El efecto (no digital) de Halle Berry
La saga novelesca, luego convertida en un (a veces) divertido y (siempre) rentable ritual cinematográfico seudo genérico, del agente secreto 007, inventado por Ian Fleming en tiempos de la calentura de la guerra fría, cumple ahora, con esta hueca y aparatosa trola digital de Muere otro día, una filmografía de 20 películas, hechas a ritmo de dos años por cada fechoría, lo que alarga ya a cuatro décadas el pelaje terso y chulo de este cerdo de escaparate de peluquería, refinado gourmet, buen catador de sedas y vinos e imaginativo jodedor, que lleva detrás de su eterna sonrisa una cínica bestia asesina a sueldo de su majestad británica.
La serie 007 ha evolucionado en forma y formato desde que hace 40 años el gran Sean Connery creó el modelo, nunca superado, de James Bond en Doctor No, aquella golfa y rica aventura, llena de libérrimo humor y derroches de ingenio, que disparó la saga y convirtió a sus barrenderos en banqueros. En este largo tiempo, desde que Connery se fugó de él en busca de verdadero cine, James Bond ha saltado por las coronillas de media docena de guapos pegones, para acabar, por ahora, en el pellejo del irlandés Pierce Brosnan, que es buen actor e intenta (misión imposible) devolver al fantoche la graciosa, pegadiza, fascinante indignidad que le proporcionó al nacer la mala uva escocesa y antibritánica de su creador Sean Connery.
MUERE OTRO DÍA
Director: Lee Tamahori. Intérpretes: Pierce Brosnan, Halle Berry, Toby Stephens, Judi Dench, John Cleese, Rosamund Pike, Rick Yune, Michael Madsen, Madonna, Will Yung Lee. Género: thriller. Reino Unido-EE UU, 2002. Duración: 123 minutos.
Y, a ratos, Brosnan parece rozar la hazaña de devolver a Bond al territorio del humor y la insolencia, pero sólo a ratos, porque el voraz diseño de la producción se hace amo despótico del filme y devora hasta las plumas del pájarraco. Ha invadido y se ha adueñado de la, al comienzo astuta y refinada, saga 007 la necia y tosca estrategia del estruendo y de la truculencia (o truquería) digital, y el otras veces inimitable efecto irónico de Bond, aquel vigoroso chiste visual canalla moldeado y disparado por Connery y luego, aunque con más blandura y menos eficacia sarcástica, por Roger Moore, es ahora relevado, en las jerarquías interiores del filme, por una burda, y sobada hasta la náusea, traca de efectos de laboratorio informático. Y el circo digital sigue llenando de vacío a una leyenda...
Antes salió a relucir Doctor No, nacimiento del mito, y hay en este su nuevo ocaso una preciosa evocación de aquel principio, la salida del mar -en juego paralelo al de Ursula Andress en el filme inaugural- de la inmensa Halle Berry. La fuerza fotogénica de la actriz provoca un giro transgresor de la ortodoxia del mito, pues en Muere otro día no es Bond, sino la chica Bond, la muñeca y muleta del gran macho, quien -con la deslumbradora garra de ser el más espectacular, rotundo y turbador efecto (obviamente, no digital) de todos- salva del naufragio al pedestre filme, porque una vez que Halle Berry emerge del mar uno quiere seguir viéndola emerger una y otra vez, lo que crea la tensión de espera que le falta a la patraña de la batalla entre el atildado criminal británico y el asqueroso criminal no británico de turno.
Babelia
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