La buena muerte de Napoleón Bonaparte
Casi es un género, como el de romanos, el cine napoleónico. Alrededor de la vida y las batallas de Bonaparte se han apilado montañas de celuloide. Aunque la figura física de Napoleón es la de un hombre corriente, las hazañas que hizo y ordenó hacer y las encrucijadas en que se vio atrapado y con las que atrapó a los poderosos de su tiempo son tantas y tan novelescas que dan abasto para llenar las estanterías de una filmoteca monográfica imaginaria. Y si se tira de algunas latas que reposan allí es seguro que salen a la luz algunas películas excelentes, aunque es dudoso que sean muchas.
En cambio, son abundantes las películas malas y, sobre todo, malísimas sobre Bonaparte y sus fechorías, y en unas y otras aparecen miles de sucesos, lugares y personajes tan sobados que, por debajo de su excepcionalidad, apestan a rutina. Eso, hasta que, hace unos meses, el guionista británico Kevin Molony puso en las manos del habilidoso director Alan Taylor el manuscrito de My Napoleon, acabó de un plumazo con esas rutinas y puso en marcha un relato singular, sumamente divertido y original, una comedia dulce, entre sentimental e irónica, en la que, mientras un sosias del emperador francés muere en la isla de Santa Helena, el verdadero pájaro corso, que se ha escapado de su cárcel de oro, callejea como un poseso en París, cada vez más cabreado porque no le reconocen su identidad, error del censo que convierte a Napoleón en el primer loco que se cree Napoleón.
MY NAPOLEON
Dirección: Alan Taylor. Guión: Kevin Molony, basado en la novela de Simon Leys. Intérpretes: Ian Holm, Iben Hjeile, Tim McInnerny, Nigel Terry. Género: comedia. Reino Unido, 2002. Duración: 105 minutos.
Sobre esta preciosa paradoja monta Taylor una comedia que permite al magnífico Ian Holm desplegar una estrategia interpretativa perfecta, hasta el punto de que convierte, sin ningún forzamiento ni caída en el trazo grueso, al antipático guerrero y político en un tipo entrañable, que cae cazado por una secreta vocación desconocida, la de tendero, un verdulero engreído, un melonero que desencadena una guerra de lechugas y repollos que no es la menos gloriosa de sus batallas, pues en ella derrota a mil verduleros competidores y cubre de oro a su maravillosa patrona, Iben Hjeile.
Esta maravillosa actriz ablanda al pequeño batallador y lo somete a una suave y estricta docilidad doméstica. Y redondea así una imagen de Bonaparte que no se aparta de la verdad, pues bajo su piel imperial se descubre una segunda piel de pícaro y pequeñoburgués que sin duda tiene algo que ver con el dictador original. Y, gracias al talento de Ian Holm, que transmite comodidad dentro del desconocido personaje, se sale del cine viviendo el milagro de la reconciliación con un siniestro tirano y usurpador, que equivocó su carrera y fue en realidad un genial frutero frustrado.
Babelia
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