Ingrid y otras 600 tragedias más
Las FARC mantienen a cientos de secuestrados en condiciones infrahumanas
"Me obligaron a marchar por la selva, cruzando ríos y soportando fuertes lluvias. En una caída me fracturé una costilla. No podía caminar. Tuve problemas de rodillas, parasitosis, gusanos y falta de proteínas. Pero decidí no morir. Cuando mejoré, comenzaron a amarrarme con cadenas. Mi vida se había vuelto peor que la de un perro". Javier Corral, un cardiólogo de Medellín, tuvo suerte. En octubre de 2002, tras dos años en manos de las Fuerzas Revolucionarias Armadas de Colombia (FARC) y después del pago de dos rescates, pudo abrazar a su mujer.
El suyo fue un secuestro relativamente corto, al lado de los 6, 8 o 10 años que llevan cautivos otros rehenes. Y pudo contarlo. Daniela Vanegas, en cambio, no volvió a ver sus padres ni a su gemela. La familia se embarcó durante un año en negociaciones desesperadas con el jefe de la columna Abelardo Forero de las FARC, que exigía un rescate exorbitante. Por toda respuesta, recibieron en septiembre de 2004 el cuerpo de Daniela, con el rostro desfigurado y cuatro puñaladas en el pecho. Tenía 14 años.
El secuestro ha castigado a 20.000 familias en los últimos ocho años
Ante la opinión pública internacional, el secuestro en Colombia tiene un rostro: el de Ingrid Betancourt. Sin embargo, otras 600 personas comparten la tragedia de la ex candidata presidencial. Colombia ostenta el récord de secuestros en el mundo, y las FARC son autoras de la mayoría de ellos, por delante de otros grupos armados y de la delincuencia común.
Dos son los objetivos de la guerrilla: por un lado, políticos y miembros de las fuerzas de seguridad (los llamados canjeables), a los que pretende intercambiar por guerrilleros encarcelados. Por otro, los civiles, con fines de extorsión. Y ahí todo vale. Hasta hace poco, no eran infrecuentes las llamadas pescas milagrosas, capturas masivas en autobuses, iglesias o mercados. El secuestro es la segunda fuente de financiación de la guerrilla, después del narcotráfico. Y ha castigado a unas 20.000 familias en los últimos ocho años, según datos de la Fundación País Libre.
Los testimonios de los supervivientes describen una experiencia atroz. Cautivos en selvas o montañas insalubres y obligados a penosas caminatas, los rehenes sufren malnutrición (con una dieta de frijol y arroz) y enfermedades como parasitosis -sobre todo la leishmaniasis-, hepatitis e infecciones urinarias e intestinales. Los cuerpos demacrados de Fernando Araújo, actual ministro de Exteriores, y del policía John Pinchao, que lograron escapar de las FARC, impactaron en un país acostumbrado al horror.
Los secuestradores no intentan humanizar el trato. Para evitar las fugas suelen encadenar a los cautivos. Los castigos físicos están a la orden del día. Un acto de rebeldía puede llevar al rehén a pasar meses atado a un árbol, como le ocurrió a Araújo o a la propia Betancourt, según el testimonio de Pinchao.
El único vínculo con la vida exterior son algunos programas de radio, como Las voces del secuestro o La Carrilera de las Cinco, que transmiten mensajes de las familias.
Las FARC usan además a los rehenes como escudos humanos. En caso de proximidad del Ejército, los matan sin contemplaciones. Con eso intentan maniatar al Gobierno. "Los guerrilleros que me vigilaban tenían entre 13 y 17 años", contaba el médico Javier Correa a la ONG holandesa Pax Christi. "Entre ellos reina el miedo, la desconfianza y la falta de libre determinación. Carecen de todo interés por la vida humana".
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