Interiores
1El interior de nuestra casa tiene siempre un antiguo y obsesivo paralelismo con el de nuestro cerebro. Encontré mi interior favorito, el otro día, viendo en el programa Arquitectures del Canal 33 un reportaje sobre la Maison de Verre, de París. Aquel paisaje doméstico me pareció que era exactamente el que toda la vida había deseado tener en la casa que nunca he tenido. En otras palabras, me habría gustado vivir en los singulares espacios de la Maison de Verre, la original mansión ideada en 1931 por el arquitecto Pierre Chareau para vivienda familiar y consulta médica del doctor Dalsace. Y no sólo eso: me habría gustado que los interiores de mi cerebro se parecieran mínimamente a la laberíntica y audaz casa de la rue Saint-Guillaume de París.
Cuando la semana pasada se me ocurrió ir a ver la admirada mansión desde fuera (había oído que era burocráticamente complejo obtener un permiso para visitar el interior), no recordaba en qué número de la calle se encontraba esa casa de vidrio y no hubo forma de dar con ella; fue como si la hubieran borrado deliberadamente previendo que me acercaría por allí. Recorrí con Paula de Parma dos veces, de arriba abajo, la breve rue Saint-Guillaume, y nada: la fachada de adoquines de vidrio que me sabía de memoria (hasta la había visto en un anuncio de David Lynch para Yves Saint Laurent) no aparecía por ninguna parte, y deduje que la Maison de Verre la habían borrado o bien se hallaba en una discreta segunda línea -como un cerebro secreto- ocultándose de la vista de la gente que pasaba por la calle. Cuando, unos minutos después, abandoné la busca de aquel exterior de mi interior ideal lo hice muy molesto al ver que ni siquiera ese espacio de apariencias me era accesible, y además frustrado porque debía abandonar aquella misma tarde París y no sabía cuándo podría reanudar la busca.
Horas después, como si fuera la consecuencia lógica de la búsqueda de mi interiorismo ideal, al regresar a Barcelona me encontré con un libro que no esperaba para nada y que resultó perfecto para lo que buscaba: Casa. Un título sobrio para la primera novela que el peruano Enrique Prochazka (Lima, 1960) publicaba en España. El libro, estructurado como si el cerebro del autor fuera tan audaz y laberíntico como la casa de su novela, lo abría una imponente cita de César Vallejo: "Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba".
Había sabido, dos años antes, de la existencia de Enrique Prochazka por unas notas en un periódico peruano, donde decían que era un autor muy minoritario, sólo para eruditos, políglotas, lingüistas, amantes de Wittgenstein y espíritus sofisticados. Me llamó la atención que sólo dos horas después, en los blogs de Gustavo Faverón y de Iván Thays (otros dos excelentes escritores peruanos), volviera a aparecer ese apellido centroeuropeo de aquel novelista que escribía para amantes de Wittgenstein. Le nombraban porque acababa de comentar él mismo su situación de desaparecido y de supuesta marginalidad. Y en sólo cuatro líneas encontré destellos de una inteligencia distinta cuando leí que vivía desde hacía tiempo "en una especie de distante Sydney del espíritu, que se llama Lima", que caminaba un sábado por la noche, pasando por todos los centros culturales y cafés, y literalmente no conocía a nadie, y nadie le saludaba ni conocía su cara. "Me borré en paz, hace años. Entro al Virrey lleno de clientes, compro un libro, dos libros, salgo del Virrey: nadie sabe quién soy. Me borré...".
Me pareció interesante un escritor que se consideraba borrado y que al mismo tiempo era Alguien (por decirlo en los términos de su novela Casa), pues era filósofo, montañista, estudiante de Letras y de Arquitectura, gestor de políticas educativas y autor de ensayos de interpretación sobre Hegel. Escribí un artículo acerca de sus derivas sin haber leído más que sus palabras de hombre borrado. Y ahora, tras leer Casa, sé que no andaba equivocado al intuir su raro talento y también sé que no deja de ser un milagro que su novela -publicada por el sello 451 que dirige Javier Azpeitia- haya llegado hasta nosotros, pues Prochazka no está siquiera entre los escritores mediáticos del Perú de ahora. Pero pienso que ya que aterrizó por aquí Casa no estaría mal que probáramos a adentrarnos en los audaces interiores de esa trama que adopta apariencias de ciencia-ficción: Hal, famoso arquitecto, despierta sin recordar sus últimos 15 años. Repentinamente desdoblado y espectador de su propia condición, debe asumir que ha olvidado su más inmediato pasado y que ha de acostumbrarse a vivir en la casa diseñada por él mismo bajo los principios de una audaz teoría arquitectónica, única y extraña. Llama entonces a un psiquiatra. "Saber quién soy implica descubrir por qué diseñé esta Casa". Se trata de entender al desmemoriado ocupante de la cerebral Casa a partir del arquitecto de la misma. En sus investigaciones sobre los fascinantes pero también horribles interiores del lugar, le apoya un eficaz mayordomo llamado Clarke, lo que tal vez nos da una pista: Hal remite a HAL 9000, la computadora de 2001, Odisea del espacio, novela escrita por Arthur C. Clarke.
2La sospecha súbita de que tanto los secretos de la mansión borrada de la rue Saint-Guillaume como los laberínticos interiores del borrado Prochazka no pueden tener casa que los ampare, sólo ideas antiguas para tumbas muy frías. Y poco después, al despertar de esa pesadilla en mitad de la noche, la sospecha enloquecida de que el cerebro de Hal es la Casa y ésta, a su vez, es Wittgenstein, que en los años veinte hizo de arquitecto de la Kundmanngasse que su hermana decidió construir en Viena: una mansión llena de raros detalles estéticos, a veces idénticos a ciertos pensamientos terribles de su arquitecto.
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