Bangkok, ciudad dividida
La barrera divisoria entre partidarios del ex primer ministro Thaksin Shinawatra y los incondicionales del rey ha partido en dos el centro de la capital tailandesa
La dirección de algunos hoteles de Bangkok ha colocado en sus ascensores un cartel que recomienda a sus clientes que se mantengan alejados a toda costa del campamento en el que están concentrados miles de camisas rojas en el centro de la capital tailandesa para pedir la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones .
El denominado Centro para la Resolución de Situaciones de Emergencia (CRES, en sus siglas en inglés) asegura en la nota que, "dado que la causa política implica a una multitud muy numerosa, los enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad podrían producirse en cualquier momento, y convertirse en violentos sin previo aviso". Afirma que "las autoridades están esperando el momento adecuado para suprimir a los terroristas que se encuentran entre los manifestantes", pero que la prioridad es "causar el mínimo daño posible a las mujeres y los niños". Una estrategia que denomina "separar el agua de los peces".
No será fácil. Desde que, a mediados de marzo, los camisas rojas empezaron a ocupar algunas zonas de la capital para exigir la dimisión del primer ministro, Abhisit Vejjajiva, el problema se ha enconado día tras día, y no parece haber solución a la vista. Bangkok se ha convertido en una ciudad dividida, con los rojos -muchos de ellos, partidarios del ex primer ministro Thaksin Shinawatra , que se encuentra exiliado en el extranjero- por un lado, y, por otro, los amarillos -incondicionales del rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej, y protagonistas de las manifestaciones callejeras que condujeron al golpe militar que expulsó a Thaksin del Gobierno en 2006-. Entre ambos, existe un grupo "multicolor", que se ha echado a la calle para denunciar lo que consideran el secuestro de la ciudad por los rojos.
La barrera divisoria entre rojos y amarillos alcanza su cénit en el cruce de Ratchaprasong, junto al altar hindú de Erawan, donde los manifestantes han levantado un gran escenario . A su alrededor, hay miles reunidos. Los accesos al campamento, que se extiende sobre una superficie de unos tres kilómetros cuadrados, están guardados por barricadas de unos tres metros de altura y, en algunos lugares, de más de un centenar de metros, construidas con neumáticos de camión y enrejados de palos de bambú, coronados de banderas rojas. A su entrada, jóvenes, algunos de ellos con matracas, otros con palos, vigilan la situación.
En el extremo sur del campamento, donde confluye con la calle Silom, una de las más comerciales de la ciudad, varias pancartas sobre las barricadas dicen: "No somos terroristas", "No somos violentos", "Sólo paz y democracia". La música se escapa del interior del campamento, donde los concentrados descansan bajo toldos y grandes tiendas de campaña. En el exterior, han sido desplegados miles de policías, antidisturbios y soldados, con escudos y fusiles de asalto. Llevan chalecos antibalas, casco, y pañuelos de colores alrededor del cuello. Sudan bajo el tremendo calor y la humedad. En muchos cruces, hay camiones y autobuses policiales.
En la calle Silom, soldados con uniforme de camuflaje vigilan las entradas a bancos, edificios de oficinas, cajeros automáticos e instituciones financieras. El edificio ITF Tower está rodeado de rollos de alambre de espino. Camiones militares circulan por la zona arengando con altavoces a la población. "La gente quiere democracia. Thaksin es un mal hombre. Queremos al rey. Amo a mi país", dice Somsri, una mujer de 60 años, que sostiene una bandera amarilla en la mano. "Yo no soy de los unos ni de los otros, sólo quiero democracia y poder trabajar en paz", añade otro vecino, que no da su nombre, y se declara también ferviente admirador del rey.
Comercios y hoteles de lujo que se encuentran en la zona ocupada por los manifestantes han echado el cierre. La presencia policial es especialmente intensa en la calle Silom, a la cual Abhisit advirtió hace unos días que no permitirá el acceso de los manifestantes.
Pero, en medio de este enfrentamiento y la tensión subyacente, la actividad en la calle sigue siendo intensa en esta ciudad habituada al bullicio y el comercio callejero. Vendedores ambulantes ofrecen sus mercancías en puestos, junto a restaurantes al aire libre, en los que comen oficinistas y paseantes. La gente sortea los alambres de espino, bajo la mirada de los soldados, como si se hubiera acostumbrado a la situación en esta ciudad en la que está vigente el estado de excepción.
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