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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Religión y alineación

Desde los lejanos años de Los puños en los bolsillos (1965), su primer filme, el gran Marco Bellocchio ha llevado a cabo, con intransigencia sólo al alcance de unos pocos privilegiados, una carrera en la que se repiten, con múltiples, caleidoscópicas variaciones, unos pocos temas (¡pero qué temas!): el interés por el peso de las instituciones sobre el ciudadano (la Iglesia católica, la educación, el Ejército, los medios de comunicación, el psicoanálisis como doctrina); la marginación individual, asumida o impuesta; la relectura de los grandes clásicos de la cultura europea (de Von Kleist a Pirandello), que es como decir su sentido en tiempo contemporáneo. O dicho de otra manera, que Bellocchio sigue siendo uno de los escasos cineastas auténticamente modernos que hacen cine aquí y ahora.

LA SONRISA DE MI MADRE

Dirección: Marco Bellocchio. Intérpretes: Sergio Castellitto, Jacqueline Lustig, Chiara Conti, Piera degli Espositi, Alberto Mondini. Género: drama. Italia, 2001. Duración: 102 minutos.

La sonrisa de mi madre gira la vista hacia algunos de esos temas; pero amplía sus miras más allá de ellos. Ante todo, hacia la Iglesia y la mundanidad, o si se prefiere, a la utilización de un hecho de crónica (el asesinato de una madre, católica, por su hijo alienado) por parte de una poderosa familia romana, para ascender peldaños, como si aún estuviéramos en la Italia de los Borgia y los Orsini, en la dura escalera del poder y la gloria, por el expeditivo recurso, tan de moda con Juan Pablo II, de una canonización por martirologio.

Marginal

Todo el proceso que involucra a esa familia, uno de cuyos miembros es obispo, es visto por un auténtico marginal a ese credo y a esas costumbres, un aturdido artista en crisis de pareja (Castellito, empeñado, y con todo mérito, en ser uno de los mejores actores europeos de estos años), que se niega a participar del juego. Con estos elementos, Bellocchio borda un complicado ejercicio de crítica destemplada -también a la izquierda italiana, a algunos de cuyos sectores vapulea por su vuelta, después de tanto viaje equívoco, al cómodo redil vaticano-, denuncia inclemente del funcionamiento del poder y del desprecio por los dogmas eclesiales, y búsqueda de un discurso cinematográfico más allá de lo trillado o lo complaciente.

El resultado es una película ejemplarmente anticlerical -no antirreligiosa, empero-, airada y áspera aunque no exenta de esperanza... aunque sólo sea en el amor y en la salvación individual; y alentadora de todo lo que suponga una vía para la rebelión o la disidencia. Una película ante la cual el cronista no sabe qué alabar más, si la coherencia de quien sigue empeñado en una cruzada social y artística cada vez más solitaria -que no privada de razón-, o el sano desprecio que exhibe ante cualquier cálculo comercial o componenda ideológica. ¿Hay que agregar que se trata de una película tan justa como necesaria?

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