La cúpula del régimen islámico de Irán lanza duros ataques contra Ahmadineyad
El ex presidente Rafsanyaní acusa de "falsedades" al candidato a la reelección
La campaña electoral iraní se cerró ayer con nuevas acusaciones entre los principales candidatos, el actual presidente Mahmud Ahmadineyad y el reformista Mir Hosein Musavi. La tensión se elevó además al hacerse pública una inusual carta de Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní (presidente entre 1989 y 1997) al líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei. En la misiva, Rafsanyaní, uno de los políticos más influyentes de Irán, pide la intervención de la máxima autoridad de la República Islámica ante las "falsedades y mentiras" que Ahmadineyad ha lanzado contra él. Varias personalidades han llamado a la calma ante el riesgo de que el enfrentamiento vaya más lejos.
"Espero que usted resuelva esta situación para extinguir el fuego, cuyo humo puede verse en el aire, y para frustrar peligrosas conspiraciones", solicita Rafsanyaní al líder supremo, según la agencia semioficial Mehr. El veterano político, que en la actualidad encabeza dos importantes instituciones del régimen islámico, se refería a los alegatos que Ahmadineyad lanzó contra él en su debate televisado frente a Musavi, la semana pasada. En un ataque público sin precedentes, el actual presidente acusó a Rafsanayaní y a sus hijos de ser parte de una mafia corrupta que trata de impedir su reelección.
La televisión concede 20 minutos extra de campaña al presidente
"Cuatro años más y Ahmadineyad nos llevaría a la guerra", dice un joven
La andanada elevó el tono del enfrentamiento dialéctico entre los candidatos y se tradujo de inmediato en una polarización de la opinión pública iraní. Desde entonces, varios altos cargos y autoridades religiosas han expresado su preocupación por el cariz que ha tomado la campaña. Pero nadie parece escuchar. Añadiendo más leña al fuego, Yadolá Javani, el jefe de la oficina política de los Pasdarán -el Ejército ideológico que sólo responde ante el líder supremo-, ha acusado a los seguidores de Musavi de "ser parte de una revolución de terciopelo", una posibilidad que obsesiona a Ahmadineyad.
La mayoría de los iraníes asume que el líder respalda al actual presidente. Los 20 minutos extras que anoche le facilitó la televisión estatal para que se defendiera de sus enemigos sólo refuerzan esa sensación. "Prueba que el régimen no es ni justo ni neutral", señaló a este diario Saeed Leylaz, un reputado economista que apoya a Musavi. En su carta, Rafsanyaní, cuya rivalidad con Jamenei se remonta a la fundación de la República Islámica, advierte a éste del riesgo de que quienes simpatizan con los rivales de Ahmadineyad tomen el asunto en sus manos.
Hasta ahora las manifestaciones de apoyo a los candidatos, que inundan Teherán cada noche, se han desarrollado de forma pacífica. La mayoría de quienes salen a la calle son jóvenes que aprovechan la atmósfera de relativa libertad que precede a las citas electorales para expresar su hartazgo con el régimen y sus deseos de cambio. Chicos y chicas obvian las restricciones que les impiden estar juntos, las normas que les dicen cómo tienen que vestirse o la prohibición de bailar, ante la mirada atónita de los adultos y de la policía, que tiene orden de no intervenir mientras no haya incidentes serios.
Después de cuatro años de represión moral y social, estos estallidos de euforia chocan aún más que cuando se produjeron por primera vez durante los gobiernos de Mohamed Jatamí. Para sus protagonistas, votar a Musavi es el mal menor. "¿A quién si no?", pregunta Amir, un microbiólogo de 28 años que está esperando su pasaporte para intentar salir del país. "No podemos dejar que Ahmadineyad vuelva a gobernar cuatro años más y acabe llevándonos a una guerra con cualquier país".
Pero Ahmadineyad no se da por aludido. Un amplio sector de la población que vive de las subvenciones del Estado aplaude su desempeño y le jalea como el héroe de los pobres. "Es un hombre del pueblo que se preocupa por nuestros problemas", asegura Fátima, estudiante e hija de un funcionario, que lleva la carpeta llena de pegatinas de su campaña. En estos sectores, el victimismo de que está haciendo gala el presidente le granjea apoyos.
Ayer mismo, en su último mitin, Ahmadineyad acusó a sus rivales de utilizar "métodos propios de Hitler" y les advirtió de que insultar al jefe del Gobierno puede llevarles a la cárcel. La dureza de sus palabras revela tanto el creciente desafío que le plantea el moderado Musavi, quien en su cierre de campaña pidió una gran participación para "evitar la destrucción de Irán", como el mar de fondo que sacude los cimientos de la República Islámica a los 30 años de su fundación.
Enfrentados al nuevo clima internacional que ha supuesto la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, los dirigentes iraníes están divididos sobre cómo responder a sus gestos de distensión y hasta dónde llevar el tira y afloja del programa nuclear.
La inflación y el paro dominan la campaña
"Hasta mi madre sabe que tenemos inflación porque la sufre cuando tiene que pagar el kilo de carne a 60.000 riales en vez de a los 40.000 que lo pagaba hace un año", le respondió Mehdi Karrubi, uno de los dos candidatos reformistas, al presidente saliente, Mahmud Ahmadineyad, que trataba de abrumarle con datos durante su debate televisado. Había dado en el clavo. Para los iraníes, la economía ha sido el elemento más importante de la campaña y la respuesta de los candidatos, clave para decidir su voto mañana.
No lo tendrán fácil, sin embargo. Mientras que Ahmadineyad defiende que sus políticas han mejorado la vida del iraní medio, sus tres rivales insisten en que la situación del país es preocupante. Uno y otros han mostrado estos días cifras contradictorias que han dejado confundidos a los electores.
Sin duda, las políticas populistas del presidente han enriquecido a algunos segmentos de la población. Sólo hay que ver los concesionarios de coches de alta gama y tiendas de lujo que han abierto durante su mandato. Pero a pesar del despliegue de gráficos con los que ha tratado de convencer a los iraníes de que su país ha logrado bandear la recesión global, las cifras dicen otra cosa. Según el Fondo Monetario Internacional, el crecimiento previsto para 2009 va a ser de un 3,2% frente a un 4,5% en 2008 y casi un 8% en 2007.
"Ahmadineyad se ha concentrado en la distribución de la riqueza, pero el principal problema de Irán no es la distribución, sino la producción de riqueza", explica a EL PAÍS Saeed Leylaz. Este economista, que apoya al reformista Mir Hosein Musavi, afirma que "Irán necesita crear entre 700.000 y 800.000 empleos anuales para hacer frente a los jóvenes que entran en el mercado de trabajo, y eso exige un crecimiento de entre un 6% y un 8%". La solución, "fomentar las inversiones extranjeras", algo que la política del actual presidente ha hecho muy difícil.
Las autoridades reconocen un 12% de paro, pero no hay estadísticas ni de los empleos redundantes (sólo hay que entrar en una sucursal bancaria para ver ocho empleados donde en España habría uno) ni el subempleo. Las elevadas tasas de inflación -un 14%, según el presidente, y un 23,6%, según el Banco Central de Irán- y desempleo preceden a la llegada de Ahmadineyad, lo que las hace más sangrantes es que durante sus cuatro años de mandato el país ha tenido los mayores ingresos por petróleo de su historia.
Muchos iraníes se preguntan adónde han ido a parar. Pensionistas y funcionarios, sin embargo, se muestran agradecidos con las subidas de sus ingresos.
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