"La trascendencia no es incompatible con la racionalidad"
Ian McEwan (Aldershot, 1948) se detiene en el 15 de febrero de 2003, el sábado que da título a su última novela, para hilvanar una trama de intriga entre cuestiones políticas y morales surgidas a la sombra del 11-S. Es la histórica jornada de protesta contra la entonces inminente guerra de Irak y Henry Perowne, un neurólogo, se desvela de madrugada con la visión de un atentado. Horas después emprenderá sus quehaceres sorteando por las calles de Londres masas de manifestantes y un violento incidente de tráfico. El autor vuelca en el protagonista aspectos de su entorno familiar y propone al lector una filosofía racional carente de bagajes religiosos.
Premio Booker por Amsterdam, y finalista en otras tres ocasiones del mismo galardón, McEwan quedó esta vez eliminado del prestigioso concurso, fallado el pasado octubre. La decisión causó conmoción. Sábado arrastraba buenas críticas y se anticipaba entre las bazas más seguras. Una cuestión más doméstica perturba estos días la agenda del novelista: la decoración de su residencia campestre a unos cien kilómetros de su morada londinense. Entre paredes con huellas de cuadros recién descolgados, y con una taza de té sobre una mesa medieval, McEwan recuerda la génesis y el propósito de su duodécimo trabajo de ficción.
"¿Empezamos a culparnos a nosotros mismos, a endurecer las leyes, a invadir el país vecino ...?"
PREGUNTA. ¿Qué le llevó a situar la novela en esa jornada?
RESPUESTA. Es una fecha histórica, pero no fue mi intención inicial ubicar la novela en un día determinado. Pensé en conducir la acción hasta y durante la invasión de Irak, ir escribiendo a medida que se desarrollaran los acontecimientos. Resultó muy difícil puesto que los acontecimientos se sucedían rápidamente. Necesitaba anclar la novela y, estando ya metido en el primer capítulo, la manifestación me ofreció la estructura. Perowne podría hilar su camino entre la marcha, entrando y saliendo de ella, pero teniéndola siempre presente. La conclusión natural fue hacer una novela de 24 horas.
P. Él duda del objetivo de los manifestantes. ¿Usted también?
R. Es ambivalente y yo también lo era. Me daba cuenta de que la invasión iba a ser un desastre en muchos aspectos, pero, al mismo tiempo, parte de mí quería genuinamente ver a Sadam Husein derrocado. Ahora, claro, estamos en medio de un gran caos y estoy seguro de que si Bush pudiera pulsar el botón de rebobinado y llevarnos a febrero de 2003 sin que nos apercibiéramos de ello, lo haría.
P. ¿Estados Unidos hubiera tomado otra decisión?
R. Por supuesto. La guerra no ha salido acorde con el plan previsto. Ha resultado una tragedia. Tengo amigos en la izquierda a quienes les importa más que Bush sea derrotado que los iraquíes puedan tener democracia. Me parece una postura muy cínica. A mí me tiene sin cuidado la reputación de Bush, pero me preocupa el futuro de Irak.
P. ¿Con Perowne y su familia retrata su situación doméstica?
R. Un poco. Aporto algunas cosas. La novela tiene cierta cualidad documental, con una fecha histórica y acontecimientos reconocibles. Me dije: si puedo aprovechar hechos y debates públicos, ¿por qué no echar mano de mis asuntos privados? ¿Por qué no cortar la ficción con lo real? La visita a su madre, la relación con su hijo, el partido de squash... están basados en mi vida.
P. Demuestra buen humor al permitir que el protagonista reniegue de la literatura.
R. Sí, menciona incluso un libro mío, Niños en el tiempo. Es otra forma de mezclar lo inventado y lo real. También quise marcar distancia para aclarar que Perowne y yo no somos la misma persona, ni compartimos siempre las mismas opiniones.
P. ¿Ve paralelismos entre la forma de operar de un neurocirujano y la creación literaria?
R. Sí, especialmente en la fase final. He intentado llevar mi vida y la de Perowne hacia una convergencia a través del trabajo: la concentración que alcanzas y esa increíble liberación que sientes cuando tu atención está fija en un punto.
