El hombre que cambió el deporte
Samaranch abandona hoy la presidencia del COI tras 21 años sembrados de luces y sombras
Juan Antonio Samaranch deja hoy la presidencia del COI, después de 21 años al frente de un organismo que ha visto periodos de luces y de sombras, con éxitos indiscutibles y con problemas que han dañado gravemente su credibilidad, especialmente los derivados de los casos de corrupción detectados en las campañas para designar sedes olímpicos. El balance de Juan Antonio Samaranch, que cumple 81 años mañana, destaca en los aspectos económicos y en los políticos: el COI es una empresa extremadamente rica y poderosa, una máquina de generar ingresos en el concepto de deporte como espectáculo masivo y mediático. La trascendencia de su largo periodo al frente del COI no se discute ni tan siquiera por sus enemigos más feroces, procedentes de forma mayoritaria del ámbito anglosajón. Se trata de un personaje de primer orden por los cambios históricos que introdujo en el olimpismo y por los que no llegó a hacer. Precisamente el precio que ha pagado por lograr un negocio tan inmensamente boyante siempre podrá ser discutido desde prismas democráticos. Gracias a su independencia de los países y de los gobiernos, desde su mundo aristocrático y hasta corrupto en mayor o menor escala, el COI ha alcanzado el enorme poder que detenta en estos días. Samaranch, que recogió una empresa en ruinas y la salvó con distintas medidas para modernizarla, sólo ha cambiado pequeños comportamientos internos cuando el escándalo exigía ineludiblemente una limpieza a fondo.
ACIERTOS Cuando fue elegido en Moscú en 1980, se produjo el gran boicoteo de Estados Unidos y de muchos aliados como castigo del presidente Jimmy Carter a la invasión soviética de Afganistán. Los Juegos Olímpicos incluso corrieron peligro de suspenderse. En ese caos, con la economía olímpica por los suelos, Samaranch sólo tenía la esperanza de que Los Ángeles, la única ciudad que se había presentado para organizar los Juegos de 1984 después del desastre financiero de Montreal 76, funcionase. Y así fue. Pero resultó la única buena noticia que no dependió de él y le favoreció. El resto tendría que ganárselo a pulso. Sólo unas semanas antes de la cita californiana, mientras visitaba a Ronald Reagan en Washington, se enteraba de que la URSS devolvía el boicoteo a Estados Unidos. Su amistad con los soviéticos desde su etapa de embajador, un astuto primer paso para prepararse el terreno. Al coincidir con la muerte del presidente Andropov, el ministro de Exteriores Andrei Gromyko, furibundo antiamericano, tomó la decisión de boicotear los Juegos y poner en peligro su futuro. 'Fue el hombre que más daño hizo al deporte', dice de él Samaranch. 'Más que Carter, porque no tenía más razón para el boicoteo que la venganza'.Sólo la distensión permitiría a los Juegos Olímpicos dejar de ser arma arrojadiza y de chantaje. Samaranch recurrió incluso a la ONU para pedir treguas, pero su esfuerzo sólo sería simbólicamente eficaz años después, cuando paró el conflicto de los Balcanes durante los Juegos de Invierno de Lillehammer 94 como homenaje a Sarajevo, sede 10 años antes.
Por el camino, sin embargo, fueron quedando los logros que cambiaron el funcionamiento del olimpismo y acabaron con la hipocresía del amateurismo. Fue su primera gran salvación de la empresa olímpica. En 1981, Samaranch sabía que no habría futuro para los Juegos si no participaban los mejores del mundo. Y debía ir contra los países del Este, que mantenían su fuerza en profesionales encubiertos, militares o profesores de educación física en su mayoría. El desplome del bloque soviético ayudó a consagrar los planes de Samaranch: en Barcelona 92 se vieron a las grandes estrellas del deporte profesional, encabezadas por los ricos y famosos integrantes del equipo estadounidense de baloncesto, el célebre dream team.
Sin embargo, Samaranch prefiere referirse a sus éxitos en el plano diplomático. El empujón al fin del apartheid surafricano o el desfile de las dos Coreas bajo una misma bandera en Sydney 2000 son buenos ejemplos. Samaranch cuenta siempre como mayor éxito de su mandato la unión del movimiento olímpico, el COI, con las Federaciones Internacionales y los Comités Olímpicos Nacionales, sus tres grandes pilares. El tener contentos a los miembros le ha permitido llevar adelante todos sus planes y por eso sus apuestas en las sesiones, tras dirigirlos y darles masticados los temas desde la comisión ejecutiva que manejaba, le resultaba un juego divertido. En cada ocasión decía: 'Bueno, ha sido un éxito. Sólo ha votado en contra el grupo anglosajón de siempre'.
ERRORES Samaranch no hubiera podido hacer toda su obra sin mantener felices a los miembros que al final votaban sus decisiones. Dejar correr una forma de amiguismo aristocrático instaurada en lo más profundo del olimpismo ha sido su gran debilidad. El sistema del COI tenía que saltar. Aún le quedan bombas retardadas hasta que los miembros electos no procedan todos realmente de los protagonistas del deporte. Samaranch sólo ha empezado el camino y reconoce que lo ha hecho tarde. A su marcha, sólo 12 de los 118 miembros que han intervenido en las últimas elecciones no han sido nombrados por él. Los restantes entraron desde 1981 en adelante. Es decir, una inmensa mayoría le deben el favor de la cooptación, la particular elección olímpica a dedo por supuestos méritos deportivos. Gracias a eso, y por su habilidad para manejarlos con proyectos de futuro, fue reelegido cuatro veces por aclamación y unanimidad, y ratificado en su cargo la última vez cuando pidió su opinión en pleno escándalo de la corrupción.
Estalló el escándalo y Samaranch sobrevivió, conforme a su estilo. Porque Samaranch es un astuto superviviente. Y un optimista: aunque la batalla contra la corrupción sólo haya comenzado; aunque el gigantismo de los Juegos y el control del dinero muevan a la sospecha; aunque el dopaje sea una batalla perdida, según él mismo ha reconocido. Pero se va satisfecho, convertido en una de las más grandes referencias del deporte del siglo XX.
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