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Columna
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Duelo de titanes

Son dos titanes enfrentados. De una parte, un presidente escudado en la sección 2ª del artículo II de la Constitución americana que le confiere, como comandante en jefe, el mando supremo de las fuerzas armadas y la dirección de la política exterior. De otra, un Congreso de mayoría demócrata, que, también amparado en la Constitución, tiene lo que en la jerga política estadounidense se conoce como the power of the purse (el poder de la bolsa), es decir, la capacidad de conceder o denegar los créditos necesarios para llevar a cabo cualquier acción bélica. El escenario de este duelo de titanes es Washington DC, convertido por la guerra de Irak en una especie de OK Corral político. Queda por dilucidar quién se convertirá al final en el Wyatt Earp del clásico western, si George Bush o Nancy Pelosi y Harry Reid, presidenta de la Cámara y líder del Senado, respectivamente. El primer asalto lo ha ganado Bush con su anunciado y constitucional veto al proyecto de ley que el martes le envió el Congreso, que condiciona la concesión al Pentágono de 124.000 millones de dólares para las operaciones militares en Irak y Afganistán al establecimiento de un calendario para la retirada de las "tropas de combate" -¡ojo al término!- de Irak.

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Los demócratas han cumplido con su deber con el envío de la ley a la Casa Blanca. Era un compromiso electoral que responde, como demuestran las encuestas, a una amplia demanda de la sociedad americana. Pero las exiguas mayorías obtenidas en ambas Cámaras, cinco votos en el Senado y 10 en la Cámara baja, anulan en la práctica los esfuerzos demócratas, desplegados a lo largo de 80 días, para conseguir una ley consensuada entre las dos Cámaras. Bush vetó la legislación el mismo día que la recibió y el miércoles la devolvió al Congreso, donde los demócratas precisarían de la mayoría de dos tercios en ambas Cámaras que establece la Constitución para anular el veto presidencial. Mayoría que, con el actual reparto de escaños, están lejos de alcanzar.

Por tanto, no habrá calendario para la retirada, pero, por el momento, tampoco habrá fondos adicionales para la guerra. El problema se plantearía a partir de julio, cuando los fondos del Pentágono se agoten, si es que para entonces la Casa Blanca y el Congreso no han llegado a un acuerdo. Y, de una forma u otra, acuerdo habrá. No hay que ser un fan de Bush para comprender las razones de su veto. En una guerra, sería suicida anunciar al enemigo la fecha de la retirada. Los demócratas han conseguido una victoria simbólica al forzar el veto presidencial, pero saben que, por ahora, sus posibilidades de fijar un calendario de retirada de las tropas cuando los mandos militares intentan llevar a cabo el primer plan coherente de estabilización de Irak desde la invasión son nulas. Por eso, desde las filas demócratas se empiezan a considerar otras sugerencias; por ejemplo, que la aprobación de fondos esté condicionada no a un calendario de retirada, sino a la fijación de una serie de compromisos a cumplir por parte del Gobierno iraquí. Lo malo es que, como reconoce el propio embajador americano en Bagdad, Ryan Crocker, el primer ministro Nuri al Maliki "tiene que apagar demasiados fuegos". Y su liderazgo para el nuevo jefe militar en Irak, general David Petraeus, es manifiestamente mejorable. "No es el Tony Blair de Irak. No tiene una mayoría parlamentaria", declaró Petraeus hace una semana.

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