Poder absoluto
La conquista de la Copa frente al Barça fue otro paso de Mourinho en su lucha por gobernar todos los aspectos del Madrid, someter a los jugadores y mandar más que el presidente
José Mourinho recorrió el pasillo del avión de regreso a Madrid hinchando el pecho, con una media sonrisa ladeada de satisfacción. El pasado jueves, de madrugada, el técnico del Madrid acababa de dirigir al equipo hacia la conquista de la Copa, el primer título del club en tres años. En el aeropuerto de Valencia, los jugadores le observaron mientras reafirmaba a grandes voces su proclama.
-¡Esto es fútbol!, decía. ¡Esto es fútbol!
Los ayudantes del técnico iban resumiendo entre los miembros de la expedición la idea que había concebido su líder.
-El Barça es, en buena medida, un invento de la prensa. A la hora de competir, no es un equipo realmente solvente.
Mourinho llevaba una semana bombardeando a la plantilla con eslóganes dirigidos a convencerles de que la posesión del balón no era necesaria. Que evitar la elaboración en el mediocampo era esencial para superar la primera línea de presión azulgrana.
"¡Esto es fútbol!", decía para justificar su renuncia al balón frente al Barça
"Aquí algunos se vuelven locos con la presión", le dijo Florentino Pérez
"Si ganáis un título, yo me quedo y a Valdano lo echan", advirtió a la plantilla
"El Barça es, en buena medida, un invento de la prensa", dice a sus ayudantes
-¡Den un pelotazo!, repetía.
Para Mourinho, ese pase largo al punta, más o menos apresurado, era la solución final. El instrumento definitivo para desnudar las carencias del adversario y terminar con su hegemonía. Así, antes de la final de Mestalla, a lo largo de sus numerosas charlas tácticas colectivas e individuales, repitió el vocablo con ese tono místico que emplea en las alocuciones: "¡Pelotazo!".
Mourinho sabía que estaba trasladando un mensaje contracultural. Sabía que su plan de acción encontraría resistencias entre gran parte de sus futbolistas, gente orgullosa, educada en campeonatos en los que predomina la vieja creencia de que los grandes jugadores deben aspirar a tomar la iniciativa mediante el uso de la pelota porque la posesión es la clave del éxito. Por eso, tras levantar la Copa, se esforzó por recordar a todos que él tenía razón. Que hay otras maneras de jugar. Y que quien se limite a despejar balones merece ser considerado un honorable jugador de fútbol.
Los jugadores insisten en que, tácticamente, Mourinho no les enseñó nada nuevo. Ni es un sacchi ni es un guardiola, apuntan, porque para hacer funcionar a un equipo con la pelota hace falta tiempo y él promete resultados inmediatos. Aseguran que es extremadamente detallista en la confección del esquema defensivo, pero que, una vez recuperado el balón, sus consignas resultan limitadas contra equipos que se cierran atrás. Si por algo valoran los futbolistas al entrenador portugués es, primero, por su método avanzado de preparación física, siempre con el balón, con adaptaciones a las circunstancias naturales del juego. Segundo, por su intuición para detectar los puntos flacos del adversario y proponer soluciones sencillas para hurgar en ellos. Tercero, por su capacidad para convencer a la gente de que se implique en la empresa a cambio de protección. En este aspecto Mourinho deposita gran parte de su energía mental. Es la vertiente propagandística de su obra. Para completarla necesita ejercer de director de comunicación de facto y de mánager. Salvo Casillas, ningún futbolista del Madrid habla en público sin su permiso.
Sabedor de que los futbolistas son receptivos cuando saben que quien les habla controla sus carreras, el técnico acumuló poder. Desde que llegó al Madrid, Mourinho avanzó sobre prerrogativas que, hasta entonces, habían correspondido exclusivamente a los presidentes. Comenzó por pedir la renovación de Pepe. No fue escuchado. Reclamó el fichaje de Hugo Almeida. Lo ignoraron. Tras el 5-0 en el Camp Nou, empezó a dar muestras de ansiedad. El 19 de diciembre, el día de la visita del Sevilla, provocó una crisis. Antes de denunciar ante la prensa una conspiración arbitral hoja en mano, y aprovechando la presencia de un dirigente en el vestuario, escenificó una pérdida de control nervioso ante los jugadores.
-¡Vosotros decís que este es un club señor y esto es una puta mierda de club! ¡Me cago en el señorío! ¡Y ahora vais y se lo decís al presidente! ¡Ahora me voy de vacaciones y, si me queréis echar, por mí no vuelvo!
Abrumado, el presidente, Florentino Pérez, se planteó la posibilidad de destituirle. Al día siguiente, durante la comida de Navidad, cogió el micrófono y le lanzó una andanada encriptada.
-Aquí hay gente que se cree capacitada para cualquier empresa y no se da cuenta de que el Madrid es la empresa más grande. No todos están capacitados. La presión que se sufre aquí no es para todo el mundo. Algunos se vuelven locos.
Lejos de amilanarse, en la primera reunión privada que mantuvieron, Mourinho le hizo sentir la presión a su interlocutor.
-Ni yo soy el entrenador que usted esperaba ni usted es el presidente que yo creía, le dijo.
Intimidado ante la posibilidad de completar otra temporada sin títulos y persuadido por las encuestas de la fuerza de Mourinho entre los hinchas, que lo consideran un ídolo, el presidente acabó por ceder y fichó a Adebayor. Antes del derbi, Mourinho reunió a la plantilla y anunció su estrategia.
-No soy hipócrita. Al final de temporada, o se va Valdano o me voy yo. No lo puedo ni ver. Si me quedo, salvo el márketing y el baloncesto, seré el principal responsable de la gestión deportiva. Los que tenéis la llave de todo sois vosotros. Si ganáis un título, yo me quedo y a Valdano lo echan. Si vosotros perdéis, él se queda y yo me voy. De ahora en adelante, observaré quién está con el equipo y quién no.
Los líderes del vestuario se vieron en un aprieto. Uno de ellos, en una reunión, hizo la siguiente reflexión en voz alta.
-Juega con nuestra voluntad. Nos hace sus cómplices. Si corremos y ganamos títulos, le dirá al presidente que estamos con él y contra Valdano. Si tenemos un mal día, nos convertiremos en sus enemigos.
Después de años sin ganar títulos, persuadidos de la necesidad de salvar sus contratos y su prestigio, los jugadores, temerosos, se limitaron a cumplir.
La Copa lograda en Mestalla fue el primer trofeo en el historial de Florentino Pérez desde 2003. Significó la instauración del entrenador en todos los niveles. El poder absoluto para José Mourinho.
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