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Reportaje:

El encierro no acaba en Guantánamo

Tras ocho años encarcelado, el palestino acogido por España intenta rehacer su vida - Tiene graves secuelas - EL PAÍS lo visita en su nueva ciudad

Mónica Ceberio Belaza

Al principio saltaba los escalones con las dos piernas a la vez, como si su mente no hubiera asimilado aún que sus pies ya no estaban encadenados. Se asustaba con cualquier cosa. No podía dormir. Comía con las manos. Walid Ibrahim Mustafa Abu Hijazi aterrizó en España procedente de Guantánamo a finales de febrero vistiendo aún su mono de la "cárcel de la vergüenza". Es palestino; el primer preso de Guantánamo acogido en nuestro país en virtud de un acuerdo del Gobierno de Zapatero con la Administración de Barack Obama. Van a llegar cuatro más. El presidente de EE UU prometió inmediatamente después de su toma de posesión, en enero de 2009, que cerraría el penal en un año, pero no ha podido cumplirlo. Aún quedan allí unos 180 presos.

"Estoy bien pero esto lleva tiempo, necesito tiempo", dice Hijazi
Todavía no puede ni aprender español, necesita recuperarse psicológicamente
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Hijazi vive ahora en una ciudad de tamaño medio española apoyado por una ONG, pero sigue tocado. Su recuperación va a ser lenta. No es fácil volver a la vida tras ocho años en Guantánamo.

Las secuelas psicológicas que padece son evidentes. A veces está bien, a veces no. En ocasiones tiene un discurso hilado y coherente; otras no. Tiene aspecto de niño grande, asustado e indefenso. Perdido. Apenas quiere contar nada. Prefiere no hablar del pasado; no recordar. "Estoy bien, gracias a Alá", dice en árabe. "Pero todavía es pronto. Estas cosas llevan tiempo. Necesito tiempo". La ventana de su habitación, con frío o calor, está siempre abierta.

Sus dos primeros meses en España los ha pasado en un hotel. Aún sigue allí. Es un lugar pequeño y modesto en el que desayuna, come y cena. Personas cercanas cuentan que se maravilla con cualquier cosa: los cuadros de un museo, un centro comercial, un músico, los niños en el parque... Con todo lo que hace años que no ve.

La integración no es posible todavía. No está preparado mentalmente para trabajar y llevar una vida normal. Necesita recomponerse. Y parece difícil que lo consiga sin ningún familiar ni conocido cerca. No tiene raíces en España. Su madre, hermanos y sobrinos siguen en la franja de Gaza, de la que él salió para buscarse la vida con 18 años. Ahora tiene 30.

Aún no puede ni aprender español. "After, after" (después, después), dice en el escaso inglés que maneja cuando se le pregunta si está recibiendo clases. Sonríe y se toca la cabeza, como si todavía hubiera algo que no va bien. Está pasando por un proceso que no va a ser sencillo.

El apoyo fundamental que ha encontrado en España no llega ni de la ONG ni de la comunidad musulmana de la ciudad. Viene de una mujer que trabaja en el hotel en el que está viviendo y que lo cuida de forma espontánea y desinteresada. Un alma caritativa con espíritu maternal que se fue encariñando al verlo tan desvalido. Hijazi no habla español ni ella árabe, de forma que se relacionan por señas. Comen juntos, él la acompaña a hacer recados y parece cómodo a pesar de que la comunicación es limitada. Un chico de la ONG también lo visita -en su tiempo libre- y lo lleva de paseo.

"Es evidente que lo que necesita es cariño", dice alguien muy cercano. "Por eso se acerca a quien se lo ofrece sin más, sin preguntarle por su pasado. Es como un niño con miedo. Es una pena que no pueda venir nadie de su familia, su madre o su hermano mayor, aunque sea un tiempo, para que tenga alguna conexión con su pasado, con su vida, se vaya recuperando y pueda aprender un nuevo oficio o volver a ser carpintero". A eso se dedicaba en Gaza antes de emigrar por la falta de perspectivas.

Recibe asistencia psicológica en la ONG. Personas de su entorno opinan que necesitaría a alguien especializado en este tipo de casos, difíciles de tratar, y un chequeo médico completo. No ve bien y tiene frecuentes dolores de cabeza.

