Cinco viejos bellos rostros
No creo -es sólo un decir, pero puede valer para entendernos- que mereciese la pena ir a ver Last orders si su colectivo de cinco personajes protagonistas estuviera interpretado por cuatro actores y una actriz nada más que solventes, de los que se saben a la perfección el abecedario de su oficio, pero sólo eso, y se quedan en buenos repetidores del guión, pero sin reinventarlo, que es lo que hacen los intérpretes de talento. Quedaría en este caso una película nada más que correcta, un relato simpático y algo tristón, ágil y entretenido, procedente de un guión bien armado y compuesto por el australiano Fred Schepisi y el británico Graham Swift, cimiento de una película correctamente dirigida por el mismo Fred Schepisi, bien filmada, bien montada, bien realizada, bien intencionada, pero innecesaria.
LAST ORDERS
Dirección: Fred Schepisi. Guión: Graham Swift y Fred Schepisi. Intérpretes: Michael Caine, Tom Courtenay, Bob Hoskins, Davis Hemmings, Helen Mirren, Ray Winstone. Género: drama. Reino Unido, 2001. Duración: 109 minutos.
Lo dicho es lo que habría, a mi juicio, que decir de Last orders siendo lo que es, pero faltando de la pantalla el arrastre y la seducción de los cinco viejos bellos rostros de Michael Caine, Tom Courtenay, David Hemmings, Bob Hoskins y Helen Mirren. Pero estos rostros están allí, y -aunque el guión, la dirección y el reparto son la poca cosa que dije de ellos antes- bastan estas cinco presencias para volver del revés como un saco el signo del filme y hacerlo, al menos a ratos, cine vibrante, vivo y jalonado por gozosos estallidos del talento histriónico de estos cinco viejos bellos rostros del gran cine británico, actores enormes, de pura raza, gente de genio. Y con histriones como éstos encaramados en la pantalla, la película, en sí irrelevante, se hace necesaria.
Es el relato de una amistad, entre el viejo carnicero tocado por la muerte que interpreta de forma arrolladora Michael Caine y sus tres amigos de miserias, tragos y gozos, que interpretan Bob Hoskins, Tom Courtenay (que fue un rostro identificador del free cinema de los años sesenta) y David Hemmings (el fotógrafo de la misteriosa, noble y legendaria aventura británica de Michelangelo Antonioni en Blow up), observados a distancia pero, sin embargo, de cerca, por el taladro de la mirada de la mujer del primero, Helen Mirren.
El agonizante Caine hace prometer a sus amigos que llevarán sus cenizas al mar, y la película es el fúnebre viaje, que agita en puzzle la vida de los cinco viejos rostros, desdoblados en cinco equivalencias juveniles que no les llegan a los viejos a la altura del zapato. De ahí que Last orders sea una moneda de dos caras, la inmensidad de los genios mayores y la insignificancia de sus fingidos retrocesos a las bonitas caras de quienes quieren, pero no pueden, darles una convincente réplica veinteañera.
Babelia
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