Inglaterra tiene un problema estructural
El equipo de Capello juega con pesadez ante una vibrante Argelia
Inglaterra tiene un problema estructural. Pasan los años y el equipo remite al del Mundial anterior, en este caso Alemania 2006, cuando era entrenado por el sueco Eriksson, y se desenvolvía con la misma pesadez que el actual. Capello tampoco ha resuelto la ecuación. Gerrard y Lampard no mezclan bien, Rooney ha llegado a la gran cita en una baja forma considerable y el resto de jugadores son intrascendentes. También Gareth Barry, reclamado como la pieza angular del grupo cuando en realidad se comportó como un tornillo fuera de lugar.
Argelia celebró el empate con emociones desbordantes. Al viejo Rabah Saadane se le habían salido las lágrimas de los ojos al escuchar el himno de su país, por primera vez en una Copa del Mundo después de 24 años. Los pocos aficionados argelinos desplazados a Ciudad del Cabo disfrutaron de una velada inolvidable.
La selección africana se movió más ligera y eso generó una cierta alegría entre los hinchas neutrales del Green Point, sorprendidos de ver a la pequeña cenicienta apoderarse de la reina inglesa. Inglaterra no ejercía el dominio esperado, sino más bien al contrario: corría detrás del balón. Los rebotes siempre favorecían a los argelinos, mucho mejor colocados. Para desesperación de Fabio Capello, traje gris y manos en los bolsillos, dando patadas al aire el día que cumplía 64 años. Vaya regalo de cumpleaños, pensó.
Pues no. La solución no era Gareth Barry, como creían Capello y los propios jugadores ingleses, cuando lo añoraron ante Estados Unidos. Barry trasladó su espesura mental y física a las sufrientes transiciones del balón de Inglaterra. Gerrard y Lampard tampoco le ayudaron en nada. Volvieron a ser la pareja imposible. Persuadido de la avería, Rooney bajó más que nunca al centro del campo. Después de la lesión del tobillo, el delantero del Manchester United ha perdido la punta de velocidad.
Argelia se defendía con cinco y los dos laterales salían como tiros en cada contragolpe. Yebda, del Portsmouth, impuso su energía en el círculo central, y Ziani, del Wolfsburgo, hizo notar su habilidad por la izquierda, complicándole la vida a Johnson, que no subió la banda como acostumbra.
Mascando chicle y con aire desafiante, el portero de los tirabuzones, David James, entró en el campo vestido completamente de amarillo, dispuesto a acabar con todas las supersticiones. Su primer despeje de puños, sin la potencia necesaria, no inspiró demasiada confianza. Si creía que iba a disfrutar de una noche tranquila, se equivocaba. Sus compañeros le enviaron media docena de pases atrás, alguno tan envenenado como el ladrillazo de Barry, que James sacó a duras penas. Las dos víctimas de la primera jornada, Green y Chaochi, ocuparon su lugar en el banquillo, aunque por distintas razones. Al meta inglés Capello le pasó la guillotina por su error ante Dempsey. Al argelino, más que el fallo frente a Eslovenia, le condenó su rodilla.
Michael Carrick empezó a calentar al comienzo de la segunda parte, señal de que Capello estaba muy disgustado con su rendimiento. Gerrard confirmó su mala noche al desaprovechar una superioridad numérica que le recriminó todo el estadio. Argelia siguió llegando con fluidez a la zona de tres cuartos, pero allí moría por su falta de rematadores. No tiene gol.
A Capello, sin embargo, le faltó decisión y su primer cambio (Wright-Philips por Lennon) no significaba nada. Dos jugadores casi idénticos, uno por el otro. El técnico italiano no se atrevió a tocar a ninguna de sus estrellas, a pesar de que fallaban un pase tras otro, especialmente Gerrard y Rooney. El capitán inglés ha llegado fundido a la Copa del Mundo, como se apreció en la segunda parte, casi cuatro minutos recuperándose tras participar en una acción de ataque.
El segundo sacrificado de Capello fue Heskey, cuya titularidad en Inglaterra es un misterio por resolver. No regatea, ni pasa ni desborda ni remata. Solo empuja. La entrada del veloz Defoe le dio un poco más de aire al ataque inglés. Pero poco. Capello retiró a Barry y dio paso a Crouch, lo que suponía jugar con tres delanteros. Sin ningún resultado. Desde que ganara su Mundial, en 1966, Inglaterra arrastra una pesadez incorregible, una maldición ancestral.
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