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Quién paga las crisis del capitalismo

Se nos anuncian años de sequía económica. Viviremos peor en todo lo pagadero. El paro y sus secuelas (xenofobia, drogadicción y delincuencia) crecerán. Las depresiones personales mermarán la productividad. La economía es ya un círculo vicioso mundial que se expande como las ondas del estanque golpeado por una piedra. Las gentes de todo el planeta están sometidas a un sistema económico único, el capitalista, cuyas crisis periódicas son inherentes a su lógica y consecuencia directa de su contradicción esencial. El mayor teórico del capitalismo, Karl Marx, no podía prever cómo se producirían las crisis actuales ni qué soluciones coyunturales tendrían, pero sí dejó muy claro en qué consiste dicha contradicción. La posesión y el poder en unas pocas manos particulares de unos bienes que son públicos o colectivos, porque de ellos depende la vida y el trabajo de millones de seres, enfrenta el lucro del capital con el salario laboral. La diferencia favorable al primero es su beneficio y un maleficio para el trabajador. Pero, a la larga, esto perjudica al capitalista en forma de superproducción. Hay que tirar lo que es invendible porque la gente percibe un salario muy inferior al coste en el mercado de lo que ella misma ha producido. Si el capital reduce su beneficio para facilitar la compra, pierde el estímulo inversor. Si no lo reduce, ha hecho un gasto inútil. No le quedan más que dos estrategias complementarias: acudir a los países más pobres pagando agradecidos salarios de pura supervivencia y fomentar el consumismo en los países ricos con señuelos publicitarios. El palo y la zanahoria, ya se sabe, hacen correr al rucio. De ese modo, la producción no se detiene, todo el producto se vende (incluido el innecesario y caprichoso), el beneficio aumenta, el sistema funciona. Eso sí, millones de seres mueren de hambre, sed, enfermedad y guerras, pero la máquina que mueve el beneficio del capital no se puede parar porque, si para, cae como una bicicleta, a no ser que algo la aguante. Para el capital, su apoyo es el Estado. Él evita que el capital muera de éxito suicidándose, al matar la gallina de los huevos de oro cuando ya no puede explotar más a la gente sin perjudicarse a sí mismo

Las jugadas bursátiles entre firmas rivales tienen consecuencias terribles para empresas menores y su puestos de trabajo

Los neoliberales que se cargan los servicios públicos, convertidos en negocios privados, exigen a los gobiernos que les aseguren sus ganancias: por las armas si las víctimas del sistema osan combatirlo (fascismo y guerras coloniales) e interviniendo en la economía para enjugar sus deudas, sus abusos y errores financieros, su falta de liquidez, mediante la aportación del erario público y, por tanto, a costa de las rentas medias y bajas. Marx decía que los gobiernos no eran más que los consejos de administración del capital. No erraba. Gobiernen las derechas o las izquierdas actuales, Obama, Hillary o McCain, sus políticas no pueden dejar que el sistema se hunda. El Estado y los trabajadores se ven amenazados por el capital con cerrar empresas o deslocalizarlas si se pretende compensar con ayudas e impuestos los salarios insuficientes ante el alza de los precios. El welfare state (Estado de bienestar) es un parche de los países ricos a la crisis permanente del capital. Pretende moderarlo en su instinto básico selvático para que no mate la gallina de los huevos de oro, que es el trabajo humano, pero prolonga su agonía a costa del naufragio genocida cuyos restos llegan a Europa o a Suráfrica provocando violencia xenófoba entre los más castigados por la recesión.

El principio darwinista de la competencia (el pez grande se traga al chico) obliga a la pugna empresarial, que suele concluir en oligopolios y monopolios que niegan la proclamada libertad de mercado y que, para controlar energías básicas como el petróleo, causan invasiones, guerras y alzas tácticas de su precio que repercuten en productos de primera necesidad popular. Los bancos viven del crédito usurario, rivalizan, ocultan sus cuentas, empujan al consumo, pero tropiezan con la morosidad y el impago, fruto del estímulo inyectado en la gente a vivir del crédito porque el salario nunca llega (hipotecas basura, por ejemplo). La economía financiera y especuladora comporta jugadas bursátiles entre firmas rivales que tienen consecuencias terribles para empresas menores y sus puestos de trabajo. En definitiva, quien paga las crisis de las que se nutre el capitalismo somos los trabajadores de todas clases y de todo el mundo. Y digo "se nutre" porque, superada la crisis, los más poderosos se han sacudido competidores, han acumulado más riqueza y han debilitado la fuerza y las exigencias sindicales. Hasta la próxima crisis vivirán de la última. Y así hasta que alguien se plante y mande parar.

J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.

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