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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El poder de la belleza

José Luis Pardo

Si la pregunta es por qué la estética -una disciplina a todas luces menor, tanto por el carácter suntuario de sus objetos como por el modo inferior de su conocimiento, incapaz de las certezas metódicamente contrastables de la ciencia teórica o de la universalidad de la razón práctica- se ha convertido en una especie de indiscutible "reina" (algo deshonrada, eso sí, por su confusión con la peluquería y la cosmética) con respecto al resto de las materias filosóficas que antaño la tuvieron por esclava y auxiliar y que hoy yacen en el arroyo del desprestigio, el olvido o el arcaísmo cultivado únicamente por eruditos cada vez más desmundanizados, rancios y atávicos (como la metafísica, la lógica, la epistemología o la ética); si la pregunta es por qué ella, entre todas sus antiguas dueñas o competidoras, conserva intacta en exclusiva su vigencia social, su presencia constante en la discusión pública, su capacidad de captar para sus investigaciones fondos estatales y privados cuantitativamente significativos, su posición de privilegio en los debates de actualidad y la fidelidad de una audiencia que una y otra vez la demanda y reclama como necesaria y aún imprescindible; si la pregunta es, sobre todo, por qué todas las cuestiones que hace sólo veinte años nos parecían inexcusablemente políticas, implicadas en decisiones colectivas que atravesaban las luchas sociales y los conflictos locales y mundiales, por qué todas las cuestiones en las que sentíamos vibrar con su grave latido el pulso de la historia y el peso de la economía política se han ido desplazando paulatinamente desde el terreno del entendimiento hacia el de la sensibilidad, desde el terreno de la discusión hacia el del gusto inapelable y sordo, entonces, la respuesta de Terry Eagleton es que la estética se ha convertido en la ideología de una época que presume de no tener ninguna, en el sustituto de la política para unas sociedades desencantadas de la política y que aspiran a poder pasar sin ella, en "el último bastión" en el que se refugia la ilusión de una dominación que, siendo más completa y asfixiante que nunca, tiene la misma necesidad que siempre de ocultarse a sí misma y a los demás su carácter de dominación.

LA ESTÉTICA COMO IDEOLOGÍA

Terry Eagleton

Presentación de Ramón del Castillo y Germán Cano

Traducción de Germán y Jorge Cano

Trotta. Madrid, 2006

514 páginas. 28,50 euros

Pero Eagleton no se confor

ma con este diagnóstico, compartido por otros críticos culturales de tradición marxista que militan en su misma órbita, sino que va a los orígenes de esta disciplina en la modernidad -Kant, Schiller, Hegel-, no solamente para trazar su genealogía, sino sobre todo para intentar comprender la posibilidad de que esto haya acabado siendo así. Y en este recorrido retrospectivo que comienza con Baumgarten y acaba en el posmodernismo, no tiene más remedio que descubrir la quintaesencia de la fascinación que la estética ha producido sobre la sociedad moderna a través de algunas de sus grandes cabezas (Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Freud, Heidegger, Adorno o Benjamin), y que consiste en esto: la razón ilustrada encargó al arte, en el sentido más lato del término, la labor de guardar el secreto de la imaginación humana, cuyos mecanismos pasan inadvertidos a la conciencia, pero que implica una ambivalencia radical: contiene la fuente de la esperanza social de un progreso moral de la humanidad, es decir, de una conciliación entre las leyes de la naturaleza reflejadas en la técnica y las aspiraciones de la libertad reflejadas en la moralidad; pero también es la raíz de todos los intentos de justificación de las atrocidades de la historia precisamente en aras de un supuesto progreso cuya exigencia de sacrificios es insaciable, o de una "satisfacción estética" que no parece menos temible, pues en ella la belleza no es ya más que el impúdico velo del horror. Claro está que, a medida que su recorrido avanza hacia el presente, Eagleton tiene que arrostrar el hecho irrevocable de que la tradición izquierdista de la crítica de la cultura, a la que él mismo pertenece, también ha desempeñado algún papel en esta "estetización de la política" (o "despolitización de la estética") que él denuncia, y ha pesado con cierta fuerza en la "desviación ideológica" de la estética en la posmodernidad. Aprovechando el "equívoco natal" de esta polifacética disciplina (el ser al mismo tiempo "teoría de la sensibilidad" y "teoría del arte"), nuestro autor se las arregla para reclamar los derechos de una "estética materialista" que, en realidad, es una ética que reivindica el valor de la corporeidad, y logra -en uno de sus gestos más originales- incluir a Marx en la lista de los investigadores de lo sublime (lo cual, de paso, desdibuja en su texto la ya de por sí ambigua figura de Nietzsche). Y aunque ello no le libra del defecto de que su ensayo, sin dejar de ser una de las aportaciones más interesantes aparecidas en los últimos tiempos, permanece mudo ante la problemática utilización del concepto mismo de "ideología" en el cual se sustenta, le permite terminar sus páginas con una recomendación "neomarxista" de repolitización de la estética para críticos de izquierda demasiado exquisitos: "Hoy en día hay alguna gente que parece creer que en torno al año 1970 nos dimos cuenta de pronto de que todos los viejos discursos acerca de la razón, la verdad, la libertad y la subjetividad estaban agotados, y que desde entonces nos podíamos desplazar, entusiasmados, hacia otra cosa. Pero toda política que no se tome con toda la seriedad posible estos temas no tendrá la inteligencia ni la flexibilidad suficientes para plantar cara a la arrogancia del poder".

Paisaje de Scania, en Suecia.
Paisaje de Scania, en Suecia.PETER LILJA

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