El KGB se quita la careta
El general Cherkésov, hombre de confianza de Putin, reivindica el papel de los servicios secretos
El antiguo KGB de la URSS está en todas partes y manda en Rusia. El Servicio Federal de Seguridad (SFS), el sucesor de aquella tenebrosa institución, ya no anda con tapujos sobre el papel dirigente que ejerce desde la llegada de Vladímir Putin al poder en 2000, sino que lo asume y se proclama como clase elegida para cumplir la misión de mantener la integridad del Estado. Protagonista del destape de los herederos del KGB ha sido el general Víktor Cherkésov, uno de los paisanos y hombres de confianza de Putin, que llegó a ser vicejefe del SFS y su máximo representante en San Petersburgo y la región de Leningrado de 1992 a 1998. En un artículo publicado en Komsomólskaya Pravda, Cherkésov, que hoy dirige el Servicio de Lucha contra el Narcotráfico, insta a sus antiguos colegas a la unidad y también a reprimirse y autolimitarse frente a la "codicia" y otras "tentaciones" del "capitalismo subdesarrollado e inestable".
El 58,8% de los funcionarios de los órganos controlados por Putin proceden del KGB
Cherkésov: "En nuestras filas no puede haber ni arrogancia ni pánico ni autodescrédito"
Cherkésov tiene 54 años y ha dedicado más de 30 a los servicios secretos. Su texto, que rechaza la apología simplista del SFS, constituye un manifiesto de la ideología imperante en el equipo de Putin, y aparece sobre el telón de fondo de un reforzamiento de los "chequistas" (el término utilizado para designar los funcionarios de los servicios de seguridad) en las estructuras estatales y al frente de las grandes empresas. Los veteranos del KGB están hoy en la Administración presidencial del Kremlin, en los ministerios, en el comité de aduanas, en la dirección de archivos, en la Cámara de Comercio y también en la dirección de empresas petroleras y de telecomunicaciones y de las industrias más florecientes. A principios de este año, los denominados silovikí (funcionarios de la seguridad, el Ejército y la policía) y sus simpatizantes constituyen el 94,1% en las instituciones sometidas al control de Putin, afirma la socióloga Olga Krishtanóvskaya, especialista en el estudio de las élites. En concreto, un 58,8% procede del FSB y un 23,5% de la policía, señala.
La defensa del Estado, propugnada por los veteranos del KGB, es una idea popular en Rusia, pero "los silovikí socavan su base ideológica en la medida en que participan en el juego económico y se meten el dinero en el bolsillo", afirma la socióloga. Los rusos de a pie, opina, se dan cuenta de que no están ante una casta de gente moralmente limpia, sino de nuevos oligarcas, envidiosos de las fortunas acumuladas por otros.
Según Cherkésov, los órganos de seguridad no aspiraban a dirigir el país ni se habían preparado para ello, pero el destino dispuso de otro modo y ahora deben asumir esa carga. "Estoy seguro de que no temblarán, no renunciarán a su origen y a sus reglas de comportamiento establecidas de una vez para siempre", afirma. Los dirigentes comunistas de la URSS precipitaron la desintegración de aquel Estado con su "marasmo" ideológico. Ahora, para que el mismo proceso no se repita sobre el territorio recortado de Rusia, Cherkésov aconseja a sus colegas que no se aíslen y que eviten transformarse en una clase dirigente ambigua e inútil. "En nuestras filas no puede haber ni arrogancia ni pánico ni autodescrédito. Se necesita una solidaridad de camaradas dentro del grupo social que por voluntad del destino se ha convertido en una de los pilares de la sociedad rusa", afirma. Necesaria es también, señala, "una constante depuración y no permitir la entrada en nuestro medio de los virus antiestatales y antisociales de los que está contagiada nuestra sociedad".
La "única alternativa" para no repetir "el vergonzoso destino" de la "degenerada" clase dirigente de la URSS está en la "autolimitación", "la represión del espíritu de codicia" y de las "tentaciones de las que está llena la época del capitalismo no desarrollado e inestable". Cherkésov no menciona siquiera la posibilidad de recurrir a la democracia y se respalda en el escritor disidente Alexandr Zinóviev para afirmar que quienes lucharon contra el comunismo lucharon de hecho contra la patria y se convirtieron en "instrumentos de una voluntad ajena y malvada". De paso, el general alude a su propia responsabilidad como perseguidor de disidentes. Lo hace para justificar su actuación. Al perseguir a disidentes, Cherkésov no quería, según dice, "echar a perder la vida a la gente", sino que actuaba guiado por el deseo de que comprendieran que "en la mayoría de los casos" su lucha ideológica "apuntaba al corazón del Estado".
Como funcionario del KGB, Cherkésov fue condecorado en 1984. Su historial incluye la persecución de una revista religiosa, del movimiento feminista de Leningrado y de un sindicato independiente, uno de cuyos dirigentes murió en la cárcel. Yuli Ribakov, ex parlamentario y antes disidente condenado por difundir obras de Alexandr Solzhenitsin, afirmó que Cherkésov ordenó registrar su vivienda en 1988 durante una investigación contra el periódico anticomunista Libertad de Palabra, que fue el último caso incoado en la URSS por "agitación y propaganda antisoviética". Entonces, el general anunció la desarticulación de una conspiración antisoviética y, como prueba, mostró un fax, con el cual, según dijo, se podían enviar textos al extranjero. Cherkésov es considerado el iniciador en 1996 del proceso por espionaje contra el capitán Alexandr Nikitin, que denunció la contaminación nuclear por los submarinos rusos. El oficial fue absuelto de todos los cargos.
Cherkésov, sin embargo, no está al margen de las complejas realidades rusas. Está casado con Natalia Chaplin, una periodista de éxito de San Petersburgo, que se distinguió en la liberalización informativa propiciada por la perestroika. Eso no obsta para que el general se considere un chequista hasta la médula. "Sea cual sea el nombre de la institución que ahora dirijo y sea cual sea mi título y posición, fui y sigo siendo un chequista como lo fueron y siguen siendo muchos de los que hoy se ocupan de la dirección del Estado en distintos niveles del poder legislativo y ejecutivo", señala.
La desintegración del Estado
La integridad territorial de Rusia o bien está muy amenazada o bien es muy frágil. Esa es, al menos, la impresión que trasmiten el presidente Vladímir Putin y sus colaboradores cuando hablan de los peligros que acechan a su país, en el supuesto de que la lucha por la unidad de la patria no sea un pretexto para evitar su democratización.
Según el general Víctor Cherkésov, antiguo dirigente del KGB y ahora hombre de confianza de Putin, está en marcha una "campaña informativa destinada a desacreditar a los servicios de seguridad", cuyo "blanco real" es la misma Rusia. "Hay que mirar a los ojos esa horrible verdad, la posibilidad de otra desintegración del Estado, la segunda tras la desintegración de la URSS y puede que la última, tras la cual nuestra existencia histórica se agotará y pasaremos a contarnos entre los pueblos sin Estado y las civilizaciones muertas", afirma.
Los pueblos que viven en Rusia y "los rusos en primer lugar" podrían verse "arrojados al remolino de las catástrofes sociales, militares, criminales, demográficas e incluso antropolíticas", y hasta sufrir "el destino de muchos pueblos africanos", a saber, "la extinción", el "caos" y el "genocidio intertribal".
Sin embargo, el general Cherkésov evita identificar explícitamente cuál es el sujeto que hoy supuestamente atenta contra Rusia como, según él, atentara antes contra la URSS.
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