La crisis fuerza a la UE a poner en marcha el gobierno económico europeo
La teoría del bazuca consiste en que si guardas armamento de gran calibre en el bolsillo y el mercado lo sabe, nunca tendrás que usarlo. La eurozona decidió ayer dotarse de arsenal suficiente: escenificó esa estrategia de disuasión ante el ataque especulativo contra Grecia, y dio un paso adelante que podría calificarse de histórico si esa palabra no estuviera tan devaluada. Grecia será rescatada si es necesario. Y Portugal, y España, en una respuesta rotunda que cambia de arriba abajo las reglas del juego en la eurozona. Cambia incluso el tablero: la tragedia griega y sus réplicas a lo largo del Mediterráneo han destapado enormes grietas en la arquitectura institucional de Europa. La moneda única y la política monetaria no bastan: la prueba es ese ataque sobre las finanzas públicas, que pone en jaque la idea misma del euro. La solución elegida es crear -de una vez- un auténtico gobierno económico.
"La gobernanza económica no debe ser un eslogan. Lo que ha pasado obliga a una mayor coordinación en política económica", declaró el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso.
Bruselas era ayer una maraña de lobistas, think tanks y demás malabaristas del arte de la política bajo presión. La mayor crisis en varias generaciones deja al descubierto una enorme fractura entre norte y sur: países ricos, competitivos y disciplinados fiscalmente, que capean mejor las turbulencias, frente a un sur más pobre y supuestamente más irresponsable. Ese desequilibrio se ignoró hace 11 años, en la puesta en marcha del euro: se dejó para más adelante la solución por las dificultades políticas. Pero la crisis obliga. "La crisis ha puesto al descubierto nuestras debilidades", asegura un documento sobre el que trabaja la Comisión.
Apenas hay pistas acerca de hacia dónde conducirá el camino inaugurado ayer. Las habituales declaraciones ambiguas en Bruselas hablan de "más coordinación", de "responsabilidad", de "reducir los objetivos de política económica -los cuellos de botella que más presionan- a un número de cinco", sin citar cuáles. Columnas de humo que deberían traducirse en reformas de gran calado: armonizar impuestos, uniformar mercados de trabajo, equilibrar políticas sociales. Conseguir, en suma, que la política económica de los 27 vaya más allá de tipos de interés y agricultura.
El presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, pasó de puntillas por ese nuevo gobierno económico, muy verde aún. Sí dejó claro que no habrá sanciones para los incumplidores, sino una política de incentivos: fondos estructurales y de cohesión y préstamos del Banco Europeo de Inversiones para quienes no se aparten de la sacrosanta disciplina fiscal.
El anterior plan fue la fracasada Estrategia de Lisboa, con multitud de objetivos pero sin mecanismos de control. Grecia, el ataque al euro y el debate sobre las finanzas públicas "obligan a luchar contra lo urgente, pero sería irresponsable dejar de lado esa visión de largo plazo", dijo Van Rompuy. El presidente quiso distanciarse con diplomacia de los objetivos grandilocuentes de la Agenda 2020. Los ciudadanos quieren respuestas al desempleo y a la crisis para hoy. No a 10 años vista.
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