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Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO
Tribuna
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Caro Vittorio JOAN DE SAGARRA

Aviñón, jueves 29 de junio. En el reloj del Ayuntamiento acaban de dar las nueve y el día se presenta caluroso. Estoy sentado en la terraza de la Civette, hojeando los periódicos mientras me desayuno con un auténtico cantaloup de Cavaillon -"le melon, c'est Cavaillon!", dicen aquí- regado con una botella de Cotes-du-Rhone (Caudaulet de Beaucastel del 97). En Libé, en la página de la tele, anuncian (Ciné Classics, 20.45 horas) "un petit chef-d'oeuvre de série B par un petit maître italien, Riccardo Freda, sachant se servir d"une caméra" : Le chevalier mystérieux (1948), una aventura de Casanova interpretada por un joven Vittorio Gassman, "à la fois spontané et modeste, accessoirement très beau". Una buena peli (salen María Mercader, la mujer del otro Vittorio -De Sica-, y Gianna Maria Canale) para después del Italia-Holanda... Quién iba a decirme que unas pocas horas después un amigo librero de Aviñón me daría la noticia de la muerte de Gassman ocurrida en Roma, en su palazzo de Via Brunetti, a las cinco de la madrugada, de un infarto, mientras dormía.Aviñón, julio de 1982. El mistral, esa insolente banda sonora que envuelve -y a veces destroza- los espectáculos en la Cour d'Honneur del palacio papal, ha dejado de soplar. Vittorio Gassman da una última calada al pitillo -"fumo unos cuarenta cigarríllos al día. Lo he dejado tres o cuatro veces y uno de estos días, tal vez mañana, lo dejaré de nuevo", escribe en sus memorias-, lo aplasta contra la suela del zapato, se pone en pie, mira al cielo -la noche es estrellada, una noche estupenda, como diría Lope-, se arranca el diminuto micrófono de la solapa, sonríe, hace un imperceptible guiño al público y ataca el quinto -¿o es el sexto?- bis de la noche: "Vaghe stelle dell"Orsa, io non credea / tornare ancor per uso a contemplarvi / sull paterno giardino scintillanti, / a regionar con voi dalle finestre...". ¡Leopardi! Vittorio, el gran Vittorio, celebra sus 60 años -los cumple esa misma noche- desgranando en Aviñón- el Aviñón de Laura y del Petrarca -los versos de su queridísimo Leopardi.

Un grupo de amigos habíamos salido en coche hacia Aviñón para vivir esa noche, la noche del cumpleaños de Vittorio. Entre ellos, José Luis Guarner (a la sazón, él era el crítico cinematográfico y yo el teatral de La Vanguardia), Jose Luis, un fan, como yo, del gran Vittorio. Cuántas veces habremos visto juntos I soliti ignoti, La grande guerra, Il sorpasso... Poco antes de que empezase la función, habíamos comprado un gran ramo de claveles que junto con las dos botellas de manzanilla (La Guita) que yo traía de Barcelona entregamos a la sastra de Vittorio, junto con unas líneas deseándole salud, dinero y amores.

Fue aquélla una noche mágica, una de esas raras, hoy rarísimas, noches teatrales en las que, como decía el germano Stein, la bola de plata cruza, por unos instantes, el escenario. Sólo que aquella noche la bola de plata cruzó y volvió a cruzar el escenario durante más de tres horas (una hora larga, más de lo anunciado). Después de terminar su queridísimo Leopardi, Vittorio pidió otro pitillo entre el público -"une Gauloise? [él fumaba rubio] Et pourquoi pas!" -, lo encendió y pidió un actor para que recitase algo mientras él descansaba y se fumaba tranquilamente el pitillo. El actor se hacía de rogar, pero al final apareció, empujado por Arianne Mnouchkine: era nuestro José María Flotats- todavía no se llamaba artísticamente Josep-, que recitó un fragmento del Don Juan de Molière, que acababa de estrenar en la Comédie. Vittorio lo miraba maravillado mientras apuraba el pitillo. Luego volvió a aplastar la colilla contra la suela del zapato, pidió la hora -cerca de la una y media- y anunció un último bis, el último. Y agárrate, lector, el gran Vittorio se descolgó, en la Cour d'Honneur del palacio papal de Aviñon, a la una y media de la madrugada, con el Canto XXXIII de la Divina comedia, en la que Dante nos describe la terrible muerte del conde Ugolino (Della Gherardesca) y de sus cuatro hijos pequeños, muertos de hambre, en la torre de los Gualandi, en Pisa. Los hijos se agarraban al padre, aterrorizados y hambrientos. "Padre mio, chè non m'aiuti?", decía Gaddo, el primero en morir. Luego morirían los otros tres, Uguiccione, Brigata y Anselmuccio, y llegaría un momento en el que el conde Ugolino, en un último y vano intento por sobrevivir, se los comería a los cuatro: "Più che'l dolor, potè'l digiuno". Terminados los trágicos, impresionantes tercetos, el gran Vittorio soltó una carcajada, nos lanzó un beso y desapareció en la fosa del palacio fortaleza dejándonos hechos una mierda. La noche del cumpleaños del gran Vittorio se terminaría, para nosotros, en la terraza de La Civettte, bebiendo raisonnables (medio litro de cerveza), todavía impresionados por lo que acabábamos de ver y escuchar. "Collons, quin tio!", exclamaba Ovidi Montllor, que había subido con una novieta a Aviñón para no perderse la fiesta.

Caro Vittorio: desde aquella noche mágica de julio del 82, en Aviñón, las dos botellas de La Guita se han multiplicado casi por cien. Las dos botellas de manzanilla y un humilde servidor te hemos seguido por los teatros, por los camerinos de media Europa, y hemos acabado siendo buenos amigos. Tu amistad, caro Vittorio, una amistad al principio difícil -yo crítico, tú actor; los dos tímidos, a la defensiva- y que luego se fue afirmando -a través del Dante, de la traducción catalana de mi padre que yo te regalé, ese poeta catalán del que tú, en Barcelona, en el Grec, en 1984, dijiste que algún día nos recitarías algo en catalán-; esa amistad, tu amistad, caro Vittorio, ha sido para mí el mejor regalo que me podías hacer, regalo que he hecho extensivo a mis lectores cuando les he hablado de tus espectáculos, como hago hoy reviviendo aquella noche de Aviñón.

¿Cuándo nos vimos la última vez? Fue hace tres o cuatro años, en el bar del hotel Porta Rosa, en Milán. Vittorio esperaba un taxi para ir al aeropuerto y yo otro. Y los taxis no llegaban y nosotros estábamos en el tercer o el cuarto whisky. Y Vittorio, de repente, se puso estupendo y me dijo: "¿Sabes, Juanito, lo que me dijo Luchino [Visconti] hace un montón de años, mientras ensayábamos el Orestes de Alfieri? Pues me dijo: 'Despiértate, Vittorio, mueve el culo, ¡no eres Talma, todavía!'. ¿Y sabes qué le respondí, yo?: 'Y tú no serás nunca Stanislavski!', eso fue lo que yo le dije". Y Vittorio volvió a soltar la carcajada.

Caro Vitttorio: No te digo ciao, ni adio; me despido de ti como Sófocles dice de Edipo (a ti siempre te encantaron los clásicos griegos), y te lo digo en italiano: "Ti abbiamo voluto bene".

P. S. Gassman legge Dante. Tres vídeos (PPM- Roma / Olimpo 84 / Diletta D'Andrea). Roma, 1996. Hace un par de semanas todavía vi un cofrecillo en la librería La Central. Un lujo, una delicia, créanme.

Antonio Espejo

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