2001-2010: in memóriam
Todas las sociedades, todas las épocas, todas las décadas se ufanan de haber dado alojamiento a alguna crisis, término que puede ser la otra cara de una revolución. ¿Cuál es, por tanto, la gran crisis revolucionaria del siglo XXI?, ¿será la llegada de un político negro a la Casa Blanca?, ¿el desencadenamiento del terrorismo internacional, cuyo estandarte dice ser Al Qaeda?, ¿el comienzo del declive del imperio americano, derrotado o camino de ello en dos guerras del Asia central?, ¿la emergencia de China como potencia global?, ¿la invención de un socialismo precisamente llamado del siglo XXI en Venezuela?, ¿la progresiva instalación del factor indígena en la política de América Latina?, ¿el paulatino naufragio del Titanic europeo, en la debacle del capitalismo financiero?
Si el periodismo hoy es de investigación, la gran exclusiva es de los 'hackers'
Aunque todas las conmociones anteriores presentan serios méritos para merecer tan alta consideración, no compiten con una de mayor categoría porque es transversal y afecta a cada una de ellas. Y es la revolución de las comunicaciones, con su epifenómeno de crisis en los medios informativos ya clásicos o convencionales. Se dirá que esa revolución comenzó ya en los años noventa, pero sus efectos más deletéreos no llegaron a Europa con toda su crudeza hasta esta primera década del siglo XXI, y Wikileaks no es sino un subproducto de la misma.
Por primera vez en la historia, y de forma particularmente masiva en este siglo, el ciudadano se puede comunicar instantáneamente por audio, imagen y escritura al mismo tiempo, con cualquier otro ciudadano, de uno a otro extremo del globo. Aunque haya zonas del planeta menos aventajadas, el mundo a efectos de la comunicación ya es uno solo. Y eso significa que los que habían sido hasta fecha reciente gestores exclusivos de la información -no solo en los periódicos impresos, sino hoy también en las fórmulas digitales- tienen que hacer frente a una nueva competencia: la información -a la que seguramente sería mejor llamar solo comunicación- que es libre de circular puerta-a-puerta, de consumidor a consumidor, o haciendo que se confundan en una sola figura el productor y el consumidor. Y si es verdad que la utilización del medio digital se incrementa hasta el punto de que nunca se había consumido tanta información como hoy, todo indica que esa versión persona-a-persona crece tan rápidamente o más que la facilitada por las organizaciones, también digitales, que se dedican profesionalmente a la distribución de contenidos. Es esta una revolución de la que apenas avizoramos las consecuencias y que obliga a preguntarse: ¿cuál será la naturaleza de la información, a qué llamaremos periodismo y periodista, en un futuro probablemente no tan lejano?
La campaña del presidente norteamericano Barack Obama no habría sido la misma sin el concurso de un ejército de jóvenes medianamente airados que congregaron partidarios, transmitieron consignas, organizaron equipos para que ganara el autor del Yes, we can; y la contraofensiva ultra del movimiento del Tea Party se organizó y difundió inicialmente también en el medio electromagnético; si en los años sesenta el transistor se convirtió en el medio natural de comunicación de movimientos revolucionarios del Tercer Mundo, como el FLN en Argelia, en los 2000 la última Intifada palestina echaba mano de la Red para coordinar la resistencia al ocupante, y es también en ese medio en el que debaten los defensores de un islam moderado y los corifeos de Osama Bin Laden, quien, caso de que exista, logra la ubicuidad perfecta gracias a la Red; y hasta la propia China define en parte su destape como potencia mundial en un homenaje involuntario a Internet, tratando de controlar el funcionamiento de los mensajes mundializados en su espacio eléctrico.
Si el periodismo de papel o digital solo puede ser ya de investigación, o capaz de desarrollar una "agenda propia", la gran exclusiva la obtienen, sin embargo, unos hackers por sus habilidades tecnológicas. Con ese material, cinco grandes periódicos -entre ellos este- han de llevar a cabo, por supuesto, una esmerada y prolija labor de desescombro y puesta a punto, pero lo decisivo ha sido la capacidad de arrancarle sus secretos a la Red. El gran periodista de investigación norteamericano I. F. Stone -fallecido en 1989- escribió hace casi medio siglo el comentario más apto al fárrago de reacciones interesadas a las filtraciones de Wikileaks: "Suprimir la verdad en nombre de la seguridad nacional es la forma más segura de socavar lo que pretendemos que es nuestro objetivo". El ataque a la falta de transparencia del poder es el remate de una revolución.
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