Arroyo ya no engaña
Crecen la moral y la decisión del ciclista de Talavera, un día más en rosa, mientras Evans y Basso empiezan a ver que no será fácil
"Arroyo engaña", dice Jesús Hoyos, el médico del Caisse d'Épargne, el equipo del líder del Giro que lleva camino de hacer de Walkowiak en el siglo XXI. Arroyo engaña, en efecto, una información que no sería nueva para Manolo Saiz, el primer director en profesionales del ciclista de Talavera, quien prescindió de él terminada la temporada de 2003, cuando el corredor tenía solo 23 años. El director del ONCE alegó que Arroyo tenía las rodillas de cristal, que estaba siempre lesionado, pero, en realidad, le dejó sin más salida que un equipo portugués porque el bolo no era de los que se callaban, de los que acataban silenciosa y religiosamente, sin debatirlas, todas sus disposiciones. Arroyo no es un intelectual, pero lo parece -pese a las mechas multicolores que tanto le gustan y que con tanto primor le tiñe su chica, Pamela, peluquera de profesión; pese al rostro curtido de tanto estar al aire libre, en la bici, en la huerta-, cuando se calza las gafas de leer y por la noche abre un libro antes de caer dormido en la cama, o cuando discute con Hoyos o los mecánicos de leyes físicas y vatios a la hora de planificar los entrenamientos con el Power Tap.
"El Liquigas quería arañarme algún segundo y no lo han conseguido"
Arroyo no es un campeón, pero va camino de ello, al ritmo en que crecen su moral y su decisión, multiplicadas cada día en rosa, como tampoco Sam, Bilbo y Frodo eran elfos.
Charly Gaul y otros favoritos del Tour del 56 no dieron importancia a Walkowiak, un corredor de segunda fila, maillot amarillo tras una fuga masiva de 19 minutos. El desprecio se hizo lamento cuando fueron incapaces de desbancarlo en montaña.
Ivan Basso y Cadel Evans, los más fuertes del Giro, seguían viviendo cómodos el guión de un duelo a dos para decidir el ganador, incluso tras la fuga de L'Aquila que hizo volar a Arroyo. Pasada, sin embargo, la primera fase de dureza, empiezan, ellos también, a percatarse de que Arroyo engaña. Se dieron cuenta después de la cronoescalada. Lo verbalizó Evans: "Arroyo está aún lejano". Lo expresó Arroyo, a quien también le gustaba dejarse engañar por sí mismo. "¿Sabes, Penkas? Ahora ya me creo que puedo hacer podio", le dijo a Lastras, su compañero de habitación y capitán de ruta. Seguramente se lo repetiría ayer con más fuerza aún, después de una de las etapas más tranquilas del Giro -final en un puerto de segunda en el que el francés Monier, el más fuerte de una gran fuga controlada, consiguió, a los 27 años, su primera victoria profesional-, una etapa resumida para los grandes en un forcing final del Liquigas que Arroyo resistió perfectamente a rueda de Basso. Y hasta se dio el lujo en el sprint final, en el que Sastre perdió 5s, de, en demostración de fuerza, pasar por delante de gente como Vinokúrov y Evans. "El Liquigas quería arañarme algún segundo y no lo han conseguido, esto es muy importante ya que mi moral va a más y la de ellos puede ir a menos", dijo Arroyo, quien, en sus seis días en rosa ha resistido y gozado. Ahora ya sueña y asusta. Ya no engaña.
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