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Cumbre en Moscú

Obama: "EE UU quiere una Rusia fuerte, pacífica y próspera"

El discurso del presidente de Estados Unidos intenta reparar el daño infligido en el pasado al orgullo nacional ruso

Aunque ésta era una universidad mucho más liberal y moderna que la de El Cairo, Barack Obama también ha escogido en Moscú un marco académico para enviar el mensaje de que "Estados Unidos quiere una Rusia fuerte, pacífica y próspera" en el marco de una nueva relación en la que ambos países no compitan por ideología o zonas de influencia sino que cooperen en los múltiples intereses que los unen.

El discurso del presidente norteamericano en la Nueva Escuela Económica, un prestigioso centro fundado en los albores del post comunismo con financiación y profesores estadounidenses, resumió los objetivos de este primer viaje de Obama a Rusia: poner fin a las tensiones de los últimos años y devolver a este país el estatus de socio imprescindible en la construcción de un mundo más estable.

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Obama aceptó que Estados Unidos no es capaz de hacer frente por sí solo a los enormes desafíos, como la pobreza o la proliferación nuclear, que hoy se presentan. "Esos retos", señaló, "exigen una alianza global, y esa alianza será más fuerte si Rusia ocupa el lugar que le corresponde como gran potencia".

Rusia, afirmó el presidente norteamericano, tendrá que cumplir con ese papel de acuerdo a sus propios criterios. "No me corresponde a mí definir los intereses nacionales rusos", dijo. Pero recordó que existen valores universales, como los de la democracia y los derechos humanos, que todos deberían de respetar, y amenazas, como las que representan el terrorismo internacional, Irán o Corea del Norte, de las que nadie puede desentenderse.

Obama hizo mención a esas exigencias con humildad - "Estados Unidos no es en absoluto perfecto"- y sin ánimo de intromisión en los asuntos internos rusos. "No intentamos", afirmó, "imponer a nadie ningún sistema de gobierno ni pretendemos escoger qué partidos o individuos deben dirigir otros países".

El discurso tenía, obviamente, el propósito de regalar el oído de los ciudadanos rusos, restañar las heridas causadas en el pasado a su orgullo nacional y superar los prejuicios generados por décadas de confrontación. Obama aludió a la enorme contribución que la vieja Rusia ha hecho a lo largo de los siglos a la Humanidad, tanto en el terreno de la cultura como en el de la ciencia. Reconoció el sacrificio sin parangón que este país aceptó para la victoria contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y alabó la valentía y tenacidad con la que contribuyó a poner fin a la guerra fría, que no se atribuyó como mérito exclusivo de Estados Unidos.

"Así como rendimos honor a ese pasado", añadió, "tenemos que reconocer el beneficio futuro que obtendremos de una Rusia fuerte y vibrante".

Esa fuerza no le da a Rusia, sin embargo, el derecho a dictar el destino a sus vecinos o a ejercer el control sobre determinadas áreas del planeta. "En 2009", advirtió Obama, "el poder no se demuestra mediante el dominio o la demonización de otros países. Los días en que los imperios podían tratar a los Estados soberanos como piezas sobre un tablero de ajedrez ya han pasado".

Obama mencionó el respeto a la soberanía de los Estados como una condición esencial del orden internacional posterior a la guerra fría. "Eso es tan válido para Rusia como para Estados Unidos", manifestó. "Ese principio tiene que aplicarse a todas las naciones, incluidos Georgia y Ucrania", dos países que han sido en los últimos años fuente constante de conflicto entre Occidente y Rusia, que no acepta su deseo de formar parte de la OTAN.

El presidente norteamericano no quiso profundizar en esa polémica y prometió que su Gobierno "nunca impondrá determinadas normas de seguridad a otros" y que, en última instancia, "la pertenencia a la OTAN es algo que la mayoría de un pueblo tiene que escoger".

Obama se refirió también a otro de los asuntos de fricción con Rusia, el de la decisión norteamericana de construir un sistema de defensa anti misiles en el Este de Europa, y lo relacionó directamente con la posición rusa respecto a las intenciones iraníes de desarrollar su propio proyecto nuclear. "Quiero que trabajemos juntos en una arquitectura de defensa contra misiles que nos haga a todos más seguros", sostuvo. "Pero si la amenaza de un Irán nuclear y de los programas de misiles balísticos es eliminada, la fuerza conductora a una defensa anti misiles en Europa será eliminada".

Tanto ése como los demás párrafos del discurso de Obama fueron respetuosa pero fríamente acogidos por un público joven -el acto era una ceremonia de graduación-, que, bien sea por carácter o por una particular forma de marcar dignamente distancias, no exhibió la pasión y la entrega de otras audiencias del presidente norteamericano en otras partes del mundo.

El presidente de EE UU, Barack Obama, saluda a estudiantes en la Nueva Escuela de Economía de Moscú.
El presidente de EE UU, Barack Obama, saluda a estudiantes en la Nueva Escuela de Economía de Moscú.REUTERS
El presidente de EE UU, Barack Obama, desayuna junto el primer ministro ruso, Vladímir Putin
El presidente de EE UU, Barack Obama, desayuna junto el primer ministro ruso, Vladímir PutinREUTERS
El presidente norteamericano asegura que "EE UU quiere una Rusia fuerte, pacífica y próspera".Vídeo: VNEWS

Desayuno a la rusa para Obama

El primer ministro ruso, Vladímir Putin, ha agasajado hoy al presidente de EE UU, Barack Obama, con un desayuno a la rusa en su residencia campestre de Novo-Ogariovo, en las afueras de Moscú.

El menú ha constado de esturión ahumado con tortitas y mermelada de arándanos rojos, huevos rellenos con caviar negro y nata agria y pelmeni (una especie de ravioli) rellenos de codorniz. Como postre, Putin ha ofrecido a su huésped helado de nata agria casera y bisel (bebida de fécula) de guinda. El desayuno ha sido amenizado por una orquesta folclórica, que tocó varias piezas populares rusas, según la agencia oficial RIA-Nóvosti.

El ágape ha transcurrido en una terraza y en el interior de la mansión del primer ministro ruso. Las mesas estaban cubiertas con manteles de estampados típicos rusos en azul, blanco y rojo, los colores nacionales. Sobre una de ellas había un gran samovar de cobre reluciente y un camarero, vestido con una típica camisa rusa sin cuello, atizaba el fuego para calentar el agua con una bota, que antiguamente se solía utilizar como fuelle.

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