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Reportaje:EUROCOPA 2008 | El equipo más atractivo

Holanda se independiza de Cruyff

La renuncia de Van Basten a los extremos catapulta al combinado 'oranje'

Cuando estaba sentado en las gradas de Berna viendo cómo mi equipo hacía trizas a la campeona del mundo, Italia, por 3 a 0, me llegó este mensaje de un amigo de la infancia: "Llevo 30 años siguiendo a la oranje pero nunca he visto esto". La sensación nacional de asombro la resumió el comentarista de la radio estatal holandesa, quien, después de que Robben marcara nuestro tercer gol contra Francia por un hueco que no existía, se echó a reír en antena.

No soy holandés, pero mi padre trabajaba allí, así que me crié en Holanda. Como todos los demás que se criaron allí, llevo el fútbol en la médula. Como todos los demás, pensaba que se había perdido el producto cultural holandés más grande del siglo XX. Pero en Berna lo volvimos a encontrar, en un nuevo envoltorio que nos durará esta generación. Un país entero baila en las calles, excepto quizás el padre del fútbol holandés, Johan Cruyff.

Cuando siete goles se reparten entre seis jugadores, la que gana es la tradición colectiva
Nos gusta que el rival tenga el balón para abalanzarnos sobre él cuando lo pierde
Receta holandesa: combinación y ritmo máximo de juego
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La duda ofende

A los holandeses les importa mucho su equipo. Esta primavera, un estudio pidió a 4.088 holandeses que nombrasen a los compatriotas que mejor representan el sentimiento naranja (el nacionalismo holandés). Los encuestados nombraron a Cruyff y al cantante André Hazes, seguidos de Van Basten, su seleccionador. La gente comentaba que la canción de fútbol de Haze, Amamos a la Naranja, evocaba más "sentimientos naranjas" que el himno nacional.

Más que en otros países, la selección holandesa pertenece a su nación. La selección inglesa procede de la clase obrera; el equipo francés, de los barrios periféricos étnicos y pobres, y España intenta representar a una nación que no es una nación. Pero cuando los holandeses ven a este equipo ven a su nación hecha carne. Desde los años setenta nos hemos sentido muy orgullosos de nuestro equipo, que ha ganado más que ningún otro país pequeño y gracias a Cruyff juega un fútbol especial e innovador. La empresa británica de estudios de mercado Initiative Sports Futures afirma que en los últimos tres grandes torneos de fútbol, Holanda proporcionó más espectadores per cápita que ningún otro país.

La selección nos pertenece. Nuestros jugadores no son estrellas, sino holandeses normales y corrientes procedentes de casas adosadas a los que casualmente se les da bien el fútbol. Nadie en las gradas de Berna adora a los jugadores holandeses de la actualidad. Los días de partido, esta sosa y pequeña ciudad se llena de cientos de miles de aficionados con camisetas naranjas, pero casi nunca se ve el nombre de un jugador actual en la espalda de nadie. A lo sumo se podrá ver la referencia a la tradición holandesa: Bergkamp o 14, el número de Cruyff. Celebramos la tradición holandesa, no a los individuos.

Pensábamos que la tradición había muerto. En septiembre de 2001, el mes en que 19 terroristas suicidas hicieron temblar el modelo político liberal de Holanda, el fútbol irlandés hizo lo mismo con el modelo futbolístico de Holanda. Nos ganaron en Dublín, y nos perdimos el Mundial. Nuestras tácticas tradicionales ya no funcionaban. El modelo Cruyff-Van Gaal de fútbol holandés era el siguiente: lleva siempre el balón, pásalo eternamente, házselo llegar a los extremos, crúzate, marca. Pero las defensas modernas eran mejores y estaban más en forma. Ya no se abrían ante nuestros pases. Aferrarnos a los extremos nos hacía parecer un grupo homenaje a Abba, que intentaba revivir desesperadamente los años setenta.

Frank Rijkaard es hijo de la tradición futbolística holandesa. En marzo, cuando aún era el entrenador del Barça, le pregunté en su oficina subterránea en el Camp Nou si había desaparecido el estilo holandés: "Es verdad, no se ve a menudo". ¿Jugaba fútbol holandés su Barça? "Bueno, quizá de lejos, pero no. Si tienes extremos, sobre el papel es en esa dirección, pero la práctica suele ser diferente". ¿Es que ya no funcionan los extremos pegados a la banda? "Por lo visto, no".

Pero Van Basten se aferraba a los extremos. Era el hijo futbolístico de Cruyff, y Cruyff le obligaba a hacerlo, como si deshacerse de los extremos nos convirtiera de repente en Alemania. El debate sobre los extremos se convirtió en un debate sobre lo holandés. Las generaciones futuras lo encontrarán tan incomprensible como las disputas teológicas calvinistas en Holanda en torno al año 1600, acerca de si todo estaba predestinado, o sólo casi todo. Pero el debate era importante para los holandeses porque ya sentían que todas sus tradiciones se habían globalizado y estaban desapareciendo. Citando el título de un casi legendario artículo reciente de sociología: "Holanda ya no existe".

