El corazón del samurái
No creo haber visto ninguna de las siete películas anteriores del director danés Nicolas Winding Refn, aunque algunas se han exhibido en las secciones paralelas de los festivales de cine. O sea, son algo que debo recuperar después de haber degustado su sólido talento en esta estilizada, dura, extraña, amarga, verdaderamente lírica Drive, una de las sorpresas más perturbadoras del año.
Todavía no he leído la novela de James Sallis que adapta Drive. Pero es presumible que el guionista Hossein Amini y, sobre todo, el director Nicolas Winding Refn han disfrutado más de una vez con un tipo de héroe que sublima Raíces profundas (no lo puedo evitar, siempre me pongo tierno recordando el inútil y conmovedor grito de aquel niño rubio: "Shane, no te vayas, mamá te quiere") y que tiene gloriosa continuidad, aunque estos no tengan niño al que proteger, en los protagonistas de El silencio de un hombre, que tal vez sea lo más perfecto y misterioso que rodó Melville, y en Driver, la formidable segunda película de Walter Hill, aquel inolvidable director cuyo genio se lo llevó el viento o el excesivo éxito.
DRIVE
Dirección: Nicolas Winding Refn.
Intérpretes: Ryan Gosling, Carey Mulligan, Ron Perlman, Albert Brooks, Bryan Cranston.
Género: thriller. EE UU, 2011.
Duración: 100 minutos
Al recordarla la asocio a la noche, a una sombría geografía emocional
Melville afirmaba al comienzo de El silencio de un hombre, y extraído de ¿los Libros de los vedas?, que no existía soledad más terrible que la del samurái, salvo, tal vez, la del tigre en la selva. Del hermético protagonista de Drive sabemos poco al principio y no mucho más al final. Vive solo en Echo Park, un barrio deprimido de Los Ángeles. Trabaja de mecánico en un garaje desde hace cinco años. El dueño del taller, individuo aún más patético que turbio, es la única relación subterráneamente afectiva que practica. Esa tapadera profesional y su trabajo como conductor especialista en películas caras le sirven para disfrazar su auténtica vocación, que es conducir para bandas de atracadores. Quienes le emplean deben respetar sus códigos: no repite encargos, nadie debe preguntarle por su identidad y solo espera durante cinco minutos a los que le han contratado. Es duro sin aspavientos, hace de su trabajo un ritual, tiene lo que hay que tener. Los verdaderos y trágicos problemas empezarán cuando este aparente bloque de hielo, el hombre que no necesita a nadie, deje fluir el sentimiento hacia una vecina casada y el hijo de esta, inocentes, acorralados y temblorosos.
Nicolas Winding Refn recupera la narrativa y el estilo visual del mejor cine norteamericano de los ochenta para contar una historia violenta y triste, tensa y sentimental, sugerente y compleja, deudora argumentalmente de una temática explotada una y otra vez pero con personalidad propia. A pesar de que tiene algún momento luminoso y exaltante, es una película que al recordarla la asocio caprichosamente a la noche, a una sombría geografía emocional, a un tono desesperanzado acompañando a gente que no puede esquivar su dramático destino.
Hay que tener mucha clase para que nunca puedas dejar de mirar (oírle es secundario, ya que habla lo mínimo o lo justo) a un tipo que juega casi permanentemente con un palillo en su boca y ataviado con una chupa que lleva dibujado un enorme, amarillo y simbólico escorpión. Ryan Gosling, uno de los mejores actores jóvenes del cine norteamericano, posee ese magnetismo. Inspira tanto miedo como piedad. Carey Mulligan es tan buena y camaleónica actriz que alguien me tiene que revelar al final que es la misma actriz de An education, Wall Street 2 y Shame, la mujer que me enamora en esta última cuando canta New York, New York. Los amantes de las grandes series actuales de televisión están de suerte. Aparece el excelente Bryan Cranston, el químico canceroso de Breaking bad, y también Cristina Hendricks, la pelirroja y maravillosa secretaria de Mad men. El único reproche que podemos hacerle un amigo y yo al director de Drive es que haya despojado a Cristina Hendricks de faldas y le haya colocado unos vaqueros. Eso no se hace con mujer tan sensual.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.