Una jornada sobrenatural
Pocos partidos de fútbol tienen como exordio una invocación a la paz efectuada por un Papa difunto. Tampoco son muchos los estadios que saludan la entrada del presidente en el palco al grito de "Duce, Duce". Ni abundan las aficiones que animan a su equipo con la canción Bandera roja y vivas al socialismo. Son rarezas que ocurren cuando se enfrentan el SS Lazio, club decano de Roma, fundado por el suboficial de Infantería Luigi Bigiarelli y simbolizado por un águila (en el ventenio mussoliniano también lucía en el escudo los símbolos fascistas, luego los quitaron porque no era plan); y el AS Livorno, club portuario y obrero de la Toscana, caracterizado por una afición que enarbola retratos del Che Guevara y celebra los goles puño en alto.
La Liga italiana acumula peculiaridades, como la ausencia de víctimas en el Lazio-Livorno
Los Lazio-Livorno suelen acabar en escabechina. Pero la idea de proyectar en el marcador electrónico imágenes de Juan Pablo II hablando de la paz fue mano de santo. No hubo mucha más bronca callejera que en cualquier otro partido en el Estadio Olímpico: el reglamentario apedreamiento de la policía, los tradicionales gases lacrimógenos y el ritual intercambio de palos entre antidisturbios y muchachada lacial. En fin, lo mínimo. Los peritos milagristas del Vaticano deberían tomar nota, porque la ausencia de víctimas en Roma no fue el único elemento extraordinario de una jornada que pareció tocada por lo sobrenatural.
Era la jornada 30, la que debía disputarse el pasado fin de semana y quedó suspendida por la muerte del Papa. Partía ya, por tanto, con un aleteo celestial. Luego se acumularon otras muchas peculiaridades. Demasiadas. No pudo ser casualidad.
Primera: el Fiorentina y el Juventus emparon a tres, con un juego vibrante y emocionantes alternativas. La Vieja Señora, célebre por su usura, se comportó como si fuera el juvenil del Ajax, jugó y dejó jugar y encajó tres tantos por primera vez en lo que va de temporada. El corazón de Fabio Capello sobrevivió al disgusto de los goles y el buen juego.
Segunda: el Inter ganó fuera de casa y además tuvo suerte, una conjunción que sólo suele darse cuando el cometa Halley pasa sobre la curva norte de San Siro en año bisiesto.
Tercera: Udinese y Roma fabricaron otro 3-3 de ensueño, algo parecido a un derbi inglés que enfrentara al Brasil de Pelé con la Holanda de Cruyff (permítase la exageración sensacionalista), y Cassano, el curroromero del calcio, tuvo una de esas tardes de gloria que justifican que todavía nadie le haya estrangulado en cualquier tarde de las otras. Bruno Conti, el técnico romanista, contribuyó a la sobrenaturalidad del hecho haciendo debutar a tres chavales de 17 años.
Cuarta: Rui Costa regaló al Milan un gol imposible, un beso a la escuadra desde una esquina del área. Los comentaristas aseguraron que tardaría en verse una cosa igual. Se tardó lo que tardó Taddei, del Siena, en colocarse en la misma esquina derecha y en marcarle al Lecce un gol idéntico al de Rui Costa.
Quinta: Fue una jornada de 33 goles, 3,3 por partido, un frenesí de marcadores que debió poner de los nervios a los puristas del calcio, para los que sólo un inmaculado empate a cero refleja un encuentro en el que ambos equipos juegan a la perfección; consideran, por tanto, que los tanteos abultados son síntoma de relajación, desintegración familiar, laicidad y procaz iluminismo.
Los abogados del diablo dirán que todo esto no es tan extraño, porque no ven mucho fútbol italiano. Pero algo de milagro hubo, seguro.
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