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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Extraños visionarios

Para empezar, los hechos: en junio de 1972 aparecieron cerca de Terrassa (Barcelona) los cadáveres sin cabeza de dos hombres, uno mayor, el otro más joven. No se trató de ningún asesinato, sino que habían sido decapitados por un tren. Pero en uno de los bolsillos de uno de ellos, una nota enigmática afirmaba: "Los extraterrestres nos llaman, pertenecemos al infinito". Un suicidio, pues, para unirse a supuestos alienígenas, con quienes, según expresaron ambos en las muchas cartas que enviaron a las más altas instancias mundiales -sin respuesta alguna, como se puede comprender-, estaban en contacto desde antiguo.

Firmaban como Rasdi y Amiex, pero más prosaicamente se llamaban José y Juan. José, el mayor (Ángel de Andrés) era un hombre inquieto y de su tiempo, antifranquista, obrero y militante del entonces clandestino sindicato Comisiones Obreras. Juan (Jordi Vilches), taciturno y tímido, fue arrastrado por la fascinación que desde el primer momento ejerció sobre él José: obreros y vecinos de la periferia industrial barcelonesa.

PLATILLOS VOLANTES

Dirección: Óscar Aibar. Intérpretes: Ángel de Andrés, Jordi Vilches, José Luis Adsarías, Macarena Gómez, Àngels Poch, Pere Ponce, Leo Bassi. Género: drama. España, 2003. Duración: 100 minutos.

Más información
Jordi Vilches, la extraña seriedad del cómico

Vidas truncadas

Producida por un hombre que no en vano fue largos años periodista de sucesos, Pedro Costa; dirigida por un autor de cómics, Óscar Aibar (su único crédito anterior es Atolladero), y coescrita por Jorge Guerricaecheverría, compinche de Álex de la Iglesia, Platillos volantesse plantea como la apasionante exploración en esas vidas truncadas por la paranoia extraterrestre. Visionarios de andar por casa, progresivamente abducidos por su delirio, José y Juan vieron impertérritos cómo a su alrededor las vidas más o menos ordenadas, más o menos previsibles de sus familias se desmoronaban por obra y gracia de su peculiar patología.

Esas vidas truncadas, excelentemente retratadas en su cotidianidad, sirven a los autores para una metáfora mayor, y cargada de no poca mala uva: la equiparación entre el delirio de los protagonistas y la forma en que éste es leído por sus contemporáneos: al fin y al cabo, vienen a decir, un militante, de la causa que sea, puede muy bien llegar a estar tan fuera de la realidad como lo están, efectivamente, los dos protagonistas del asunto. Sobre esa anfibología reposa todo el sentido y la lección de un filme muy bien escrito y mejor puesto en imágenes; y es una lástima que su mala uva se difumine en una última secuencia absurda y, lo que es peor, atentatoria contra las lecciones que hasta entonces había ido tejiendo, paciente y sabiamente.

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