Oficio a falta de inspiración
El Villarreal vence con un gol de Senna, de falta, a un Celtic más incómodo de lo esperado
El día que le abandonó la inspiración, el Villarreal recurrió al oficio, que también gana partidos. Bien lo sabe Marcos Senna, que vive su apogeo a los 32 años y no quiere dejar pasar ocasión para demostrarlo. El mediocentro hispano-brasileño se arremangó para sacar un partido más incómodo de lo esperado. Batió con un sutil lanzamiento de falta a un Celtic que se defendió por acumulación, pero que también fue peligroso al abandonar la cueva. Muy de vez en cuando, eso sí. Al cuadro de Pellegrini le faltó frescura toda la noche y sólo al final, con la victoria en el bolsillo y los cambios, pudo exponer la enorme distancia que le separa realmente del Celtic. El conjunto escocés, por cierto, prosigue su leyenda negra en España, donde no ha ganado nunca. El triunfo, en todo caso, es capital para el Villarreal, que se ve segundo de grupo tras el Manchester United en los octavos de final.
Sorprendido por el toque inesperado del Celtic en el arranque del encuentro, al Villarreal le costó entrar en calor. Resulta que tenía razón Strachan: sus jugadores ya no son esos chicos de aspecto atrabiliario que intentan aniquilar al contrario con un fútbol directo. Ya no. Los Nakamura, McGeady y Maloney tratan de hacer valer su habilidad más que su fuerza. Aunque, claro, Brown, un perro de presa con la cara enrojecida, conserva las esencias en el centro del campo. Y poco le importó que Cazorla estuviera en el suelo retorciéndose de dolor: él siguió a lo suyo, detrás de la pelota. La podría perseguir hasta el fin del mundo.
Al cuadro de Pellegrini le faltó finura en la primera parte. No encontró esa fluidez de la que disfruta habitualmente. Desafinado Eguren en la contención, a Senna se le hizo el campo grande. Y quiso conducir demasiado. Se empachó muy a menudo de balón. Y hubo de buscar el disparo desde 30 metros para romper una defensa escocesa tan tupida como inopinadamente ordenada. A Cazorla, tan omnipresente en las últimas citas, se le vio menos. Sólo una vez se fue a la esquina y allí encontró esos pasecitos cortos y esos pases velocísimos con los que triunfó en la pasada Eurocopa. Sacó un precioso servicio hacia atrás, al corazón del área, que Rossi, zurdo cerrado, tuvo la mala suerte de empalar con la derecha. Se fue alto. ¿Quién dice que no se puede ser un gran jugador sin manejar las dos piernas? Rossi no es un caso único. A Pirès le sucede lo contrario: es tan diestro que contorsiona el cuerpo como sea con tal de no utilizar la izquierda.
El Villarreal presume de una pareja de centrales ciertamente envidiable. Gonzalo Rodríguez y Godín son jóvenes, rápidos, fuertes y, normalmente, insuperables. Pero en ocasiones son un peligro público por su impetuosidad. Ayer, por ejemplo, su temeridad al entrar al corte a la tremenda, caiga quien caiga, dio varios sustos a su equipo. El más claro, al final de la primera parte, cuando Godín se comió un intento de despeje y dejó limpio el camino a Samaras. El elegante delantero griego se quedó solo ante Diego López. El portero no se cortó. Le salió al paso y le plantó delante el corpachón de 1,96 metros tras una pequeña flexión de las piernas y extendiendo los brazos en perpendicular. Samaras se achicó, claro. Y el balón rebotó en el hombre del gigante gallego, vitoreado a continuación por la grada amarilla.
El Villarreal comenzó a ver fisuras en la defensa escocesa en el comienzo del segundo tiempo. A Pellegrini, sin embargo, le hubiese venido bien refrescar a sus dos delanteros, pero no había ninguno en el banquillo: Nihat y Guille Franco están lesionado y Altidore no fue inscrito en la competición. Rossi, además, viene de una larga convalecencia, i bien fue el italiano quien dio la impresión de estar más preparado para romper la telaraña escocesa.
Strachan desnudó sus intenciones tras el descanso. Se defendió con diez jugadores. Todos menos Samaras. Muy atrás. Y el Villarreal multiplicó su asedio, sobre todo por la banda derecha, donde Ángel encontró un pasillo que pisó con determinación. Mientras tanto, Llorente, tan curtido en este tipo de partidos sin espacios, buscaba provocar faltas al borde del área. De una de ellas extrajo Senna un tesoro. Ligeramente esquinada a la izquierda de la luna del área, el centrocampista entendió que tenía el ángulo perfecto. A pesar de que se quejara de que la barrera no estaba a los nueve metros reglamentarios, Senna sabía que el gol dependía de su pie derecho. Y de la rosca que le diera. La justa para superar a la barrera e incrustar el balón en el lado desprotegido por el meta Boruc, que llegó muy tarde.
¿Fin de la historia? Eso parecía. El Villarreal iba a disponer hasta el final de metros para desplegar su mayor técnica individual. Pero también de un nuevo despiste de sus centrales, que volvieron a dejar solo esta vez a MacDonald, que disparó alto. Entró Ibagaza para asegurar la posesión del balón. Y entonces sí, con el balón y el espacio, compañeros inseparables de Cazorla e Ibagaza, que se agigantaron en un emocionante final, el Villarreal comenzó a disfrutar y a sentir el peso de su tremenda superioridad.
El Madrigal despidió a su equipo con honores, consciente de que había asistido a una victoria ineludible para volver a estar en la élite europea.
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