_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Afpak, paquete explosivo

Lluís Bassets

En Afpak hay de todo: talibanes, Al Qaeda, armas nucleares, mafias tribales, campos de amapolas, tropas extranjeras, emboscadas guerrilleras contra las tropas de la OTAN, asesinatos selectivos con aviones no tripulados estadounidenses, Gobiernos que gobiernan poco y mal, tráfico ilícito de capitales, autoridades corruptas, madrasas fundamentalistas, mujeres con burka.

Hay más cosas que nada tienen que ver unas con otras, por una razón muy sencilla: Afpak, sigla que une los nombres de Afganistán y Pakistán, no existe, ni ha existido nunca, salvo en los papeles del Departamento de Estado y de la Casa Blanca. E incluso su existencia virtual es y será cada vez más débil, a medida que se vaya hundiendo la estrategia que puso en marcha esta denominación.

Empezó en Afganistán, pero el peligro está en Pakistán, de donde debía llegar la solución

Afpak debe su precaria existencia a la actual presidencia de Estados Unidos. Barack Obama no criticaba a George Bush únicamente por su guerra de Irak, sino que incluía la escasa atención prestada a la guerra de Afganistán y la ausencia de una estrategia regional que comprendiera a Pakistán. La rectificación conducía a salir de Irak, desplazar los esfuerzos militares a Afganistán y abrir un capítulo nuevo que atacara las causas de la inestabilidad crónica en la frontera afgano-paquistaní.

Dos razones justificaban, junto al desplazamiento de esfuerzos, la creación de un paquete que abarcara a los dos países. No se podía ganar la guerra de Afganistán sin la colaboración de Pakistán: sus poderosos servicios secretos crearon la guerrilla talibán que venció a los soviéticos y nunca han dejado de jugar a dos barajas, con los aliados occidentales y con los grupos terroristas, Al Qaeda incluida. Esta es la segunda razón: Bin Laden se guarecía en Afpak, quién sabe si en la zona fronteriza entre los dos países o incluso más adentro de Pakistán.

El primer objetivo, conseguir algo parecido a la victoria en Afganistán, ha quedado descartado. Y ha sido el segundo objetivo ya alcanzado, liquidar a Bin Laden, el que ha echado una mano al primero y permitirá a Washington presentar la retirada como un movimiento digno y vencedor. Descabezada Al Qaeda, la organización enemiga en la guerra contra el terror, es más fácil poner fecha en 2014 para empezar a salir de Afganistán y proclamar cumplidos los objetivos. Con un problema adicional y creciente: los talibanes se están encargando de desmentirlo tantas veces como pueden con sus atentados y ahora con el asesinato de Ahmed Wali Karzai, el hermano del presidente afgano y buen aliado de los servicios secretos estadounidenses.

Tras el asalto de Abbotabad, el inexistente Afpak ha dejado de existir del todo. Estaba compuesto por un país sin Estado como Afganistán, que no lo ha tenido nunca y que ha sido secularmente una trampa para elefantes, es decir, para los imperios; y por otro, como Pakistán, que se ha convertido, según expresión ya consagrada por la diplomacia y el periodismo "en el país más peligroso del mundo". Ambos seguirán exactamente igual durante muchos años.

El escaso prestigio de EE UU en la región, tras esta década bélica, ha caído todavía más, especialmente en los dos últimos años de la estrategia Afpak. Según el Pew Research Center, un 63% de los paquistaníes desaprueba la muerte de Bin Laden; un 73% tiene una mala imagen de EE UU, al que un 69% considera un país enemigo; y un 68% desconfía de Obama. Un dato que explica buena parte del problema es que para un 57% de los paquistaníes India es la mayor amenaza para su país, frente a un 19% que considera que son los talibanes, y solo un 5% Al Qaeda.

Lo más explosivo del paquete abandonado de Afpak no es donde todo empezó, Afganistán, sino de dónde debía llegar la solución, Pakistán, antaño un estrecho aliado de Washington, que desde la guerra fría ha ido alejándose cada vez más de las capitales occidentales. EE UU le va a cortar más de un tercio de la ayuda militar. Las relaciones siempre difíciles con el Inter Service Intelligence, sus servicios secretos, y con sus militares se hallan en un punto de máxima tensión después de la liquidación de Bin Laden. Pakistán sigue con sus armas nucleares de dudoso control y con una creciente inestabilidad política que hace temer por las manos que puedan controlarlas algún día.

Afpak no existe, pero es un paquete altamente peligroso: el fuego prende en la mecha afgana, pero los explosivos son paquistaníes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_