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Columna
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Donde no hay harina todo es mohína

Xavier Vidal-Folch

La propuesta económica más ambiciosa para Europa aflorada en la campaña del 7-J no la formula ningún partido político. Figura en un manifiesto lanzado por foros cívicos, reclamando un Tesoro Único Europeo.

Washington pudo responder con rapidez a la crisis bancaria de otoño, aunque lo hiciera con torpeza, porque disponía de dos herramientas básicas. Un banco central único, la Reserva Federal, y un Tesoro Único. La UE sólo tiene la primera, el BCE.

Con un "Tesoro Único o Ministerio de Hacienda Europeo", los países del euro gozarían de "las dos instituciones fundamentales que a EE UU, Gran Bretaña, China o Japón les permite actuar contra la corriente económica recesiva con una mayor determinación y contundencia: un banco central y un tesoro único", alega el texto (en la Red: nonosresignamos.net).

La UE necesita un Tesoro Único y un presupuesto común que no sea exótico

Tener Tesoro Único "ayudaría a superar el miedo razonable que tienen los Gobiernos a lanzar programas nacionales de reactivación demasiado ambiciosos, que pueden terminar desequilibrando la balanza comercial propia en beneficio de los países de los que se importa". También habría "facilitado el rescate de bancos en apuros, limitando las suspicacias de que lleven subvenciones encubiertas", argumenta su inspirador, Juan Ignacio Crespo, en un estudio publicado el 19 de febrero por el Instituto Elcano.

Así, un obstáculo para articular la supervisión bancaria europea ya lanzada por Bruselas estriba en la dispersión de las Haciendas. "Si hay que echar mano de recursos para recapitalizar bancos, tienen que ponerlos los Tesoros, los Estados", describía el comisario Joaquín Almunia al Círculo de Economía, en Sitges. En suma, cuando no hay harina (común), todo es mohína (general).

Ahora bien, un Tesoro único es hoy reputado de utópico por los Gobiernos de los 27. Exigiría un verdadero presupuesto europeo. Casi nadie se atreve siquiera a pensar en ello. Lo defendió el jefe del Eurogrupo, el clarividente socialcristiano luxemburgués Jean-Claude Juncker, en enero, con igual éxito cero que Romano Prodi postuló en 2001 un impuesto común para financiar el presupuesto común. Claro que si la necesidad evidente siempre se considerase ciencia-ficción, jamás habría surgido el propósito de moneda común en fecha tan lejana como ¡1970! (Informe Werner).

Una verdadera Hacienda europea ¿para gestionar qué? Los del manifiesto, superambiciosos, proponen un presupuesto que alcance el 7% del PIB europeo. O sea, septuplicar el actual, que es de un raquítico 1,03%, frente al 20% que supone el presupuesto federal de EE UU.

Lo peor no es sólo su pequeñez, sino su exótica composición: la política agrícola supone un excesivo 41,9%; la competitividad económica y la cohesión social, un insuficiente 45%; el 13,1%, va para el resto. Ese exceso de protección agrícola es antirresdistributivo. Engorda a los menos necesitados: los Windsor, los Domecq o los Alba son sus principales beneficiarios. Y perjudica a los países emergentes, como se vio en la Ronda de Doha. Aunque en eso sea peor EE UU: la última Farm Bill de George Bush equivalía a toda la ayuda mundial al desarrollo.

O la UE cambia de tamaño y orientación presupuestaria, o poco hará en la poscrisis. Los socialistas, algo es más que nada, sólo insinúan en su programa aumentar la cohesión; los populares, garantizar los ya disparatados subsidios al campo. Los demás pasaban por ahí.

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