Entre todos lo mataron...
Todo induce a pensar que, antes de final de año, el orden volverá a reinar en Cataluña. Se habrá puesto fin a este Gobierno tripartito de charnegos y menestrales que tan ofensivo resultaba para la sensibilidad de los que consideran que la patria es de todos, pero más de unos que de otros. Volverán el humanismo cristiano y el nacionalismo liberal, dos contradicciones en los términos, pero sobre todo volverán los de siempre, los que han considerado el tripartito como un paréntesis en la normalidad nacional. También volverá la calma a Madrid, donde tanto el PSOE como el PP sabrán que Cataluña vuelve a estar bajo control y a disposición de contribuir sin intemperancias a la gobernabilidad de España. Es más, volverá incluso la armonía perdida entre socialistas catalanes y socialistas españoles; en la oposición, el PSC volverá a tener como prioridad suministrar votos a los socialistas para que no gobierne el PP.
La izquierda ha tenido una oportunidad, pero no ha dado la talla. Vuelve el orden a Cataluña
Todo esto ocurrirá porque el tripartito lo ha hecho políticamente muy mal. Tan mal que sólo uno de los tres partidos -Iniciativa per Catalunya- desea fervientemente la repetición del invento. Lo cual no quita que, por razones obvias, si el tripartito sumara, se repetiría. Los partidos están hechos para gobernar. Dado que, como en los viejos tiempos del pujolismo, los cálculos vuelven a centrarse en la distancia de CiU respecto de la mayoría absoluta, el tripartito debe empezar a pensar en los errores cometidos. En política es tan importante lo que se hace como lo que se parece. Y en el caso de que el consejero Maragall tuviera razón cuando dice que el tripartito ha hecho más que CiU en sus 23 años de gobierno, la situación aún resultaría más patética porque la incompetencia política habría convertido en invisible la obra hecha.
El primer pecado del tripartito es haber dejado de creer en sí mismo. ¿Cómo pueden ganar unas elecciones unos partidos que no confían en el Gobierno del que forman parte? No deja de ser curioso que el único de los tres partidos que aguanta en las encuestas sea Iniciativa. Ciertamente, al ser el más pequeño de los tres, su riesgo de pérdidas es mucho más limitado, pero es el único que sigue creyendo en el tripartito y es el que más ideológico ha sido en sus comportamientos.
Esquerra ha conseguido imponer su opción estratégica: la independencia ha adquirido carta de naturaleza en este mandato, pero a un doble precio: la división entre el sector de izquierdas y el sector nacionalista del partido, con escisión incluida, y el retorno a CiU de una parte de su electorado que se podría dividir en dos bloques: los que creen que la independencia es cosa de nacionalistas y los que llegaron a Esquerra en el clima de cambio de 2003 pero que a la hora de la verdad van regresando a la confortabilidad del lugar de partida. La escisión puede ser clarificadora para Esquerra, pero estas crisis siempre se pagan.
El PSC ha fracasado en el objetivo de consolidar una mayoría de izquierdas en Cataluña. Desde el primer momento, se ha sentido inseguro, le ha faltado la autoridad necesaria para imponerse en los momentos en que la sensación de desbarajuste cundía. Ha ido penetrando en la opinión la idea de que Montilla cedía siempre a las presiones de sus socios. Con lo cual, desde sectores no nacionalistas o españolistas se le ha visto entregado a Esquerra y desde los poderes económicos y desde los partidos conservadores, entregado a Iniciativa, que ha sido el malo de la película. Las vacilaciones del PSC ante el Gobierno español -votando o diciendo, a menudo, lo contrario en España que en Cataluña- han acabado de vaciarle de contenido. De modo que hoy ya casi sólo le queda una carta que jugar: la discreta, contenida, seria figura del presidente Montilla. Estos atributos le bastan al presidente para puntuar mucho mejor que sus colegas, pero difícilmente para dar el salto a un resultado electoral suficiente. En el gran debe de Montilla está la incapacidad de movilizar a la parte de electorado socialista de las generales que se quedaba en casa en las autonómicas. Tengo la sensación de que se seguirá quedando.
El problema de fondo ha sido que el tripartito no ha tenido un verdadero proyecto común. La dificultad de formalizar un entendimiento de mínimos obligó a buscar la bandera compartida del Estatuto, pero entre Zapatero y Artur Mas la dinamitaron. El tripartito se rompió y ya no se recuperó de ésta. Ahora ya sólo queda el milagro. La izquierda ha tenido una oportunidad: no ha dado la talla. Vuelve el orden a Cataluña. ¿El tripartito? Entre todos lo mataron y él solito se murió.
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