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Reportaje:LA DEMOCRACIA CUMPLE 30 AÑOS

Fin de época

El 15-J fue una fiesta, con los ciudadanos desafiando a los terroristas, a los militares, a los defectos del censo, a las trampas electorales, al catastrofismo, a la nostalgia

Juan Luis Cebrián

Desde 1936, cuando el Frente Popular, no se votaba en España, al menos no en libertad, solo para procuradores en Cortes por los cabezas de familia, o para decirle que sí a Franco, si votabas "no", podías perder el empleo o quién sabe qué, el 15 de junio de 1977 todo el que no tuviera sesenta y tres años cumplidos no había experimentado nunca esa sensación extraña de introducir la papeleta en la urna, un acto casi sexual, habida cuenta las pasiones que despertaba en la gente, de modo que aquello era una fiesta, con millones de octavillas asfaltando las calles, miles de candidatos pretendiendo ocupar unos pocos centenares de escaños, la Internacional sonando en la televisión pública y los ciudadanos desafiando a los terroristas, a los militares, a los defectos del censo, a las trampas electorales, al catastrofismo, a la nostalgia.

Carrillo prescindió de la peluca y cambió la bandera republicana por la roja y gualda
Sin un puñado de franquistas conversos no podía haber elecciones
Tres décadas después, a este país no lo conoce ni la madre que lo parió
Simplemente, nos habían contado las mentiras más grandes del mundo
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No hacía ni dos años que las calles de Madrid se habían visto inundadas de gente, ¡Franco, Franco, Franco!, aclamaban brazo en alto al Jefe del Estado, expresaban su apoyo al régimen frente a la conspiración judeomasónica, las embajadas del país cerradas, asaltadas, incendiadas, Europa entera levantada en ira contra los últimos fusilamientos del franquismo, y el Caudillo enjugándose las babas delante de una multitud enardecida, los alféreces provisionales, los acarreados de provincias, los jefes de centuria, las señoritingas de misa de doce, aunque a lo mejor, a lo peor, ese que subía y bajaba la manita como un títere de Mari Carmen y sus muñecos no era él sino su doble, le sacaban a pasear en los desfiles para no dar la impresión de que todo se venía abajo, porque el Generalísimo se apagaba a ojos vistas, se va el caimán, se va el caimán, y todos nos interrogábamos qué cocodrilo saldría de la espesura a sustituir a aquel tan desdentado y viejo que era difícil de imaginarle ejerciendo de príncipe de los vampiros.

No hacía ni siquiera un año que el Ministro Secretario General del Movimiento, cuyo correaje de fascista guardaba la familia en el armario de lo pasado de moda, conducía su utilitario camino del palacio de la Zarzuela, convocado por don Juan Carlos de Borbón y Borbón, sucesor en la Jefatura del Estado a título de Rey por obra y gracia del dedo supremo, elevado que fue al trono tras ser oído legalmente el consejo de regencia, incluido el muy sabio parecer de Su Ilustrísima Reverendísima el señor arzobispo, habida cuenta de que todavía entonces todo poder legítimo procedía de Dios, aunque don Juan Carlos no parecía creérselo del todo por lo que encargó a ese antiguo jefe provincial del movimiento la formación de un gobierno que ayudara a cambiar el orden de las cosas, no le iba a ser tan fácil a Adolfo Suárez cumplir con la comanda, hasta el padre del rey decía ¡qué error, qué inmenso error!, y los orteguianos volvían a entonar el ¡no es esto, no es esto!, mientras un escalofrío recorría el espinazo de la izquierda, apaga y vámonos, ¿después de Franco, qué?, resulta que después de Franco, los franquistas, el Opus Dei, los meapilas, la Falange, prietas las filas, recias, marciales, aunque al ratito vino la sorpresa, ¿será que Suárez es un converso?, esos son los peores, pensaba Arias Navarro, le llamaban carnicerito por lo torturador y lo fusilador que fue, último presidente con la dictadura, primer presidente con el Rey, un desastre sin paliativos al opinar de éste, unmitigated disaster, y los Fraga, los Silva, los Lópeces, todos los diplodocus de Alianza Popular, a la calle por obsoletos, todavía no les había llegado la hora del regreso, antes de que los procuradores en Cortes cometieran seppuku, se rajaran el vientre y ofrecieran su cabeza a la decapitación política, aprobando una ley de Reforma que les enviaba al retiro sin jubilación, para que en adelante las leyes las hicieran los diputados, se debatieran, en vez de dictarse, se consensuaran en vez de imponerse.