Habla con su familia una o dos veces a la semana. Su hermano Helmi, de 47 años, asegura por teléfono desde el campo de Jan Yunis, en el sur de Gaza, que ellos lo encuentran bien. Dos personas que lo conocen relatan que cuando habla con sus lejanos familiares -siempre con un traductor tomando notas de lo que dice junto a él- parece estar mejor.

Hijazi apenas va a la mezquita, ni, según algunos conocidos, busca demasiados apoyos entre la comunidad musulmana. "Como en Pakistán lo entregaron a los norteamericanos, parece que desconfía de los suyos y se siente más a gusto con españoles", aventura una persona de su entorno. Parece querer una cierta tranquilidad. Al principio dormía con él un hombre que hablaba su lengua, pero ahora está solo en un pequeño cuarto con dos camas.

La ONG tiene un piso preparado para que se vaya a vivir allí con algún apoyo cuando deje el hotel, pero por ahora no se ponen de acuerdo sobre algunos aspectos. La organización no tiene en estos momentos a ninguna persona que lo visite a diario para su difícil integración.

Llegó en 2002 al penal creado por el ex presidente George W. Bush al margen del derecho internacional y estadounidense. Fue de los primeros, el preso número 49, y ha sido retenido hasta casi el final. Un recluso de larga duración, a pesar de que nunca había combatido.

El secretismo que lo rodea es absoluto. Ni la asociación musulmana que se iba a encargar de apoyarlo, ni la ONG involucrada, ni la gente del hotel en el que vive quieren hablar. Todos respetan el pacto de confidencialidad al que llegaron con el Gobierno para que no se informe de su paradero. El ministro del Interior se negó a desvelarlo para permitir al ex preso rehacer su vida sin interferencias. Por las mismas razones, en este reportaje no se precisa dónde se encuentra.

Hijazi no puede volver a su país por cuestiones de política internacional a pesar de que no tiene antecedentes penales en ningún país y de que no es considerado peligroso por el Gobierno de EE UU. Palestina no es un Estado, Hijazi no tiene patria y su entrada en la franja de Gaza tendría que producirse a través de Israel -que es quién controla las fronteras-, lo que, como explica un portavoz de la representación palestina en España, no es posible por el momento. De los 779 prisioneros que han pasado por Guantánamo, sólo cinco eran palestinos. Tres continúan recluidos.

Tampoco el Ejecutivo español autoriza a Hijazi a salir del país. Está encerrado entre nuestras fronteras en virtud del acuerdo alcanzado entre EE UU y la Unión Europea, lo que ha suscitado dudas entre los juristas. Si está libre y no tiene cargos pendientes en ningún sitio, ¿por qué se impone esta restricción? Interior explica que es una potestad prevista en la Ley de Extranjería. El artículo 28.2 de esta norma permite al ministro del Interior prohibir la salida del territorio nacional "por razones de seguridad nacional" y de forma individualizada.

"Es una decisión que podría recurrir si quisiera", señala Guillermo Aguillaume, abogado y profesor de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid. "Aunque tenga que ver con las relaciones internacionales, es una restricción que no queda exenta del control jurisdiccional. Los tribunales tendrían que decidir si concurren las razones de seguridad nacional previstas en la ley".

Hijazi aterrizó en la base militar de Torrejón a finales de febrero y desde allí viajó a su nueva ciudad acompañado por un alto cargo del Ministerio de Justicia y por su abogado norteamericano, Matthew O'Hara, muy implicado en el caso y en contacto constante con su familia en Gaza, según señala su hermano.

Una vez en la ciudad, el alto cargo del ministerio convocó una reunión con algunos miembros de la comunidad musulmana, según coinciden varias fuentes, para pedir su apoyo en la acogida e integración del ex preso. Hijazi estuvo presente. Probablemente nadie fue consciente en un principio, ni el Gobierno, ni la ONG, ni la asociación musulmana de lo complicado que iba a resultar recuperarlo psicológicamente.

"La tortura es una perversión de todo lo bueno y decente que hay en las relaciones humanas; es difícil que las víctimas vuelvan a confiar en alguien", explica Michael Korzinski, psiquiatra británico y codirector de la Fundación Helen Bamber. Trabaja desde 1989 en este tipo de casos. "Estos pacientes necesitan tiempo para conectarse de nuevo con la vida ordinaria. Tienen que sentir que vuelven a ser sujetos de derechos, derechos de los que se han visto privados durante mucho tiempo. Están dañados. Necesitan un tratamiento psicológico específico, no uno convencional".

