Aznar y Blair, unidos contra Irak
Los diarios de Campbell critican la boda de la hija del ex presidente del Gobierno español
El libro más esperado del año en Reino Unido -al margen de Harry Potter- llegó ayer por fin a las librerías: los diarios de Alastair Campbell, el que fuera jefe de prensa, portavoz y director de comunicación y estrategia de Tony Blair. Escrito a partir de los diarios redactados desde que empezó a trabajar para Blair en 1994 hasta que abandonó Downing Sreet en 2003, Los años Blair. Extractos de los diarios de Alastair Campbell, constituyen un material de primera mano sobre los casi tres lustros que ha pasado Tony Blair en el centro de la política británica.
El ex jefe del Gobierno español, José María Aznar, que presume de amistad personal con los Blair, sólo sale citado seis veces y más bien de pasada a pesar de asociarse con él tanto en política económica como, sobre todo, en la guerra de Irak. La cita más jugosa es cuando Campbell critica la decisión de Blair de asistir a la boda de la hija del entonces jefe del Gobierno español, que según su descripción se comportaba "como si fuera de la familia real".
La más divertida -aunque bien podría ser también la más triste- es cuando Aznar le confiesa a Blair que sólo el 4% de los españoles apoyan la guerra de Irak y éste ironiza que ése es más o menos el porcentaje de gente que en las encuestas dice que Elvis Presley aún está vivo. "Aznar estaba tan decidido como Blair a invadir Irak", escribe Campbell.
En otro momento, cuando Campbell recomienda a Blair que no anuncie su retirada a media legislatura porque eso le debilitaría, el propio Campbell admite que no fue ése el caso de Aznar porque "ha sobrevivido bien" a su decisión de anunciar por adelantado que sólo estaría dos legislaturas en el poder.
Las otras tres menciones a Aznar son un pie de página en el que se nombra a los asistentes a la cumbre de las Azores en vísperas de la guerra de Irak. Otra en la que Campbell señala, al referirse a esa cumbre, que "Aznar estaba defendiendo la importancia de la alianza transatlántica, aunque él estaba en aguas políticamente aún más calientes que nosotros". La última cita -en realidad, la primera vez que sale citado en el libro, en la página 483- es para decir que se retiró junto al portugués Antonio Guterres de una habitación en la que varios primeros ministros negociaban en la cumbre de Niza de diciembre de 2000.
Los diarios de Campbell son largos (757 páginas sin contar los índices onomásticos) y no exactamente fáciles de leer. Más interesantes que amenos, no destacan por su prosa pero están plagados de anécdotas de primer orden. Un rápido hojeo inicial lleva a la conclusión de que el mundo de Campbell se divide entre buenos y malos: los buenos son los que han trabajado con Blair; los malos son, sobre todo, los periodistas.
El propio Campbell viene del mundo de los malos: fue cronista político de un tabloide, The Daily Mirror, y alcohólico rehabilitado. Con la fe que empuja a los conversos y los conocimientos de muchos años detrás de la barrera, el autor ve el mundo con otros ojos desde que saltó al ruedo, del que se retiró en cuanto pasó el tiempo suficiente para que su marcha no pudiera relacionarse directamente con el caso Kelly, el peor momento de todos los momentos malos que vivió como testigo del poder.
Quizás sean las páginas dedicadas a ese asunto algunas de las más interesantes. Campbell explica cómo se sintió "enfermo" al enterarse del suicidio del científico David Kelly, el hombre que quedó atrapado en medio de dos fuegos, los que se lanzaban mutuamente Downing Street y la BBC a cuenta de la guerra de Irak. El primer instinto de Campbell entonces fue dimitir porque "las cosas han llegado demasiado lejos y hay que parar". Pero Blair y su entorno le hicieron recapacitar.
Desde el punto de vista político hay que lamentar la poda que Campbell ha hecho para no exponer en toda su crudeza las desavenencias entre Blair y su sucesor, Gordon Brown, y no dar así carnaza a los conservadores de cara a las próximas elecciones.
La noticia más caliente probablemente sea la revelación de que Blair estuvo a punto de tirar la toalla en junio 2002. Aunque los diarios no detallan por qué no acabó marchándose, parece sobrentenderse que el entonces primer ministro creyó necesario seguir para no abandonar a EE UU cuando hacía menos de un año del 11-S.
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