No hacía ni cuatro meses que un sábado de Gloria, minutos antes de la Resurrección del Señor, resucitara también un viejo Lázaro de nuestra política, el partido comunista de España volvía a la vida legal, Santiago Carrillo prescindió de la peluca con la que pretendía burlar a la bofia y cambió la bandera republicana por la roja y gualda, todavía no se había apropiado de ella la España profunda, mientras declaraba en televisión que a los comunistas nos gustan tan poco las dictaduras que no queremos ni la nuestra, pero eso no había quien se lo creyera y menos que nadie los militares, Pita da Veiga se fue del Ministerio de Marina dando un portazo, y los generalitos comenzaron a cuchichear primero, a vociferar después, ¡Suárez traidor!, también dice ahora la radio de los obispos ¡Zapatero, terrorista!, pero eso de poder levantar el puño o enseñar una teta sin que te llevaran a comisaría era una sensación guay, aunque esa expresión no se usara por aquel entonces, y Madrid recibía con estupor nervioso a la Pasionaria del "no pasarán", llegada de la Rusia de los zares soviéticos para presidir, siquiera por un día, el parlamento de la nueva democracia.

No hacía casi ni semanas de la abdicación del trono por parte de don Juan de Borbón y Battenberg en su hijo primogénito, de rey a rey, sellando con una inclinación de cabeza y un marcial taconazo la obediencia debida del padre al hijo con la que terminaban los rumores, las maledicencias, las intriguitas de los grandes de España, las ensoñaciones de una monarquía imposible frente a la única probable en un momento en el que solo la democracia importaba, y la reconciliación, por lo que hubo que aprobar las amnistías, muy amplias según quiénes, absolvieron de sus pecados a todos los franquistas, muy estrechas para otros porque fueron administradas a cuentagotas, no se irritaran los militares al ver a los asesinos de Carrero Blanco paseando por la calle, pero sin amnistía no podía haber elecciones, sin los comunistas no podía haber elecciones, sin resolver la cuestión dinástica, no podía haber elecciones, sin un puñado de franquistas conversos no podía haber elecciones, nadie iba a dar la vuelta a la tortilla, querían cocinar un guiso nuevo con todos los ingredientes, y que los hijos de la guerra civil, los de los vencedores y los de los vencidos, renunciaran a algunos pedazos de memoria histórica a cambio de compartir un futuro invisible.

Hay quien piensa que aquello funcionó como un reloj y otros que se hizo lo que se pudo pero, tres décadas más tarde, a este país, para utilizar una frase no muy brillante de un antiguo vicepresidente del gobierno, no lo conoce ni la madre que lo parió, España es una nación pobre, católica y rural, aseveraban los maestros en los cincuenta a los sumisos estudiantes de Bachillerato, por eso no estamos preparados para la democracia, concluían los corifeos de la dictadura, treinta años después de aquella noche de lujuria política, aquella especie de botellón de libertades a lo grande, vemos que ni lo uno, ni lo otro, ni lo de más allá, simplemente nos habían contado las mentiras más grandes del mundo, más grandes incluso que las que cuentan ahora los confidenciales digitales, los únicos que no se hallaban listos para el cambio eran los que se resistían, se resisten aún, ¡voto a bríos!, a perder sus privilegios con ese cuento de la España una, grande y libre, proclamada en los blasones de antaño.

Con la feliz llegada de la democracia pudimos entonar el nuevo réquiem: descanse en paz la voluntad de imperio.

Las calles de Barcelona estaban repletas de propaganda electoral en la víspera de las votaciones.
Las calles de Barcelona estaban repletas de propaganda electoral en la víspera de las votaciones.EFE
El rey Juan Carlos y Adolfo Suárez, en el aeropuerto de Barajas.
El rey Juan Carlos y Adolfo Suárez, en el aeropuerto de Barajas.MARISA FLÓREZ

Hay que respetar las urnas

"Tras el voto, que se prevé masivo, hay que saber digerir tanto la victoria como la derrota. Ni triunfalismos preponderantes, ni rencores que anuncien hipotéticas venganzas. Las urnas no darán -aunque parezca paradójico- ni vencedores ni vencidos, en comparación con el auténtico triunfador de la jornada, que no va a ser otro que el pueblo español. Pueblo que ha demostrado, a lo largo de todo el año transcurrido y de la campaña electoral, su calma, su mesura, su dignidad, su serenidad. Un pueblo que está maduro para la democracia".

(Editorial de EL PAÍS, 15 de junio de 1977)

Un análisis y una interpretación

"Los españoles eligen mayoritariamente el cambio. Quieren cambiar porque mayoritariamente desechan cualquier prolongación del franquismo.(...) Sumados los votos de Alianza Popular y de la parte del Centro que resulte genealógicamente heredera del antiguo régimen, nos encontramos con que este no contaba con la mayoría del país, a no ser que ésta haya dado un vuelco de criterio en el espacio de dieciocho meses. Esta es la más grave derrota moral del franquismo y la demostración de su ilegitimidad final".

(Editorial de EL PAÍS, 16 de junio de 1977)

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