El juego entre el todo y las partes
Desprende La puta y la ballena brillantes imágenes, bien elaboradas vibraciones visuales, ideas no simples, metáforas ambiciosas y giros argumentales atrevidos. Y lo hace desde que arranca hasta que termina, en chorro, de manera incesante. Sobran algunos pegotes españoles, innecesarias perchas de coproducción, pero lo cierto es que no condicionan el relato y casi le resbalan. Es un relato argentino, enraizado en un paisaje sólo imaginable en ese sur.
Está hecha La puta y la ballena con instantes no fáciles de entender a veces. Hay esfuerzo de refinamiento, pero hay también oscuridad en las tripas de la película. La doble trama argumental se desdobla a su vez en cruces de tiempos sinuosos y comprometidos, que dificultan la inteligibilidad de lo que sucede a medida que sucede, y hay que esperar a que la película avance y traiga nuevas evidencias para percibir toda la acción, todo lo que ocurre. Pero ya entonces es tarde y el filme se ha quedado atrás, embarrancado.
LA PUTA Y LA BALLENA
Dirección: Luis Puenzo. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Aitana Sánchez-Gijón, Miguel Ángel Solá, Mercè Llorens, Pep Munné, Belén Rueda. Género: drama. España-Argentina, 2004. Duración: 127 minutos.
La doble trama llena hasta el exceso la fronda argumental, con dos historias superpuestas y con tentáculos que las interrelacionan y que aspiran a convertirlas en una sola historia, cosa que no consiguen y de ahí proceden los problemas de fondo del filme, que interiormente carece de la consistencia que buscan su aparato argumental exterior y su pretensión metafórica. Conviven en ella sin fundirse varias películas. Y conviven mal, no generan unidad, dejan que en la pantalla las partes floten desamarradas de un todo que no llega a existir, que es enunciado pero no dicho, que es esbozado pero no pintado, que es intuido pero no construido.
El reparto está vivo. Los personajes tienen en el dispositivo argumental un territorio de definición que permite a los intérpretes desarrollarlos hasta bordear hermosas creaciones. Lo mejor de La puta y la ballena es su energía interpretativa, procedente de un reparto del que tiran con imaginación y recursos de oficio Aitana Sánchez-Gijón, que admira por su precisión y su empuje; y Leonardo Sbaraglia, que logra inquietar en su desquiciada aventura con la puta que borda Mercè Llorens y el extraño chulo que permite a Miguel Ángel Solá poner cierto orden en un galimatías. Y son estos destellos los que sostienen una película insostenible, construida con sobrecarga de rizos argumentales y metáforas ampulosas y machaconas. Las partes, pese a su alto voltaje cinematográfico, no logran construir un todo, por lo que la secuencia es artificiosa, falsa, y decepciona.
Babelia
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