Las opiniones de Sacchi
Empecemos confesando: estoy de acuerdo con Arrigo Sacchi, el entrenador más pelmazo de todos los tiempos. Estoy de acuerdo en lo que dice sobre Ibrahimovic. Creo, como él, que el delantero sueco es fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Tal vez haya cambiado. Tal vez el Ibrahimovic de ahora no sea ya el que jugó con el Juventus y el Inter, y consiguió poner de acuerdo a dos vestuarios rivales y a dos aficiones tradicionalmente enfrentadas. Ni en Turín ni en Milán se le guarda cariño, y no porque se fuera de mala manera: en realidad, la gente prefirió que se largara. Como digo, es posible que Ibra haya madurado y en el Barça funcione porque, por primera vez en su vida, ahí no pueda sentirse el más chulo de la clase. Veremos.
Creo, como dice Arrigo, que Ibrahimovic es fuerte contra los rivales débiles y débil frente a los fuertes
Sospecho que Guardiola no vio en él un simple recurso humano. Sospecho que, junto a todas las justificaciones técnicas y tácticas, en su fichaje influyó una poderosa ensoñación estética. Ibra pasó por el Ajax, uno de los mitos de la escuela barcelonista; según se le mire, podría parecerse a un joven Cruyff atiborrado a hormonas de crecimiento y anabolizantes, con lo que entramos en un territorio aún más mítico; y, por su altura física y la elegancia prodigiosa de algunos de sus goles, evoca a Marco van Basten, prototipo del ariete con clase para cualquiera que, como Guardiola, haya crecido con el fútbol de los ochenta.
Ibrahimovic, es cierto, puede hacer cosas imposibles. Puede marcar de tacón desde el córner o puede colocarla en la escuadra desde la otra área. Algunos de sus goles quedarán para siempre. El año pasado logró uno portentoso contra el Bolonia: es fácil encontrarlo en la red, igual que aquel tan célebre que marcó en 2004 al Breda. Vale la pena notar que eran el Bolonia y el Breda, dos equipos más bien modestos.
Por otro lado, es casi un seguro de éxito en la Liga. Ha ganado las seis últimas competiciones ligueras italianas, con la Juve o con el Inter. Esos campeonatos, en Italia y en España, se ganan no fallando los partidos teóricamente fáciles, contra rivales teóricamente inferiores; en ese terreno, en el de los enfrentamientos contra teóricos fáciles e inferiores, Ibrahimovic es de una contundencia abrumadora.
El otro Ibrahimovic, el problemático, aparece con las dificultades. Hasta ahora, ha ofrecido su peor cara, la que le recuerda Sacchi (y le recuerdo yo) en las eliminatorias europeas más complicadas. Ahí, el Ibrahimovic ganador se molesta si no gana, y se enfada: con el contrario, porque le atosiga; con el compañero, porque no le pasa el balón en el momento adecuado y en el punto justo; con el técnico, porque le dice algo; con el público, porque estorba; con el árbitro, porque se equivoca. Y acaba anulándose a sí mismo.
Es posible, ya digo, que haya cambiado. Es posible que el Barcelona rentabilice la inversión, y que Ibrahimovic dé la talla en el momento crucial. Es posible que tenga que tragarme mis sospechas y mis opiniones, y eso tendría al menos una ventaja: ya no estaría de acuerdo en nada con Arrigo Sacchi.
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