replantear su presencia militar en el resto del mundo. Probablemente, será inevitable cerrar bases, reducir las dotaciones de las flotas y limitar el despliegue de tropas. Los republicanos no aceptan, por ahora, esos recortes como parte del esfuerzo imprescindible para reducir el déficit público y la deuda.

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