El 'calcio' brasileño
El equipo de Dunga frenó con 38 faltas a Argentina, que no cabeceó ni una vez en 33 centros
"¡Gracias, maestro!", le gritó un periodista compatriota, que hacía unas semanas le había criticado públicamente por sus ideas contraculturales. Dunga, el seleccionador de Brasil, se paseó por el estadio Pachencho Romero con una mueca de soberbia. Simuló no hacer caso a los aduladores. "Yo amo a mi país", repitió, tras asistir el domingo al levantamiento de la octava Copa América de Brasil. "Hemos hecho un gran trabajo", dijo. "Se ha visto el resultado de 34 días de concentración. He estudiado toda la trayectoria de Basile, y sus métodos, no sólo con la selección argentina, también en Boca".
Antiguamente, cuando Brasil conquistaba un título se lo atribuían al talento de sus futbolistas, a Romario, Ronaldo, Bebeto o Rivaldo. El triunfo de Brasil en Venezuela fue distinto. Representó el éxito de un entrenador: Carlos Dunga. El hombre ha organizado a la selección más creativa del planeta como si fuese un equipo italiano. Brasil ya no entretiene. Dunga repudia el jogo bonito que añoran sus compatriotas. Lo califica de "fantasía". "Yo sólo sé de hechos", insiste Dunga, que ha descubierto que la utilización discrecional de aforismos pragmáticos da importancia a los entrenadores. Después de derrotar a Argentina (3-0) en la final del torneo el técnico no destacó a ningún jugador. Recordó que todo se debe al bloque: "Es el triunfo del trabajo de los futbolistas".
Este trabajo se traduce en una estadística singular. Brasil, que hasta hace unos años no se destacó nunca por estar pendiente de sus rivales, hizo 38 faltas repartidas entre 11 de sus jugadores. Trece más que Argentina, que tuvo el balón pero no supo administrarlo. Los futbolistas más creativos, como Robinho o Diego, no brillaron. La final fue el partido de los centrales, Alex y Juan, que dieron una exhibición de despejes de cabeza. También fue relevante el trabajo de barrido de Josué y Mineiro. Los dos medios centros del São Paulo, campeones de la Intercontinental, levantaron un muro en el carril central. Sin desborde por fuera, Argentina se metió en el cuello de botella. Allí esperaba Josué, que hace días recordó que el negocio se ha puesto feo: "Ahora todos los entrenadores quieren que peguemos. Y yo pego".
Como sucede con los partidos condicionados por planteamientos propios del calcio, la final se decidió en un par de acciones más o menos circunstanciales. El error de la defensa argentina en el primer gol, culminado por Ayala, que se olvidó de que el perfil bueno de Baptista es el derecho, decidió gran parte del duelo. Luego Dunga habló del partido como de la precipitación de su plan maestro. Lo que no imaginó el técnico fue que Elano, su protegido, se lesionaría. Tuvo que sustituirlo por Dani Alves. El lateral del Sevilla, al que el seleccionador cuestiona por atacar demasiado, hizo un gran partido. Metió el centro que Ayala desvió a su propio arco y convirtió el tercer gol. Al salir de los vestuarios Alves habló en nombre de una plantilla resentida con la hinchada brasileña, que había pedido más manejo de pelota y menos especulación: "Nuestra camiseta tiene una historia única. Nosotros pedimos un poco de respeto. Muchos ni siquiera nos dieron la posibilidad de un empate".
Dunga está convencido de que su camino es el único posible. Habla con desprecio del Brasil de 1982, y de la generación que encabezaron Zico, Júnior, Sócrates y Falcao. "No ganaron nada", advierte. Cree que su fórmula coincide con el éxito. Y eso es lo único que le importa. Para documentarlo apela a su historial. Empezando por la Copa América que ganó en Maracaná en 1989, cuando él, que por entonces usaba flequillo, derrotó a la Argentina de Maradona con un centro del campo formado por Branco, Mazinho y Paulo Silas. Siempre se olvida de Romario. En 1989 y en la Copa del Mundo que obtuvo en 1994, Dunga prefiere considerar al genio como un accesorio. Sus referencias son Mazinho, Mauro Silva y él mismo, tres pivotes consagrados por Parreira en su escalada defensivista. A ellos, y a sí mismo, debió dedicar la conquista de Venezuela.
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