Egipto clama por el fin del régimen ya
Cientos de miles de personas se concentran de forma permanente en el centro de El Cairo - Mubarak anuncia que no se presentará a la reelección en septiembre
No solo los egipcios, sino el mundo, empezando por Barack Obama, empujaban a Mubarak hacia la puerta de salida. Obama envió al diplomático Frank Wisner, antiguo embajador en El Cairo, para instar al presidente egipcio a que renunciara a un nuevo mandato. Septiembre, sin embargo, quedaba lejísimos. Además de renunciar a una improbable reelección, Mubarak afirmó en su alocución televisiva que había "escuchado a los jóvenes", que tutelaría una reforma constitucional y una transición, y de nuevo se presentó como único dique "frente al caos". "Moriré en Egipto", prometió, descartando la opción del exilio. La multitud en la plaza cairota de la Liberación, reaccionó al discurso con gritos furiosos de "fuera, fuera". "Si Mubarak no se va nosotros tampoco", afirmaron algunos manifestantes. Miles de personas se quedaron en la plaza tras el discurso del presidente y blandieron sus zapatos en señal de repudio, informa Nuria Tesón. Para comprobar la auténtica repercusión de las palabras del presidente había que esperar, sin embargo, a la jornada de hoy.
Obama presiona al mandatario para que deje el poder y permita reformas
Mohamed el Baradei, ex director de la Organización Internacional de la Energía Atómica, premio Nobel de la Paz en 2005 y portavoz provisional de la plataforma de oposición, lanzó algo parecido a un ultimátum: habló del viernes como la fecha límite para que Mubarak y su familia se fueran de Egipto. El influyente presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, John Kerry, fue rotundo: Mubarak y familia, dijo, debían "desaparecer de la ecuación".
El rais se dirigió anoche por televisión a la nación para anunciar que no iba a presentarse en las presidenciales de septiembre. La sociedad egipcia comprobó, con orgullo y entusiasmo, que disfrutaba de un respaldo casi planetario. Y que el Ejército estaba, al menos por el momento, con la gente.
En realidad, por más que se esforzara Mubarak, el asunto se había reducido a una cuestión de tiempo y formas. El Ejército no deseaba desgarros internos ni una fuga humillante para el que durante 30 años fue su jefe y héroe. Washington pugnaba para que la revuelta desembocara en una evolución estable hacia una democracia egipcia más o menos controlada, que preservara la vocación prooccidental y los lazos (que ya nunca podrían ser tan intensos como bajo Mubarak) con Israel, y el jefe del Pentágono, Robert Gates, conferenció por teléfono con la cúpula militar egipcia para trazar un plan de acción.
EE UU, que subsidia a Egipto con más de 2.000 millones de dólares anuales, entre ayuda militar y civil, e Israel, un vecino muy inquieto por su seguridad en la era pos-Mubarak, apostaban por una transición pilotada por Omar Suleimán, el nuevo vicepresidente, un hombre que había dirigido los servicios secretos y en el que confiaban tanto Obama como Benjamín Netanyahu. El temor de ambos radicaba probablemente en que la terquedad de Mubarak, empeñado en cumplir su mandato y evitarse la vergüenza del exilio, deteriorara aún más la situación y condujera a una revolución de alcance imprevisible.
Durante la jornada circularon rumores sobre donde podría ir el faraón. Uno de los hipotéticos destinos para el exilio de Mubarak podría ser Alemania, donde últimamente había recibido tratamiento contra el cáncer. La jefa del Gobierno, Angela Merkel, pudo invitarle a establecerse de forma indefinida en territorio alemán durante una llamada efectuada el lunes.
Desde la calle no era ya posible hacer más. La multitud desbordó como nunca la emblemática plaza de la Liberación, en El Cairo, gritando contra Mubarak en un tono que se había despojado de la exasperación violenta del viernes, cuando las batallas campales desfondaron a la policía, y había pasado a la impaciencia festiva. Los centenares de miles que no pudieron acudir a la capital, por la paralización de los trenes, se manifestaron en Alejandría, Suez, Asuán, Mansur y otras ciudades. Había muchas mujeres y niños y una completa ausencia de miedo, gracias al beneplácito expresado por los militares. En cierta forma, Mubarak se veía degradado desde la condición de enemigo del pueblo a la de simple estorbo, quizá lo más humillante para un dictador que fue todopoderoso durante tres décadas.
A la imparable revuelta popular se sumaba la presión económica. Egipto permanecía paralizado desde el viernes, no funcionaban ni Internet ni los bancos, el puerto de Alejandría no trabajaba, surgían problemas de desabastecimiento, millones de personas perdían sus ingresos cotidianos y las grandes empresas sufrían una hemorragia de beneficios. La Agencia Moody's degradó la deuda egipcia al nivel de BB, y pronosticó un empeoramiento. El país no podía permitirse que la situación durara más tiempo. "Mubarak quiere hacernos un último favor arruinándonos", dijo con sarcasmo Safik Tahiri, un ingeniero de 36 años empleado en el sector del gas, que se manifestaba en El Cairo junto a su familia.
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