Los informes que se han hecho públicos en EE UU sobre las técnicas de interrogatorio de la CIA dejan constancia de torturas, y las denuncias en este sentido han sido constantes por parte de los presos liberados de Guantánamo. El etíope Binyam Mohamed, devuelto en 2009 a Reino Unido (donde vivía como refugiado politico desde los 15 años) después de siete de reclusión en la base militar norteamericana, explicó a los medios de comunicación de su país que le resultó "muy difícil" encajar de nuevo en la sociedad y que no podía evitar los constantes recuerdos de lo sucedido. "Eso no se va", añadió.

La familia de Hijazi, aunque no pueda verlo por ahora, está contenta de que esté en España después de todo lo que ha pasado durante los últimos años, después de Guantánamo. Parece que él también. "I'm good, good" ("soy bueno", dice en inglés, queriendo decir "estoy bien"). ¿Le gustaría volver a Gaza? ¿Traer aquí a su familia? "No sé. Todavía no tengo nada ni he podido hacer nada. Me hace falta más tiempo", insiste, en árabe. No tiene prisa. Durante el día sale a dar paseos. A veces, cuando no está bien, pasa días en el hotel, sin apenas salir. El último día que lo vemos está bien y sale a hacer un recado. Su ventana, como siempre, está abierta.

El palestino Walid Ibrahim Hijazi con su madre en Jan Yunes, en Gaza, antes de marcharse a los 18 años.
El palestino Walid Ibrahim Hijazi con su madre en Jan Yunes, en Gaza, antes de marcharse a los 18 años.

"Ni soy ni seré un combatiente enemigo"

Hijazi llegó a un hospital de Pakistán en 2002 procedente de Afganistán con la pierna herida por una granada. Las autoridades estadounidenses, avisadas por los paquistaníes, fueron a buscarlo y lo llevaron a Guantánamo. Nunca fue procesado. En los documentos desclasificados por el Departamento de Defensa no aparece como Walid Hijazi sino como Assem Matruq Mohammed al Aasmi. No están desclasificados los interrogatorios sino sus declaraciones ante el tribunal que revisó anualmente, desde 2004 hasta 2007, su condición de "combatiente enemigo".

La primera declaración desclasificada es del 16 de agosto de 2004. El documento centra la acusación contra Hijazi: había pasado dos semanas en el campo de entrenamiento afgano de Al Farouq, un lugar en el que se entrenaban los talibán y vinculado con Osama Bin Laden. Fue el propio Hijazi quien les informó de que había estado en Al Farouq y que le habían dado un pasaporte saudí con la identidad de Assem Matruq Mohammad al Aasmi, añadiendo que jamás participó en actividad de combate alguna.

Así explica, según consta en el expediente, por qué se marchó de Gaza: "Salí para buscar trabajo. Era mi única oportunidad. (...) Si hubiera tenido un trabajo no hubiera ido a ningún sitio. Me encanta la carpintería, y lo hacía muy bien, pero no tenía medios para abrir una tienda. No tenía oportunidades, ni dinero, ni nada".

En Arabia Saudí conoció a alguien que le ofreció un trabajo y lo llevó a Al Farouq, donde pasó dos semanas. "No fui a Afganistán ni a Arabia Saudí a luchar", dice. "Esa no era mi intención. Si lo hubiera sido, habría sido más apropiado quedarme en mi tierra para hacerlo. (...) Estuve muy poco tiempo y me marché".

Repite una y otra vez que no quiere hacer la yihad. "No soy un combatiente enemigo ni lo seré. (...) Nosotros tenemos cerca de 30.000 americanos visitándonos cada año, que vienen a divertirse. No tenemos animadversión hacia ellos (...) No quiero pelear".

A pesar de estas declaraciones, el tribunal que revisa su condición de combatiente enemigo siguió afirmando, año tras año, que "el detenido admite que apoya a Osama Bin Laden y a otros que cometen actos de terrorismo" y que "dice que apoya moderadamente las creencias y acciones de los talibán". Él lo negó siempre. "Nunca dije eso. Nunca se tocó ese punto en los interrogatorios. Nunca me preguntaron si amaba a Bin Laden, no me han preguntado por Bin Laden. Sólo si lo conocía, y dije que no".

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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