Ciencia y creencias
Que la leyenda del hombre lobo no es algo nuevo, ni siquiera cinematográfico, lo testimonia Petronio, en cuyo Satiricón se habla del séptimo hijo de una prole de siete, que en noches de luna llena se convierte en lobo, en lobizón, para utilizar la terminología de un género que lo ha convertido, como personaje, en certeza narrativa. Y que tampoco escasean en la Galicia en la que se ambienta la acción, lo dejó de manifiesto, en 1947, una suerte de novela-encuesta de Carlos Martínez Barbeito, El bosque de Ancines, que en 1970 Pedro Olea convirtió en uno de sus mejores títulos: El bosque del lobo.
Viene la cosa a cuento porque este Romasanta, basado en un argumento del novelista Alfredo Conde, también se inspira en tan antiguos como respetables antecedentes, y en otros más: en los relatos populares de cordel, como los que inspiró el célebre Sacamantecas (no es casual que el asesino en serie que tiñe de sangre esta ficción se dedique a derretir la grasa de sus víctimas para guardarla en tarros). Pero también en los guiños a la mentalidad positivista que presidía los más avanzados círculos científicos decimonónicos (estamos en 1851), aquí representada por el médico que pretende estudiar a ese Romasanta que caza y mata a sus paisanos haciéndose pasar por lobo, ese ancestral enemigo de todo campesino.
ROMASANTA, LA CAZA DE LA BESTIA
Dirección: Paco Plaza. Intérpretes: Elsa Pataki, Julian Sands, John Sharian, Gary Piquer, Maru Valdivielso. Género: drama terrorífico, España, 2003. Duración: 95 minutos.
Con estos mimbres, Paco Plaza se lanza, en su tercer filme, a un discurso complejo, hecho a partes iguales de una puesta en escena en la que predominan los estilemas del cine de terror (aunque con menos toques gore de los que cabría esperar) y un conflicto científico, el que se establece entre el positivismo y la creencia popular, o si se prefiere, el que enfrenta a las luces con el oscurantismo. Y, last but not least, también un conflicto amoroso, sobre el que quien esto firma se abstendrá de todo comentario, en bien de la legibilidad final del asunto.
Apoyado en unos actores que funcionan (un ejemplo: Elsa Pataki nunca ha estado mejor que aquí), aunque también con algún exceso que es más fruto de querer hacer el plano bonito (¡ese carruaje encendido y lanzado por medio del bosque, que a nada conduce!) que de las necesidades dramatúrgicas, Plaza logra con la solvencia de su trabajo incluso hacer olvidar que, desde el punto de vista de la trama, la película tiene bastantes baches, incluso que sabe a poco. Y no se deje engañar por el cartel: aquí la cosa no va para nada de El pacto de los lobos: estamos en otro terreno, ni mejor ni peor, sino sencillamente diferente.
Babelia
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