El poeta de Barcelona
Voy a pedirle a Marcel.lí que para ilustrar esta nota exhume de los archivos aquella fotografía del cuarto de las espadas de Cirlot, que se publicó aquí hace un poco más de dos años con motivo de la edición de La dama de Vallcarca. Porque la foto era digna de volver a verse, y porque ahora ha cambiado ya su naturaleza: pues no copia un lugar existente sino que documenta un espacio desaparecido, como aquella ciudad de Cartago que a Cirlot tanto le preocupaba: "Cartago se parece a mi tristeza". Aquel cuarto donde él escribía rodeado de sus fetiches preferidos ya no existe. Los documentos y manuscritos que encerraba se conservan ahora en los archivos de una institución, las espadas medievales y los gladios romanos han sido descolgadas de las paredes, el piso de la calle Herzegovina donde vivió y que describe en Momento (el poema preferido de Perucho), supongo que se habrá vendido o alquilado y quizá ahora vivirá alguien en esas claras estancias sin sospechar que por ellas andaba, vibrante, Cirlot. "Mi cuerpo se pasea por mi habitación llena de libros y espadas y con dos cruces góticas..." Sería estupendo que para la exposición que se prepara para el próximo otoño en Barcelona se pudiera reconstruir una mímesis de aquel despacho, como se hizo por ejemplo con el de Gómez de la Serna para la exposición que le dedicó el Reina Sofía en el año 2002. Recuerdo que al ver entonces el despacho de Ramón (que tenía hórror vacui y una atracción apasionada por las pequeñas cositas curiosas, cositas, cositas, ¡cómo le gustaban a Ramón las cositas!, dentro de una caja de vidrio, como una de esas cápsulas que contienen una pequeña imagen de la torre Eiffel, del Big Ben o la Inmaculada, y si las sacudes nieva) incluido el macizo escritorio y la silla, la pared llena de fotos, la butaca, los montones de libros, los fetiches de urgencia... sentías una deliciosa angustia como si vieras, envuelto en celofán, un juguete de dimensiones colosales: ¿qué niño descomunal maneja esa vida, esa vocación, esa obra como un juguete?
No lo garantizo, pero creo que para el público, dar unos pasos por el despacho de Cirlot, si pudiera reconstruirse en sus exactas proporciones, lo cual no sería difícil dado que está documentado fotográficamente, sería todavía una experiencia singular e impresionante. Como lo era aquel poeta tan barcelonés y cartaginés.
Yo camino por el paseo de Gràcia, paso junto al portal donde estuvo la librería y editorial Argos, y automáticamente pienso en Cirlot, que estuvo aquí empleado. Yo cuando era un niño entré allí algunas veces, a lo mejor le vi, con su traje claro, su rostro de fanático, y no sabía quién era, claro. En cierta taberna cerca de la Catedral, ahora muy aseada, me tomo un café pensando en cuando era lúgubre y bohemia y la frecuentaba la tertulia del joven Cirlot. Si voy a Vallcarca, recuerdo las prosas oníricas y alucinatorias de La Dama de Vallcarca, y a Cirlot. Me paro en el quiosco, veo que venden la película El señor de la guerra y recuerdo el ciclo de Bronwyn, de Cirlot, cuya excusa es esta película. Hablo con el exquisito Luis Alberto de Cuenca, al que he invitado a comentar en la tele su libro El reino blanco, que está teniendo un éxito muy notable (todo el éxito que pueda tener un poemario), y descubro que le gusta Cirlot y lo cita aquí y allá en sus libros. Hablo con un anciano crítico de los tiempos de Dau al Set que conoció a Cirlot, y que todavía ahora se lamenta de su arrogancia, de su insultante elegancia, y me sonrío complacido: era Cirlot no solo un autor sino una personalidad con perfiles acusados, un rarísimo. Entro en una librería, veo los manuales y las antologías de donde le excluyeron y automáticamente musito lo del Tenorio: "Los muertos que vos matáis gozan de buena salud". Empieza a ser una obsesión; ya he tenido otras antes, pero esta me preocupa un poco porque se me confunde con Barcelona, "la ciudad del humo y la inquisición" (Cirlot: Bronwyn en Barcelona). Creo que es el poeta de esta ciudad, nuestro poeta. O el mío, que a todos los efectos es lo mismo.
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