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Cheney, al frente de una oposición 'ultra'

El ex vicepresidente dice que Obama pone el país en peligro

Antonio Caño

Más que una prueba de su prestigio, el protagonismo de Dick Cheney como principal azote del Gobierno de Barack Obama es el reflejo de la profunda crisis por la que atraviesa el Partido Republicano, incapaz de desprenderse de sus viejas lealtades y presentar un frente alternativo contra la popularidad del presidente.

Aunque estemos aún en la resaca de las últimas elecciones presidenciales, queda sólo año y medio para una nueva cita con las urnas en EE UU (los comicios de mitad de legislatura) y, si no se producen novedades pronto, la oposición va a llegar a esa cita sin mensaje, sin liderazgo y abocada a una derrota estrepitosa.

"Los republicanos saben que tienen que cambiar, pero parecen aprisionados por antiguos principios que ya no tienen eco alguno entre la población", afirma el influyente columnista conservador centrista David Brooks.

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Entre ese desconcierto, resuena con fuerza la voz del ex vicepresidente Cheney, que reivindica los méritos de la desprestigiada Administración para la que trabajó (o dirigió) y aboga por un conservadurismo más cercano al del famoso locutor ultraderechista Rush Limbaugh que al del moderado ex secretario de Estado Colin Powell. "Si tengo que elegir, me quedo con Limbaugh", dijo recientemente en una entrevista en televisión. "Tengo la impresión de que Colin [apoyó a Obama] ha dejado el partido, no creo que siga siendo un republicano".

Mientras el respaldo a Obama sigue al alza (66% en el último sondeo de Gallup) y el de los republicanos a la baja (34%), Cheney ha abierto la única vía de ataque que encuentra impacto en los medios de comunicación: la nación está en peligro.

"La decisión del Gobierno de suspender las políticas de seguridad de la era de George Bush significa que, en el futuro, no vamos a contar con los mismos instrumentos de protección que hemos tenido en los últimos ocho años", ha advertido el ex vicepresidente, que defiende los métodos de interrogatorios denunciados como torturas por los actuales responsables políticos.

Cheney se ha erigido también en vigilante de los valores conservadores. "No compro la idea de que ganaremos las elecciones cuando nos parezcamos a los demócratas. Ganaremos las elecciones cuando concurramos con un programa que refleje sólidos principios conservadores", afirma.

Esas palabras constituyen una desautorización del último candidato republicano, John McCain, que hoy oscila entre el centro y la derecha con creciente irrelevancia, y de otras figuras que intentan mover al partido hacia posiciones menos radicales.

La especie de los moderados está en el ostracismo desde que hace 10 días se cambiara de bando el senador Arlen Specter. Los invitados habituales en las tertulias son representantes del pasado del partido, y alguno que intenta abrirse paso, como el congresista de Virginia Eric Cantor, tiene que enfrentarse al poder imperante de las antiguas ideas.

"Creo que nuestras propuestas políticas y nuestros principios son tan viables hoy como lo han sido en el pasado", dice McCain. "Tengo una profunda confianza en que los principios de Ronald Reagan, los principios de Margaret Thatcher, los principios de Abraham Lincoln tienen futuro. No soy partidario de la nostalgia, pero creo necesario aprender del pasado para encontrar una solución al Partido Republicano", opina el ex congresista Newt Gingrich, otro de los viejos caudillos que se niega a desaparecer.

Paradójicamente, es Jeb Bush, el hermano del último ex presidente, quien ha salido estos días a hablar de la necesidad de "superar la nostalgia por Reagan" y presentarle una nueva oferta a la nación. "No se puede vencer a algo con nada, y el otro lado ofrece algo. A mí no me gusta, pero es algo, y nosotros tenemos que ser respetuosos e inteligentes respecto a eso", ha advertido el ex gobernador de Florida.

La necesidad de esa oferta se hace agobiante a medida que entramos en un nuevo ciclo electoral. Los republicanos han perdido 50 escaños en el Congreso en las dos últimas elecciones. Están a punto de perder la minoría de bloqueo en el Senado (hay un escaño pendiente de decisión judicial en Minnesota), y otra derrota suya el año próximo pondría en manos de Obama y de los demócratas un poder desconocido en Washington desde hace décadas.

Jeb Bush no parece, en todo caso, el nombre más apropiado para encabezar una oferta renovadora. Cantor es quien más lejos ha ido en ese sentido con la presentación el pasado 30 de abril de un grupo llamado Consejo Nacional para una Nueva América, que intenta ser un aglutinante de las distintas sensibilidades que conviven en la oposición.

"El Consejo Nacional para una Nueva América se comprometerá en el desarrollo de soluciones innovadoras para hacer frente a los serios problemas que afronta nuestro país", dijo el propio Cantor, de 45 años, en el lanzamiento de su iniciativa.

El Partido Republicano no tiene sólo un déficit de ideas innovadoras sino de conexión con el país real. La escasa proporción de mujeres dentro de su grupo parlamentario -no llega al 9%- es el reflejo de sus dificultades para comunicarse con ese sector del electorado, que votó demócrata el año pasado por casi un 15% de diferencia. Su decisión reciente de nombrar a un negro, Michael Steele, como presidente del partido (un cargo de escaso poder), es una triste compensación por el hecho cada día más rotundo de que el Partido Republicano se ha convertido en un partido exclusivo para blancos.

"En ocasiones, el partido parece haberse desligado de las relaciones inmediatas con los ciudadanos. Se ha hecho tanto el partido del individualismo y la libertad que ha dejado de ser el partido de la comunidad y el orden", opina Brooks.

Es mucho, por tanto, lo que tienen por delante los conservadores para reconquistar el control de la vida política. Sólo un fracaso de Obama -posibilidad con la que siempre cuenta un partido de oposición- puede acelerar ese difícil tránsito.

Dick Cheney interviene en un acto en marzo de 2007.
Dick Cheney interviene en un acto en marzo de 2007.AFP

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