P. ¿Es el trabajo una metáfora de refugio en tiempos críticos?
R. Me parece un área de la experiencia que no se explora mucho en la literatura contemporánea. No me refiero al trabajo en el sentido marxista de opresión o desde la perspectiva de que somos esclavos del trabajo. Conozco a mucha gente, incluido el tipo que está pintando la habitación de arriba, que siente gran satisfacción con el trabajo y sus connotaciones de autoidentidad, estatus profesional... La liberación fruto de una concentración profunda no se describe ni se celebra lo suficiente. Estar absorto en el trabajo es uno de los placeres de la vida. No se corresponde exactamente con la felicidad, puesto que en ese momento ni siquiera sabes que existes y, sólo cuando terminas la tarea, saboreas esa libertad. Como dice Perowne: "Estás entonces totalmente cualificado para existir".
P. Irak de trasfondo, una vida placentera y el peligro a la vuelta de la esquina. ¿Por qué?
R. Quise mostrar lo difícil que es tomar la decisión correcta. Puedes considerarte un tipo muy racional, altamente inteligente y educado, portavoz de opiniones propias, que, ante una repentina situación de conflicto, toma decisiones perfectamente racionales. Pero esa decisión pone en movimiento otras consecuencias que evolucionan fuera de tu control. Hay un paralelismo entre la forma en que nosotros, el Occidente inteligente, con toda nuestra historia, los errores y la insistencia en el poder de la ley, reaccionamos ante el más irracional de los cultos, el islam radical. ¿Empezamos a culparnos a nosotros mismos, a endurecer las leyes, a invadir el país vecino...? En otras palabras, acertar es muy difícil.
P. ¿Perowne representa el mundo occidental?
R. Lo sitúe en un escenario doméstico confortable de igual forma que podemos decir que la gente en Occidente vive en una situación mucho más cómoda que en Rawalpindi, en Pakistán. Perowne tiene buenas relaciones familiares, salud, trabajo, dinero y puede permitirse preocuparse del mundo exterior. Cuanto más pobre es uno, más se encogen sus horizontes. La civilización es un lujo una vez quedan satisfechas las necesidades básicas.
P. En Sábado presagia las bombas que estallaron el pasado julio en Londres. ¿Cómo reaccionó?
R. Fue un shock. Los ataques me han hecho querer más a Londres. Me gustó la reacción de la gente, su fortaleza, y me di cuenta de lo multirracial que es la ciudad. Vivo en el centro y me da la sensación de que todos los grupos étnicos conviven aquí bastante pacíficamente.
P. ¿No se trata ahora de una cuestión religiosa más que étnica?
R. Sí, la religión, y no sólo el islam, causa muchos problemas. La cuestión más importante es si llegaremos algún día a eliminar la religión o viviremos siempre con ella. Sospecho que forma parte de la mente humana. Pero pienso que hay otro camino. Una de las ambiciones de Sábado era comprobar si se puede presentar, desde una perspectiva atea y materialista, una panorámica mundial rica, interesante, cálida, con todos los elementos trascendentales y emocionales que valoramos. La trascendencia, incluso la espiritualidad, no es incompatible con la racionalidad.
P. Perowne resulta más positivo que otros personajes. ¿Es un reflejo de su estado vital?
R. Describen Sábado como una novela pos 11-S, pero, para mí, abarca más. Quería escribir sobre la felicidad dentro de un contexto y explorar la idea de una filosofía de vida basada parcialmente en la ciencia y animada por el amor a la familia, a la música... Quise señalar que el perdón y la compasión no son virtudes exclusivamente cristianas; que no necesitamos que un dios nos diga qué hacer; sugerir una alternativa a la perspectiva religiosa y mostrar que, incluso esta visión, no está exenta de problemas.
P. ¿Le decepcionó la exclusión del Premio Booker?
R. Tenemos que aprender a vivir con el Booker. Es como una desgracia que nos cae cada año que publicamos. Un agobio. Es bueno para las editoriales, las librerías, el público lector, pero no tanto para los autores, salvo para quien lo gana. La literatura queda reducida a un deporte sangriento y los escritores tratados como gladiadores. Leí titulares que decían que iba a enzarzarme a puñetazos con Julian Barnes. Es mi amigo, pero tenemos que aguantar horrores de este tipo. Sabemos que cuando un comité escoge un libro, la elección es unas veces correcta y otras desastrosa.
P. ¿Acertó el jurado en conceder el premio a The sea, de John Banville?
R. No lo sé. No lo he leído.
P. ¿Se trasladará al cine Expiación, su anterior novela, como otras de sus obras?
R. Sí, el rodaje está previsto para el año próximo, con Joe Wright de realizador. Todavía estamos trabajando en el guión. Yo no lo he escrito, pero leo cada borrador y aporto comentarios.
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