Petulante relato de terror
Hace unos años saltó al limbo de los globos hinchados una película inglesa con título raro (Trainspotting), un par de caras guapas que arrancaron de allí una carrera de escaparate de lujo y una sobredosis de picardía de un guionista y un director (Alex Garland y Danny Boyle) que se las arreglaron para hacer creer que su globo volaba a la altura de las cumbres del cine moderno, cuando era sólo cuestión de tiempo toparse con la evidencia de que ese vuelo era rasante e incluso algo rastrero.
28 DÍAS DESPUÉS
Director: Danny Boyle. Intérpretes: Cillian Murphy, Naomie Harris, Christopher Eccleston, Megan Burns y Brendan Gleeson. Género: terror. Nacionalidad: Gran Bretaña, Holanda y Estados Unidos, 2003. Duración: 112 minutos.
La película engancha mientras mantiene la consistencia de un suceso brusco, impensable y enigmático, que se parece a una pesadilla y resulta que no lo es. Se trata nada menos que el súbito despoblamiento de Londres, aterradora imagen que es de donde arrancan estas 28 horas del delirio viajero a Manchester de un joven repartidor londinense, una preciosa policía negra y un padre y sus dos pequeños hijos, cinco únicos supervivientes no contagiados de una devastadora peste vírica que convierte a todos los británicos en zombies, lo que algunos visonarios propagandistas del caso sugieren -seguramente para dar algún relleno a las oquedades del filme y proporcionarle el prestigio del escándalo- que tiene, para mayor sonrojo, ambiciones metafóricas.
Danny Boyle se desenvuelve inicialmente con soltura dentro de ese truculento y enrevesado asunto y su excelente cámara digital añade a la pantalla ligereza y facilidad de cambio de encuadre y abundante flujo de movimientos, cosa a la que él le toma gusto y le invita a fastidiar al personal con un mareante vendaval de puntos de vista, giros y virados de cámara que demuestran que Boyle, que es de los que convierten a la pantalla en espejo, se sabe todas las jugadas de este aparatoso juego que nos endosa con aires de antología de sí mismo, de exhibición de sus talentos. Pero tantas habilidades técnicas entrelazadas son pura paja cuando no están soldadas con el cemento del conocimiento de los comportamientos de la gente y éste es el caso, lo que convierte a 28 horas despues en un castillo de naipes que quiere inútilmente ser violento, siniestro y solemne, cuando su único rasgo distintivo es la endeblez. Y entramos así en la médula del cine de este encumbrado y amanerado británico, especialista en esconder su insolvencia detrás de un diluvio de posturas.
Construir un filme loco requiere cordura, hacer bien un filme de terror pide humor, representar un vendaval necesita un director capaz de instalarse en la lógica de la calma y crear la emoción del vértigo exige adiestramiento en las formas superiores de la quietud. Y no es éste, por ahora, el caso de Danny Boyle.
Babelia
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