Beatriz y Manoucha ya pueden comer arroz
Las mujeres, las únicas que tienen derecho a recibir ayuda humanitaria en Haití, esperan largas colas escoltadas por soldados estadounidenses y cascos azules
Apenas pueden mover el saco de 50 kilogramos de arroz. Lo arrastran un poco hasta que se cansan; tratan de transportarlo en un columpio improvisado con plásticos cruzados pero unos metros más allá, Manoucha, la más baja, se queda sin fuerza y deja caer su lado. Ella y Beatriz no son las únicas mujeres en dificultades durante el reparto de ayuda humanitaria en el puerto de la capital. Hay situaciones cómicas y formas creativas de apañarse que provocan las carcajadas de las protagonistas. Aunque para la mayoría es la primera vez que reciben alimentos desde el terremoto, el ambiente es tranquilo, incluso festivo.
La ONG estadounidense cristiana World Vision alinea decenas de camiones cargados con 80 toneladas de arroz. Se trata de una gran distribución. Las medidas de seguridad son extraordinarias. Parece que más que arroz por allí va a pasar el mismísimo Barack Obama. Decenas de soldados estadounidenses y cascos azules de la ONU, procedentes de Brasil y Paraguay, ocupan las entradas al puerto y protegen un corredor de unos 300 metros en el que las mujeres entran escoltadas y en fila india tras mostrar sus cupones. Son las únicas que tienen el derecho a la ayuda humanitaria. Los hombres se arraciman en la entrada de la zona portuaria mientras que una nube de moto-taxistas aguarda para hacer el agosto y conducir a las afortunadas a cambio de cinco gurdas (un dólar haitiano; unos ocho céntimos de euro).
"Repartimos sólo a las mujeres porque son más responsables. Es la única forma de estar seguros de que la ayuda llega a los hogares y a los niños. Los hombres además de dar a veces problemas de orden público son menos fiables; muchos acaban vendiendo lo que reciben en el mercado", asegura el responsable del reparto. "Al principio tuvimos serias dificultades porque no conocíamos bien la situación. Íbamos a lugares en los que confluían dos sectores y desde el sector A distribuíamos comida en el B. Ahora lo hemos entendido y ellos han entendido que la ayuda será constante, no esporádica".
Beatriz y Manoucha siguen con sus aprietos en el transporte de la saca de arroz. Las avispadas se orillan para no molestar y dividen la carga en dos sacos más pequeños y manejables. Lo hacen ayudadas de un cazo de tamaño medio de metal. Cincuenta kilogramos llena 18 cazos, según explican. El reparto equitativo son nueve cada una. Hay mujeres que son tan pobres que ni siquiera tienen un recipiente para medir y lo hacen a ojo y con las manos. Nadie se aprovecha de nadie. Nadie discute un puñado de más o de menos. Hay solidaridad.
"No nos conocíamos de nada antes de llegar al puerto", dice Beatriz, de 20 años. "Los americanos nos sitúan por parejas y reparten un saco de 50 kilogramos que debemos compartir. Es la primera vez que recibo ayuda en un mes. Mi casa está destruida y vivo en un campamento cerca de la calle Deschamp". Manoucha asiente y asegura que los cupones se los dio un policía de Cité Soleil y que no cobró nada por ello. "Tampoco tengo casa. Hoy me desperté a las cinco para venir a buscar la ayuda. Entré a las 5.30 en el puerto y me han dado el saco cinco horas después. Estoy contenta".
Los soldados norteamericanos que protegen la puerta empujan a los hombres que tratan de colarse o ganar una posición. A diferencia de Irak o Afganistán, llevan la bocacha del fusil baja, pero como en aquellos países, se empeñan en expresarlo todo en un tono de voz alto y en un idioma que la población local no entiende.
Las mujeres, en parejas o el saco dividido, se aproximan a la zona donde aguardan los hombres. Algunas siguen zigzagueando sin que nadie les ayude. Los militares están sólo para dar seguridad. Se acaba el reparto por hoy. Los camiones se quedan vacíos. Afuera, un tráfico infernal, como el de Kabul.
El arroz que han recibido las mujeres dará para dos semanas, según la estadística del Plan Alimentario Mundial, organismo de la ONU. La realidad, dependiendo de la prudencia en el uso y el número de bocas, es otra. "Somos cinco de familia y esto se acaba antes de ocho días", explica Beatriz. ¿Y después? Aplacado medio hambre, el otro medio deberá esperar al próximo reparto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.