El pasado otoño, un grupo de siete jugadores veteranos convencieron por fin a Van Basten de que se deshiciese de los extremos. Llegamos a Suiza con un dibujo 4-2-3-1. Y resulta que nos sienta como un traje hecho a medida. Con dos centrocampistas defensivos detrás suyo, nuestros números 10 Van der Vaart y Sneijder eran libres para atacar desde el medio campo. Mientras estaban en el Ajax eran unos renacuajos, pero en el extranjero han adquirido un nuevo físico, lo cual ayuda. Los dos centrocampistas defensivos recuperan el balón, algo que durante años no pudimos hacer con sólo tres medios. Como señaló el propio Cruyff, para atacar más a veces tienes que alinear a más jugadores defensivos para conseguir el balón.

Pero ya no lo pasamos eternamente. En vez de eso, nos gusta que el rival lo tenga, y luego, en el instante en que lo pierden, nos abalanzamos. Es como el momento del rebote en el baloncesto. Los holandeses llaman a ese instante el omschakeling: el intercambio. Podría llamarse contraataque, pero no implica sentarse delante de la portería durante 90 minutos como Grecia. Se ve que el sistema funciona porque dimos una paliza a Italia (3-0) y a Francia (4-1) con jugadores muy normales: Mathijsen, Ooijer, Van Bronckhorst, Engelaar. Como escribió Brecht, "Feliz es la tierra que no necesita héroes". Cuando se gana con tipos como esos, y con siete goles marcados por seis jugadores diferentes, se sabe que es la tradición colectiva la que ganó.

El día siguiente al partido contra Francia llamé a David Winner, autor británico de Brilliant Orange: The Neurotic Genius of Dutch Football

[La naranja brillante: El genio neurótico del fútbol holandés]. Quería hablar del gol de Sneijder contra Italia, que se produjo segundos después de que Gio despejase un córner desde nuestra línea de gol. Kuyt, que había estado defendiendo en el otro poste, encabezó la asistencia a Sneijder a lo largo de 90 metros campo arriba. "Es un gol imposible", aseguraba Winner. "La técnica es muy profunda y en un momento de crisis se manifiesta de forma que nadie podría imaginarse. Es como el gol de Van Basten en la final del 88, o el tanto de Bergkamp contra Argentina en el Mundial de 1998. No es posible controlar el balón como lo hizo Dennis, por encima del hombro. Eso es profundamente holandés".

Winner añadía que una gran diferencia con los años setenta es que ahora tenemos portero. "Van der Sar no habría dejado pasar el gol de Kempes [en la final del Mundial de 1978] y probablemente habría evitado el de Müller [en la de 1974]. Creo que debería haber jugado con tres años".

Hemos hecho todo esto básicamente sin extremos (hasta que Robben sale como suplente). Pero los extranjeros ni siquiera se dan cuenta. Entienden que nuestro juego sigue siendo holandés. Sigue siendo lo que los hispanohablantes llaman la naranja mecánica o lo que los ingleses denominan fútbol total, o lo que los holandeses se limitan a denominar fútbol holandés.

Holandés es que los jugadores debatan con el entrenador para cambiar la formación. Holandés es que se juegue un fútbol de combinación a ritmo máximo. Holandés es que el portero mueva los brazos para provocar que un estadio extranjero lleno de holandeses entre en frenesí, porque todos llevan la historia del fútbol holandés en el cerebro. Holandés es que el defensa izquierdo, Gio, galope 80 metros hacia adelante para llegar hasta la portería cuando ya se va ganando a los campeones del mundo por 2 a 0. Holandés es superar a Italia y Francia en técnica. Holandés es jugar vestido de alegre naranja. Holandés es que el entrenador dé ruedas de prensa en cuatro idiomas. Holandés es que cuando se está defendiendo un 1 a 0 contra Francia, se ponga a un extremo (Robben) en lugar de un centrocampista defensivo (Engelaar) porque se sabe que la mejor defensa es un buen ataque (los holandeses se toman la defensa muy en serio. Sólo que lo hacemos de manera diferente a los demás).

En Berna, antes del partido de Francia, le pregunté a Michel Platini, presidente de la UEFA, si reconocía a esta selección holandesa como holandesa. "Juegan igual que el Barcelona, o que Rusia", respondió. "Donde hay un entrenador holandés, todos juegan de la misma manera, porque hay una filosofía holandesa", añadió. ¿Y a quién le importa cuántos extremos tienes?

Sólo a Cruyff le importa. El fútbol holandés acababa de entrar en la fase pos-Cruyff. Es una historia edípica: el fútbol holandés está asesinando a su padre, y aun así siempre será el hijo de su padre.

Y que sea así por mucho tiempo. Podríamos perder fácilmente el sábado, porque el fútbol holandés es una planta delicada. Es probable que al final quedemos eliminados en los penaltis, como en las Eurocopas de 1992, 1996 y 2000: otra vez hermosos perdedores, en la tradición holandesa. Reunamos a todos los psicólogos de Holanda y llevémoslos en un vuelo chárter hasta Lausana, sólo por si se puede hacer algo.

El seleccionador holandés, Marco Van Basten, durante un entrenamiento.
El seleccionador holandés, Marco Van Basten, durante un entrenamiento.REUTERS

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