Peluquería del sentimiento
Hay películas que parece que las cargue el diablo: un buen ejemplo es la celebrada Amélie (2001), de Jean-Pierre Jeunet, que: a) Convirtió la memoria de cierto cine francés en trivial cromo en movimiento a todo color. b) Dio forma, probablemente a su pesar, a una utopía lepenista en clave de parque temático de síntesis, y c) condenó a su estrella, Audrey Tautou, al encasillamiento como paradigma del buen rollo. Por cierto, ¿hasta tal punto ha caído en desgracia Jeunet en nuestros circuitos de exhibición como para que su último trabajo -la discutible, pero virtuosa Micmacs à tire-larigot (2010)- siga sin estrenarse en España?
En Una dulce mentira, una de esas películas que parece llegar a los cines en versión original para saciar la necesidad de ver una comedia de Sandra Bullock de quienes -por una cuestión de papanatismo o bloqueo cultural- jamás irían a ver una comedia de Sandra Bullock, Audrey Tautou parece especialmente incómoda con el arquetipo que le toca encarnar con tanta insistencia. La crispación y la antipatía se filtran bajo la máscara de chica adorable enfrascada en la gestión de la felicidad ajena. El personaje del buen musulmán, culto, humilde y bondadoso que encarna Sami Bouajila, doble interés romántico en el tosco enredo vodevilesco que propone el director Pierre Salvadori, delata el cargamento de mala conciencia sobre el que se sustenta el irritante buenismo de la propuesta.
UNA DULCE MENTIRA
Dirección: Pierre Salvadori.
Intérpretes: Audrey Tautou, Nathalie Baye, Sami Bouajila.
Género: comedia. Francia, 2010.
Duración: 105 minutos.
Babelia
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