Cuatro minutos de infarto
Yahaira Gonzaga y Alicia Rodríguez resolvieron serenas de un plumazo a última hora de la mañana el anuncio del 'gordo' y del segundo premio
Quizás fuera la ola de frío, la modorra mañanera o la afición por el coqueteo propio de la suerte, el caso es que el gordo y el segundo premio se hacían esperar ayer en el salón de loterías madrileño. Hasta que aparecieron cuatro debutantes con ganas de gloria. Cuando Yahaira Gonzaga, ecuatoriana de 11 años, cantaba el gran premio eran las 11.36. Lo hacía sin quebrar un dedo ni el gesto de princesa morena, con una serenidad propia de veterana que los nervios y la evidencia de su buena estrella no consiguieron hacer tambalear después. "¿Eres consciente de la suerte que has repartido?", preguntaba una voz entre la nube de periodistas: "Me parece que sí", dijo Yahaira.
Algo más lo parecía Alicia Rodríguez, a cuyo padre, jardinero de Villaviciosa de Odón, 48 años, natural de Folledo de Gordón (León), le asaltaron los focos cuando su hija entonó el 78.294. "Sabía que lo iba a cantar. Los sabía. Se lo dije antes de que saliera cuando la estuve tranquilizando". Ni tuvo tiempo el padre orgulloso, entre declaración y declaración, de enterarse que la niña había cantado también el 53.152 (segundo premio) tan sólo cuatro minutos después del gordo. "La niña es un cielo, es mejor de lo que parece", seguía predicando el hombre. Poco después le pasaba el móvil a su hija para que hablara con su hermana Cristina. "Dice que lo he hecho genial", comentaba la protagonista, dándose la importancia justa del día.
"Sabía que lo iba a cantar. Lo sabía", decía el padre de Alicia, jardinero
¿Consciente de la suerte repartida? "Me parece que sí", dijo Yahaira
Allí estaban ambas, flanqueadas a su vez por la pizpireta Camila Flores Torres, de nueve años, que extraía el número y por Alejandro Velasco Leiva, que se encargaba de sacar el premio. Un dream team para esa mañana lluviosa que desató la tormenta de euros en Madrid sin despeinarse.
El salón de plenos confiaba también en Brandon Cabrera, 13 años, esa máquina de repartir que el año pasado dio el gordo, y que repetía. Ayer tampoco se le presentó mal el día. Abusó haciendo llover cuatro premios este niño talismán, hijo de dominicanos, que lleva la suerte rasgada en los ojos. "El año pasado me hizo todo más ilusión, me dio más alegría", afirmaba después de su actuación estelar. Lo de ayer le pareció poco: el tercer premio (10.104), un cuarto (29.013) y tres quintos (77.607, 43.802 y 51.972).
Lo que estaba claro ayer es que la suerte era negra azabache. Negra como el pelo moreno de todos los niños de San Ildefonso. Negra como las nubes que cubrían ayer la calle y el empedrado. Aunque pocas veces, ese negro llegó a clarear tanto.
Pero la suerte ayer andaba perezosa, remolona, esquiva. Haciéndose de rogar. Así que hubo grandes ocasiones para sacarle partido a ese congreso de friquismo nacional en que se convierte todos los años el salón de loterías. Por allí aterrizaron Cristos y sacristanes, hinchas del Barça y otros del Madrid, dispuestos a canjear pedreas por algún título para este año. También se vieron niños con madrugón, aspirantes a Santa Claus y profesionales como el figura de la moda kitsch: don Marcelo.
El diseñador de Leganés se plantó un traje que parecía un jardín posmoderno de donde había surgido la virgen de Guadalupe. "Llevo encima más de 600 flores", comentaba. El capullo era de tela y el final del tallo lo había fabricado con cierres de botellas de plástico. "Me ha costado mucho trabajo", comentaba este funcionario jubilado, autor de más de 20 modelos. Dos de ellos los lucían sus amigos Rufino Huertas Huertas y Fernando Gracia. El primero caminaba medio derrotado con su traje cubierto de pesetas: "Son 40 kilos los que llevo encima. Esto es muy cansao", comentaba.
Más ligera se había presentado Lis Schäd, la reina lotera de Benidorm. El año pasado vino de bruja y con los números clavados con imperdibles a la tela. Este año dio un giro radical. Se disfrazó de hada, con varita y zapatillas. ¿Y los números? "Los llevo escondidos. Pegados al sujetador", confesaba por lo bajinis.
Pero la reina del paseíllo pregordo fue Carla, dos meses de vida y madera de diosa fortuna. Allí estaba, en un rincón, tomándose el biberón hacia las diez y media de la mañana, justo cuando empezaban a correr por los pasillos los bocadillos de jamón. Su madre, Meritxell Ros, empleada de la multinacional Elan, había querido hacerle un regalo a la abuela de la niña llevándola por primera vez a ver la lotería en directo. "Es que no sabes lo que se montaba cada Navidad por estas fechas en nuestra casa. Era un ritual. Se quedaba todo paralizado, los números colgados por toda la casa. Después no tocaba nada, pero lo vivíamos intensamente", comenta. Este año ha cambiado la suerte: "Con la niña a mí me ha tocado la lotería. Pero si cayera un pellizquito de lo otro, no vendría mal".
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