Tan monjes y tan humanos
Existen profesiones en la vida que te inspiran tanto temor o antipatía, que tampoco deseas ver el tratamiento que le ofrecen las ficciones. Esa alergia puede ser caprichosa o en función del conocimiento real que te ha procurado tu experiencia con practicantes de esos oficios. Hay excepciones. En mi caso, no habiendo tratado a gánsteres con pistola (de los otros sí, todos ellos legalizados, con notable proyección social y economía saneada) ni sintiéndome capaz de desvalijar bancos, siento debilidad por el género que protagonizan ellos. Pero, de entrada, no me apetece ver retratos de gente ataviada con sotanas (aunque lógicamente me conmuevan los inolvidables curas de Adiós, muchachos y Roma, ciudad abierta), incluidos los alegatos que denuncian su familiaridad con la doble moral y sus casi siempre impunes infamias. Sin embargo, no tengo prejuicios contra las películas de monjes. Ya sé que también son curas, pero tienen otro rollo. No moví el párpado en las tres horas de duración del extraordinario documental sobre cartujos El gran silencio. Y me fascina, cómo no, la atmósfera del convento medieval que recreó Umberto Eco en El nombre de la rosa y ver al gran Connery en la piel de Guillermo de Baskerville.
DE DIOSES Y HOMBRES
Dirección: Xavier Beauvois.
Intérpretes: Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin, Philippe Laudenbach, Jacques Herlin.
Género: drama. Francia, 2010.
Duración: 120 minutos.
De dioses y hombres está protagonizada por monjes que trágicamente no pertenecen a la ficción. Eran franceses, vivían en Argelia intentando estar en paz consigo mismos y con el mundo. Poseyendo poco o casi nada, ayudaban en todo lo que podían, material y espiritualmente, a la comunidad rural que rodeaba su convento. Sin ánimo de convertir a esa gente, por solidaridad, siendo fieles al espíritu de su religión. Fueron secuestrados en 1996, se los cargaron. No está absolutamente clara la identidad de sus asesinos, aunque todo apunta a que fue el GIA. En cualquier caso, estos personajes ejemplares fueron exterminados por la barbarie fundamentalista, el odio ciego al extranjero que practican los ortodoxos salvapatrias.
El director Xavier Beauvois cuenta admirablemente, con penetración psicológica y sencillez narrativa, la modélica relación de estos monjes católicos con su entorno musulmán, el mosqueo al intuir que pueden estar en el punto de mira de los talibanes, su muy humana condición negándose a aceptar el martirio, su miedo a quedarse en Argelia y la sensación de que estarán traicionando sus principios si huyen a Francia, sus contradicciones y su coraje, sus ganas de vivir y la sospecha de que se está acercando el horror, la profunda democracia a la hora de tomar decisiones.
Beauvois no hace trampas en esta fábula moral, no fuerza el sentimentalismo, nos hace entender profundamente la complejidad emocional y las dudas de este grupo amenazado por una situación límite, su espiritualidad y sus necesidades terrenales. Todo resulta creíble y turbado, incluido su reparto, en el que vuelve a deslumbrar el anciano Michael Lonsdale, uno de los mejores actores que ha dado el cine. Y sales conmovido con la historia de estos religiosos. Palabra de agnóstico.
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