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Columna
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¿Votar en blanco?

La Operación Gürtel está todavía en proceso y la reciente Operación Pretoria está en sus inicios. Esto significa que no hay sentencias (desgraciadamente, podría tardar años en haberlas) y por tanto hay más incertidumbres que certezas. Pero las consecuencias sociales y políticas de su puesta en marcha son ya tan evidentes que es imposible esperar a conocer todos los detalles para hacer algunas reflexiones, que en todo caso son válidas sea cual fuere el final de la misma.

En primer lugar, se constata una vez más que entre las personas detenidas el martes en Cataluña hay políticos en activo, empresarios con antecedentes políticos y empresarios a secas. Quiero destacar este hecho para poner en evidencia que la corrupción no es un fenómeno estrictamente político. Para que haya corrupción debe haber un corrupto, pero también un corruptor, que normalmente no es un político, aunque puede haberlo sido. No necesito recordar que la obligación de ser honesto es para todos, aunque sea más escandalosa la deshonestidad cuando se trata de personas que ocupan cargos de relevancia pública, especialmente cuando han sido depositarios de la confianza popular a través de unas elecciones. Pero no hay que limitar el foco al mundo político.

El prestigio de una formación política aumentaría muchos puntos si el propio partido destapara casos de corrupción

Dicho esto, quiero centrarme en la indignación que todos sentimos frente a la corrupción política y en el creciente sentimiento de desafección que está produciendo en todos nosotros en relación con la política y los partidos. La comprendo, la comparto y me preocupa. Por ello me gustaría hacer dos observaciones que pudieran ayudar a evitar que degenere en una situación de desmembración social que conduzca a lo que se ha dado en llamar la "italianización" del país. (La definición entiendo que supone el hecho de que, en Italia, los errores y el desprestigio de los partidos han llevado democráticamente al poder a un empresario populista y, parece que también, corrupto).

Hay una tentación espontánea, comprensible pero peligrosa: "Yo no votaré a ningún partido que tenga casos de corrupción", y su corolario: "Hay que votar en blanco". Creo que, partiendo de la base indemostrable, pero probable, de que en todo partido, igual que en cualquier otro sitio, puede haber algún corrupto, el elemento de juicio debería ser, más que la existencia de un caso de corrupción, la actitud que un partido tiene para evitarla y para erradicarla. Por ello, lo que a mí me interesa saber es cuáles son las actuaciones de un partido cuando estalla un caso así, y aún más, qué mecanismos tiene previstos para actuar previamente y evitar que ello ocurra.

Hemos visto estas semanas, a nivel catalán y a nivel español, dos tipos de reacciones de partidos frente a una acusación externa. La primera, impresentable, la de negar la evidencia y acusar a su vez al juez, al fiscal, a la policía o a otras instancias de "persecución" de "encarnizamiento". La segunda, tampoco aceptable, la de mostrar sorpresa, mantener una actitud pasiva y aceptar que cuando se hayan dirimido responsabilidades judiciales, y no antes, se actuará internamente. Tanto una como la otra son rechazadas por la opinión pública.

¡Cuán distinta sería la reacción popular si la actuación del partido fuera exactamente la inversa! Si un cargo político es objeto de una impugnación, debería ponerse en marcha una investigación interna de carácter urgente que, sin estar ligada a la lentitud de las diligencias judiciales, permitiera llegar o no a la certeza moral de una actuación deshonesta (aunque pueda no acabar en condena) y actuar de forma rápida y contundente.

Probablemente esto no se hace por temor a que perjudique a la imagen del partido. Yo creo exactamente lo contrario. Pienso que el prestigio de una formación política aumentaría muchos puntos si actuara así y aún más si el propio partido destapara (sin necesidad de ninguna provocación externa) casos de corrupción que descubriera en sus afiliados y eliminara tanto los casos como a los afiliados.

La mejor demostración de una voluntad real de acabar con la corrupción en los comportamientos sería, además de un consenso general sobre medidas legales, un paso adelante de los partidos, o por lo menos de algunos, instaurando unos mecanismos anticorrupción internos pero independientes. Sería un ejemplo que valorar. En caso contrario, me temo que el voto en blanco o, peor, la abstención alcanzarán cotas peligrosas.

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