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Tres años de cárcel por un error judicial

El Supremo absuelve a un hombre que fue condenado por violación pese a que había pruebas biológicas

Mónica Ceberio Belaza

"Quítate la ropa, que estás acusado de violación", escuchó Roberto E. J., el 23 de agosto de 2003. Tenía 21 años. Acababan de llevarlo desde el pueblo costero de Costa Calma, donde vivía, en la isla de Fuerteventura, a la Guardia Civil de Puerto del Rosario. Una chica había sido agredida brutalmente tres días antes, de madrugada, y él era el principal sospechoso. Es ecuatoriano, de Quito, y llevaba seis meses en España. Ese mismo día ingresó en prisión, donde ha pasado los últimos tres años. Dos en prisión preventiva y uno condenado por la Audiencia de Las Palmas. Hasta que, a finales de mayo, el Tribunal Supremo lo absolvió. Se trataba de un error judicial: lo habían condenado a pesar de que había restos de sangre y semen que lo exculpaban. Ahora, apenas sale de casa. Va siempre acompañado. "Para tener testigos de lo que hago y dónde estoy", según relata, nervioso, y no sabe si algún día podrá librarse del estigma de violador.

La condena dictada por la Audiencia se basó en el testimonio de la víctima de la violación
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La única prueba contra él fue la declaración de la víctima, que lo identificó en una rueda de reconocimiento "sin ningún género de dudas". La agredida, L. M., de 20 años, trabajaba en un hotel de la zona y vivía en Costa Calma. El 19 de agosto de 2003 llegaba a casa del trabajo, sobre la una de la madrugada, cuando un hombre le preguntó si sabía donde estaba el Club Áncora. Ella se lo indicó mientras seguía caminando. El agresor se despidió pero, acto seguido, la cogió por detrás y le rodeó el cuello hasta la asfixia. La chica perdió el conocimiento. Cuando lo recuperó, estaba al lado de un pequeño muro, donde fue violada mientras el agresor amenazaba con matarla. Acabó con lesiones y hematomas por todo el cuerpo, y ha necesitado un largo tratamiento psiquiátrico. "Que la agresión fue atroz nadie lo discute", señala el abogado de Roberto, Pedro Carreras. "Pero no juzgaron a quien la cometió. Y como alguien tenía que pagar, le tocó ser el cabeza de turco".

El Supremo afirma que en el reconocimiento de la víctima hubo "ciertas incoherencias". Que no fue un testimonio "sin fisuras", como afirmó el tribunal de Las Palmas, algo comprensible si se tiene en cuenta la salvaje agresión de la que fue objeto. En sus primeras declaraciones, ante la Guardia Civil, la juez y el médico forense, la chica definió al violador como "de origen magrebí" -tanto por su aspecto como por su acento-, de 1,75 de altura. Roberto es ecuatoriano y más bien bajito: no llega al 1,63. Sí tiene rasgos faciales que podrían hacerlo pasar por marroquí. La víctima le reconoció primero en un álbum fotográfico de la policía. Había sido detenido como sospechoso de dos delitos meses antes, aunque nunca fue juzgado, y por eso aparecía en las fotos. Lo señaló de nuevo en la rueda de reconocimiento y el día del juicio.

La policía científica encontró restos de semen del novio de la víctima y de otro varón -el agresor-, y sangre en el sujetador. No eran de Roberto, según determinó el Instituto Nacional de Toxicología. A pesar de ello, el tribunal decidió que el recuerdo de una mujer en estado de shock tras una violación, de madrugada, era más fiable que la ciencia. Y lo condenó. La sentencia ni siquiera menciona que había pruebas biológicas que lo exculpaban; no argumenta por qué prescinde de ellas.

Cuando fue detenido, Roberto vivía con sus hermanos, Elisabeth, de 25 años, y Giovanni, de 22. La noche de la agresión había salido y bebido. Ante la Guardia Civil, no supo dar muchos detalles de lo que había pasado ese día, porque el alcohol había borrado algunos recuerdos. Señaló que se había peleado con un marroquí y que tenía la camiseta manchada de algo que parecía ser sangre. El Instituto Nacional de Toxicología determinó, sin embargo, que probablemente era tierra; no había sangre. Roberto y su hermana aseguran que él estuvo toda la noche en una discoteca, con muchos testigos, y no entienden por qué ni el juez ni el fiscal ni los abogados los llamaron.

Ha estado tres años preso, en cuatro cárceles distintas. "En todas, cuando se enteraban de que estaba allí por violación, había problemas", relata. Insultos, amenazas, golpes. "Y gritos constantes. Me llamaban 'violín de mierda y sudaca'. Dentro nadie cree en la inocencia de nadie". Él estaba convencido de que finalmente lo absolverían. "Pero un día me sacaron de la clase de cerámica para decirme que me habían caído ocho años. La mañana siguiente unos presos me lanzaron a la cara un periódico y me dijeron: '¿No eras inocente, violín?".

En la cárcel hizo cursos de todo tipo y muchas pesas. Ganó 15 kilos. "Estaba todo el día en el gimnasio, mañana y tarde, para no pensar y para estar fuerte y que no me pegaran". Un preso le hizo un enorme tatuaje en su imponente brazo izquierdo. "Ha cambiado mucho físicamente en estos tres años", asegura su abogado.

A finales de mayo, en la cárcel de León, la última en la que Roberto estuvo preso, le dijeron que recogiera sus cosas: era libre. "Me fui corriendo, por si se arrepentían", relata. El Supremo le había absuelto, dando un varapalo al tribunal que lo condenó con pruebas endebles. Pero su pesadilla no acabó ese día. Fuera lo estaban esperando dos policías, que lo detuvieron por no tener papeles. "¿Cómo los iba a tener si llevaba tres años preso?", se pregunta. Gracias a la intervención de un abogado lo soltaron, y su hermana lo recogió en Madrid. "Cuando me vio, no me soltaba", cuenta Elisabeth. "Era demasiado bonito", dice él mientras la abraza. "Y demasiado feo lo que ha pasado".

Roberto E. J., de 24 años, junto a su casa en Costa Calma, Fuerteventura
Roberto E. J., de 24 años, junto a su casa en Costa Calma, FuerteventuraM. C. B.

Reconocimientos erróneos

En España no hay estadísticas sobre errores judiciales, pero en Estados Unidos el 80% de las condenas a inocentes se deben a reconocimientos físicos equivocados, en los que víctimas o testigos identifican con total certeza a los acusados.

La ONG neoyorquina Proyecto Inocencia ha sacado de la cárcel en este país a 183 presos desde 1992 gracias a pruebas de ADN. El último, un hombre que recuperó su libertad el pasado 6 de julio. Llevaba 22 años entre rejas por una falsa acusación de violación y robo.

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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